Por Jorge Raffo, Embajador del Perú en Guatemala
“En el año de inauguración del monumento [de Morazán] en El Salvador, Ramón Rosa, ministro general de Honduras, en representación del presidente Marco Aurelio Soto, le encargó a [los] Durini un grupo de estatuas que representasen a los siguientes héroes hondureños: Francisco Morazán, el intelectual José Cecilio del Valle, el sacerdote José Trinidad Reyes y Sevilla y el militar José Trinidad Cabañas Fiallos. El contrato fue firmado el 29 de julio de 1882” (Oviedo & Santamaría, 2022).
Pocos conocen que Francesco y Lorenzo Durini, los escultores responsables de esas obras, eran de madre suiza, Elizabetta Vasalli, y que no eran genoveses sino naturales de Tremona, ubicada en Suiza. Su padre, Giovanni, había viajado al Perú en 1860, logrando desarrollar una próspera industria de producción de estatuas, mausoleos, ornamentaciones y monumentos utilizando las canteras locales, es decir, mármol peruano sin dejar de emplear el ya prestigioso mármol de Carrara. Francesco y Lorenzo se educan en el Perú, Lorenzo incluso se casa en Lima, con la dama Juana Cáceres Luque. El estallido de la llamada “Guerra del Pacífico” decidió al patriarca de los Durini a dejar el Perú en abril de 1879, y establecerse con su familia en Tremona donde nacerían los nietos Durini-Cáceres, Francisco Manuel, Pedro y Gemma, constituyéndose en la tercera generación en continuar con el negocio familiar. Ninguno de los tres olvidó sus raíces peruanas y Pedro llegó a ser Cónsul Honorario del Perú en la región lombarda (Zanutelli, 2001).
“Entre las décadas de 1850 y 1910, tres generaciones de los Durini participaron en los mercados artísticos de Suiza, Italia, Perú, México, Ecuador y Centroamérica. Dichas generaciones se configuraron estableciendo lazos familiares-comerciales en Perú, Guatemala, Costa Rica y Ecuador” (Oviedo & Santamaria, 2022).
Para Oviedo & Santamaría, los hermanos Durini crearon en Centroamérica un mapa de redes y relaciones personales, muy preciso en base a sus valiosas vivencias sudamericanas que no sólo contribuyó al fortalecimiento de sus propios emprendimientos artísticos-gubernamentales, sino al reforzamiento de la imagen del arte italiano-percibido como heredero del arte del Renacimiento y de la antigüedad grecorromana-en la historiografía del arte centroamericano del siglo XIX. La red Durini recuerda en algo a la red virreinal del genovés Malagamba que unió comercialmente Guatemala y Honduras, con el virreinato peruano (Raffo, 2023). Ambos, los Durini y Malagamba, aunque separados por más de cien años, eran comerciantes y tercerizaban la producción, lo que les permitía absorber y atender mayor número de pedidos.
Sin embargo, la inserción de los Durini en Centroamérica -meritoria desde el ángulo de la oportunidad comercial- no hubiese sido posible sin la visión geopolítica de Marco Aurelio Soto, gobernante de Honduras, que marcó necesidades artísticas específicas tanto en el plano urbanístico como en el ámbito político-intelectual, con el propósito de generar referentes históricos -los próceres- con los que la población se pudiese identificar para reafirmar su nacionalidad y, al mismo tiempo, aunque suene extraño, forjar un sentimiento de unicidad en torno a Centroamérica -un renacer de la República Federal Centroamericana- un ideal que, en ese momento, ya no era compartido por otras naciones de esa región.
Los trabajos de los Durini en Honduras fueron tercerizados. La estatua ecuestre de Morazán fue ejecutada por el escultor francés Morice; la estatua del Valle fue producida por el escultor genovés Bacigalupo; y los bustos de José Trinidad Reyes y de José Trinidad Cabañas, fueron obras del escultor genovés Beltramí; y todas contaron con el concurso arquitectónico de Canessa, también genovés.
Con los trabajos elaborados de 1880 a 1883 para Honduras, la fama de Francisco Durini llegó a difundirse fuera del continente americano, como lo demuestran Oviedo & Santamaría al examinar la prensa italiana de 1882.
El último trabajo de carácter gubernamental de los Durini, para Honduras fue la estatua del General nicaragüense Máximo Jerez (1818-1881) que fue obsequiada al Club Liberal de León, en Nicaragua. Después de ello, los Durini dedicaron la mayor parte de su tiempo a “los encargos privados y obras del tipo funerario (mausoleos y lápidas)” hasta 1920 año en que fallece Lorenzo (Durini, 1996; Capello, 2011; López, 2022). Su muerte dejó truncos algunos proyectos como el busto del héroe peruano Miguel Grau, que el país de los incas quería obsequiar a la ciudad de Guatemala y contar así con un monumento conmemorativo en la entonces calle Perú de esa urbe.
Gracias a los Durini, el Perú y Honduras, comparten un legado artístico marmóreo que tiene en común el establecimiento de paradigmas nacionales -a través de homenajes concretos a héroes o padres fundadores- orientados a la forja de lo que hoy se llama latinoamericanidad.