ARMONÍA O DISCORDIA

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15 de octubre de 2023
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12:42 am
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ARMONÍA O DISCORDIA

UNA cosa es hablar de paz nacional, regional o internacional, y otra cosa análoga pero un tanto diferente, es interiorizar en el alma de los pueblos, naciones e individuos, el deseo fervoroso de encontrar los puntos de empalme o de concordia con los demás, por muy diversas que sean unas y otras agrupaciones, con el fin de encontrar el camino del desarrollo y de la felicidad relativa del mayor número de personas de cada país.

La armonía es un concepto hermoso que posee una serie de contrarios: el ruido, la desentonación, el fanatismo, la violencia y la guerra. El término armonía proviene del latín clásico y del griego, y se relaciona con situaciones simples como la concordancia de dos o más hechos diferentes. O con la juntura de piezas vegetales o de cualquier otro elemento, como la madera de machimbre. Armonía también se relaciona con el arte de componer buena música y estructurar la mejor poesía. Pero, por añadidura, este concepto podría aplicarse a la política y a la economía, en el contexto de sociedades sobrias, con capacidad de negociar aquello que a veces pareciera innegociable.

Un término totalmente contrario al de armonía, desde los tiempos de la Grecia Antigua, es el de discordia, con el cual se señalaba una cierta duplicidad de las cosas en los procesos de configuración del ser y de los seres. Sea como haya sido, a los pensadores y estadistas maduros de cualquier época y sociedad, les ha interesado el bienestar de la mayor parte de ciudadanos, provenientes de distintos estratos sociales. En la búsqueda del bien supremo del hombre han coincidido los dirigentes más importantes de diversas culturas. Sin embargo, en los siglos modernos e hipermodernos que ahora mismo transcurren, a pesar de los avances científicos y de las coincidencias filosóficas y políticas de los grandes pensadores, ha sucedido que el fanatismo de cualquier índole, la irracionalidad extrema, la xenofobia, el cazabrujismo y las obsesiones racistas, se han impuesto en las almas de alguna gente con acceso a las altas estructuras, generando deshumanización y desolación en los países, en las naciones y hasta en el planeta entero. El siglo veinte estuvo cuajado de estas desoladoras evidencias, con las resacas consiguientes para el incierto siglo veintiuno. Hay individuos que, a pesar de los profundos desastres de las décadas recientes, originados por sus propias maneras de pensar o creer, siguen empeñados en sus confusiones y palabras emparentadas con los exterminios, infiriéndoles daños a los que pretenden mantener una cierta autonomía en sus formas y contenidos de pensamiento, porque a veces los daños son masivos, al grado que, para decirlo en términos metafóricos, “el dios Cronos acaba devorando a sus propios hijos”.

Quienes pretenden “hacer tabula rasa” del pasado histórico, perciben la búsqueda de la armonía como un error o un defecto. Cuando se les sugiere la gran posibilidad de una negociación o de una conciliación sincera, la toman a veces como una debilidad de parte del prójimo de que se trate, que debe ser aprovechada para destruirlo innecesariamente. Nunca se les ocurre, ni a los unos ni a los otros, que al empujar las cosas hasta las últimas consecuencias, se meten en pantanos o en tierras movedizas.

En tal perspectiva es sugerible que si en un conflicto regional o internacional existen las más mínimas posibilidades de negociar, hay que aprovecharlas al máximo, honrando los acuerdos escritos o hablados, porque “la palabra”, tal como decían incluso nuestros abuelos hondureños, debe ser respetada. No hay que subestimar a los demás, con falsas lógicas. En todo caso lo correcto es la línea virtuosa y valiente del justo medio entre dos extremos, y la búsqueda intensa de la paz y la armonía universales, aunque parezcan proyectos utópicos.

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