El motor que no siempre funciona

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14 de octubre de 2023
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12:39 am
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El motor que no siempre funciona

**Héctor A. Martínez (Sociólogo)

Los conflictos en el mundo han aflorado por doquier: una guerra prolongada en Europa del Este, un explosivo enfrentamiento en Oriente Medio. Por donde lo queramos ver, todo es pleito. En nuestro país, por ejemplo, estamos hasta la coronilla de los conflictos institucionales que se han convertido en el pan nuestro de cada día.
Para Marx, el motor de la historia, el impulso vital que mueve a los individuos a trastocar las relaciones injustas en una sociedad, es el conflicto (de clases), un tema que a muchos les causa alergias, y a otros, efervescencia de fanaticada obsesiva. En otras palabras, nadie puede escapar de esa fatalidad muy humana sobre la que se han invertido toneladas de papel, y costosísimas horas en los medios de comunicación; más para promover las pendencias, que para solventarlas.

Los conflictos surgen cuando los recursos son escasos, y los grupos sociales -ya sea un gobierno, una comunidad o dos naciones en pugna- se mueven en procura de ellos. Puede que se trate de ganar mercados, tierras, mejoras de servicios públicos, o escalar la muralla del poder. Si no existen reglas claras que indiquen cómo obtener esos recursos de manera ordenada, tarde o temprano el grado de las disputas subirá de tono, y la situación se volverá inmanejable. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que la historia de la Humanidad es la historia de los conflictos. Toda relación social arrastra desacuerdos y tensiones que exigen un tratamiento dialógico entre las partes. Y dentro de las partes. Un pésimo servicio de salud, la carestía de algún alimento básico, o el alza de los precios pueden desencadenar graves problemas para un sistema político, o para cualquier gobierno. La insuficiencia de esos recursos, necesarios para la existencia humana, siempre serán los móviles de los altercados en una sociedad.

Una sociedad con un alto sentido democrático tiene bien escritas las reglas que direccionan cualquier discordia surgida entre sus miembros. Para eso le pagan a los secretarios y burócratas que se apoltronan en el Estado. A menos que se trate de un poder político que promocione el conflicto para alcanzar objetivos que no tengan nada que ver con el bienestar social, entonces estaríamos hablando de una alteración enfermiza de la política, o de una descomposición institucional extrema. Que existen, existen.

Por tanto, la conducción de los conflictos debe estar en manos de gente inteligente, con visión de ajedrecista. Una pieza mal movida puede ocasionar graves consecuencias para los protagonistas en liza. En política, quienes dirijan los conflictos deben hacerlo pensando en la máxima ganancia para la mayor parte de los actores. De ahí el principio del bien común. Esto es válido para toda organización humana, desde partidos políticos, negocios, gremios, movimientos sociales.

La tendencia en América Latina para resolver los conflictos sociales, sigue siendo la incompetencia política y las ansias por el poder. Seguimos pensando en que nuestra historia es un continuum conflictivo que reivindica la notoriedad personalizada del líder, y la intervención dictatorial de los poderes del Estado. Poderes que desprecian toda posibilidad de diálogo. ¿Cómo lograr consensos cuando los recursos son exiguos, y el sistema cierra las puertas a las demandas de los ciudadanos? Imposible. De ahí la centralización de las decisiones gubernamentales, los pactos entre caciques, las concesiones para los amigos, los privilegios gremiales, etc. En otras palabras, resulta más fácil comprar voluntades que lidiar con un montón de gente.

Epitafio: por el escenario de la tragedia de algunos países latinoamericanos, que versa sobre la sordera política para manejar los conflictos, y la obsesión por el poder, desfilan los migrantes, maleantes, los ladrones de la hacienda pública y la estrella de la noche: la pobreza extrema. En otras palabras: el motor de Marx no siempre parece funcionar.

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