NOSOTROS, LOS LECTORES, EN LA PACHANGA DEL BOOM

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15 de octubre de 2023
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NOSOTROS, LOS LECTORES, EN LA PACHANGA DEL BOOM

Juan Ramón Martínez

Alfaguara, acaba de publicar, “Las Cartas del Boom”. Una suerte de esfuerzo de arqueología literaria, a la que nos invitan a los lectores, para que, desde la trastienda, revisando archivos conozcamos la personalidad, las manías, las virtudes. obsesiones y los miedos, de los cuatro principales miembros del movimiento literario más importante del siglo pasado: el llamado Boom. En efecto, mediante el conocimiento de las cartas intercambiadas entre Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, las referencias a Octavio Paz, Alejo Carpentier, Borges, Rulfo, Gallegos, Rivera, Quiroga, Donoso, Edwards, Roa Bastos, Jorge Amado y Miguel Ángel Asturias; los ensayos que escribieron los cuatro primeros, sobre las obras de los otros; las entrevistas dadas a los diferentes medios de comunicación escritos; las gestiones con editores y traductores apoyándose mutuamente; y, los documentos políticos que suscribieron en la defensa de la libertad y la democracia, nos ayuda a conocerlos mejor. Como escritores. Como seres humanos; y, como amigos. Saliendo nosotros los lectores, de la timidez que parece ser una plaga rural latinoamericana. Por este medio, podemos darnos cuenta que el Boom es algo más que un fenómeno literario, una estrategia comercial, una reacción política o un momento afortunado producto de una mera coincidencia generacional. Porque, aunque mucho se haya dicho o escrito sobre que los latinoamericanos solo destacamos en literatura, la verdad es que el fenómeno literario que nos ocupa, mostró facetas desconocidas de América Latina, que subyacían desde hace muchos años. Puso al continente a la luz del mundo europeo, dándole a la América Latina una singularidad que nunca antes, había tenido. Talvez solo superada por el descubrimiento por Cristóbal Colón a finales del siglo XV, o la invención del modernismo por Rubén Darío. Coincide tal singularidad con la Revolución Cubana que aprovecha al Boom, por lo que es poco serio decir que el boom sea fruto de este movimiento guerrillero, que, en la práctica, no pudo siquiera aportar uno de los suyos para que le diera fuerza al movimiento. En realidad el Boom, es después de la acción de Rubén Darío, la segunda y más exitosa actividad en la que el continente americano le dice a la vieja Europa que esta envejecida; que sus escritores han perdido la imaginación; que sus historias carecen de materia existencial, que la fase experimental por ellos iniciado había perdido fuelle; y que, era la hora para que los del otro lado del Atlántico, tomaran el testigo; e hicieran de la narración, de la palabra y del libro, una herramienta para mostrar que existíamos como continente, como realidad poblacional y como instancia de colaboración y tratamiento político.

Para nosotros los lectores, este libro tiene otro mensaje. Nos da una nueva oportunidad para sentirnos latinoamericanos. Nos dice que, hay que estar orgulloso de “los nuestros”. Que debemos aceptar que el título del libro de Luis Harss, era premonitorio, –“Los Nuestros”–, porque Cortázar, Fuentes, García Márquez y Vargas Llosa, son en efecto, hermanos nuestros que nos representaban; y que, en su valentía y fuerza para ponerse de pie y hacer de las narraciones, nuevas formas de comunicación dándoles a las palabras, esplendores y brillos novedosos, mostraron que todos -en todos los países y en los tonos hermosos del mestizaje latinoamericano- había la materia prima para el avance, el desarrollo, la creatividad y la novedad. Que no éramos la esperanza, sino que el futuro; y que, por primera vez, nos habíamos colocado en la delantera. Siguiendo los pasos de Rubén Darío, el primer latinoamericano que hizo temblar el mundo intelectual.

“Las Cartas del Boom”, además nos permiten a los lectores, entrar a la pachanga, a la fiesta entre amigos; y desde la conversación, conocerlos y hacerlos nuestros compañeros, humanizándolos y hermanándonos en las virtudes, en los defectos y en las mezquindades que acompaña la conducta de todos los seres humanos, incluso los más consagrados. Provocándonos, indudables sorpresas. Porque los lectores somos ingenuos. Creemos que basta leer Rayuela para conocer a Cortázar; o subrayar “La Ciudad y los Perros” para volver transparente a Mario Vargas llosa; o recitar, como hacen amigos médicos párrafos completos de “Cien Años de Soledad” para decir que conocen a Gabo; o, explicar desde la lectura de la “Región más Transparente” para sostener que tienen amistad y conocimiento total de Carlos Fuentes. Después de leer más de 400 cartas que se intercambiaron en un periodo que va desde 1955 hasta el 77 de noviembre de 1975, descubrimos muchas cosas. Que no los conocíamos bien. Que Fuentes es de todos el más cosmopolita, el que tiene más vocación por los contactos, por la búsqueda de oportunidades; y el primero que, entiende que ellos, son una avanzada de escritores llamados a innovar el idioma, darle vida a la novela y hacer de América Latina un continente de respeto. Si nos exigieran un líder del Boom, escogeríamos a Carlos Fuentes. Es el que tiene más espíritu de cuerpo. Y el que, en su ensayo sobre La Nueva Novela Latinoamericana, anticipa con juicio y habilidad, lo que ellos representaban para el mundo literario. Y el que, más defiende a sus compañeros de los desafortunados críticos, de los que llega a decir que “se dedican a hacer listas del cielo y el infierno literarios: invariablemente, en ese cielo habitan los “escritores” que representan; o puedan representar una canonjía burocrática para el “crítico” en cuestión. Octavio Paz, dice Fuentes, me escribe alarmado por un homenaje de nuestra intelligensia, encabezada por Arreola, al pedestre burócrata Torres Bodet, en el que se le compara con Proust, Horacio y Pericles” (Carta a Cortázar, 25 de septiembre de 1966, Cartas del Boom, pág. 165)

Pero si buscamos al más reflexivo, el más latinoamericano, el crítico capaz de anticipar la perfección de las cosas, escogeríamos a Julio Cortázar el que, además, es el más tímido de todos, el que rehúye las reuniones de escritores; y el turismo intelectual, el más tierno y humano, el que se compromete hasta el fin con lo que cree, que tiene asco de promover su obra y rehúye al auto bombo grupal: “no me gusta el sistema de comentarios recíprocos… me recuerda los peores vicios de revistas como Sur, que durante años consistió en una serie de notas en que un señor hablaba de otro a cambio de que el otro hiciera lo mismo con él, y así hasta el infinito” (Carta a Vargas Llosa, pág. 206). Y que, además, sabe que la única forma de ejercer la lealtad es desde la verdad. Por ello, es el que menos hace volar artificialmente sus libros. Es el de ego más bajo de todos. No es accidental que sea el único que no recibió el “Cervantes” y menos el Premio Nobel. Sus cartas, son literariamente, las más profundas de todas. Las más serias y las que más enseñan el oficio de la escritura y el doloroso trabajo de la crítica autentica. No es accidental que Rayuela, sea en términos experimentales, el Ulises que supera el Ulises de Joyce, en silencio; sin estridencias y, cohetería pueblerina.

Pero si de oficio se trata, o de profesionalismo hablamos, es en Mario Vargas Llosa en donde después de leer sus cartas, encontramos, los mejores ejemplos del escritor moderno, el más comprometido consigo mismo, con el oficio; y por ello, el más fiero y duro defensor de su individualidad y luchador indomable contra todas las fuerzas que pongan trabas a la libertad y al honor. Por eso, en las cartas hay claras referencias al tema de la libertad creadora, de la defensa de los principios, sin renunciar –y esto es muy interesante– a la continuidad, porque si hay uno de los cuatro que entiende que ellos no llegaron de fuera del mundo, sino que son fruto del mismo continente; y que, por ello, herederos del pasado, trabajadores de los mismos materiales y creadores de nuevas obras inmejorables, es Vargas Llosa. Y que, por ello están la obligación de honrar a los que le precedieron. En Vargas Llosa hay el reconocimiento a Carpentier, a Gallegos, Borges; e incluso a Asturias con el cual, ninguno tiene buenas vibraciones. Cuando Cortázar resiente de la modernidad creadora de Carpentier, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes, oponen argumentos y defienden que el escritor cubano, estuvo en la preparación del barro en el cual ellos construyeron las ánforas olorosas de sus novelas. Solo García Márquez que doblego la selva, es el único que se queja de la idealización del escenario brutal del bosque, que hicieron Gallegos, Rivera y otros naturalistas de la novelística hispanoamericana. O grita contra la fuerza brutal de “Doña Bárbara”.

Al final, el más humano, el más simple y más oloroso a tierra, agua y sol, como una flor del campo recién amanecido, es Gabriel García Márquez. En sus cartas, se nota que es el menos literato profesional de todos. Incluso, en la correspondencia de los primeros cuatro o cinco años, es notorio que su interés por la novela es, por razones pecuniarias, superado por las exigencias de la cinematografía en la cual, por lo demás, encuentra los recursos para una existencia de pobre escritor endeudado que sufre para llegar al fin del mes. Pero de todos, además, es también el más imaginativo, el más intuitivo; e incluso el más mentiroso. Su afirmación que nada es suyo, porque él simplemente es un notario que describe los hechos que le cuentan o que observa, es lo más novelesco de todas sus expresiones. Incluso el cuento que se encerró durante año y medio para escribir “Cien Años de Soledad”, es incierta e incompleta, porque en las cartas cuenta que sobrevivió, mientras tanto, escribiendo “churros”, para películas de mal gusto de la cinematografía mejicana. Y además, contrario a lo refirió, durante la escritura de Cien Años de Soledad, viajo a Colombia durante un mes.

En conclusión, si Fuentes fue el dandi, el diplomático sin igual y el hábil negociador, Cortázar el fantástico, la expresión más acabada del crítico sincero y fraterno de sus amigos, con el valor suficiente para emitir juicios que ellos casi siempre soportaron; y el que escribiera las cartas más largas; y Vargas Llosa el orgulloso, trabajador disciplinado y meticuloso, García Marques es al final el más informal, el más caribeño, más bromista, dicharachero y el menos cuidadoso de las fórmulas de las relaciones sociales; pero, posiblemente, el más imaginativo e innovador de todos ellos. Manejando la materia más inesperada: el tiempo y el tamaño de las palabras, logra redondear un mundo literario como si fuera un nuevo Dios que viajara a crear la tierra.

En conjunto, es extraordinaria la fraternidad que muestran los Cuatro del Boom. El cariño y el interés por la obra de los otros, es un fenómeno singular en un continente de la envidia y la destrucción obligada de los demás. La confianza de intercambiar borradores buscando la opinión de los otros sobre la calidad de lo que escriben, es ejemplar. Lo que me parece raro es que Fuentes se los envié a María Félix, que nos parece fuera de esta pachanga. Se interrogan sobre los costos de vida en Roma, Londres y Barcelona. “En México es buen negocio trabajar y mal negocio escribir” (García Márquez Vargas Llosa, diciembre de 1966, pág. 181) E incluso, la tolerancia, en el manejo de las diferencias, incluidas las dos más dolorosas que les tocó enfrentar: la postura frente al estalinismo literario cubano y el puñetazo que le diera Vargas Llosa a García Márquez en 1976, tiene mucho de singular. El que le tema político no haya sido esgrimido y que no haya interrumpido las comunicaciones abruptamente, es digno de considerar. El tema cubano, es la línea roja entre los cuatro, aunque todavía no lo sabe. García Márquez, hace unas declaraciones caribeñas que no lo honraran cuando caiga en brazos del “encantador” Fidel Castro.

Y la forma como los sobrevivientes asumieron la pelea entre García Márquez y Vargas Llosa, aunque haya sido posterior a la muerte de Cortázar y Fuentes, no deja de ser ejemplo de amistad. El silencio metálico mutuo que, mantuvieron dos amigos que incluso en la “enemistad”, en las cartas interrumpidas para siempre, siguieron siendo amigos. Demostrando que, en las cosas del afecto, no hay límite alguno.

En fin, más que un libro es una obra, repetimos, de arqueología literaria para los más jóvenes. Por su medio pueden conocer las raíces de un movimiento de enorme creatividad literaria que conmovió los estamentos mundiales. Y establecer, un punto de partida para entender, desde las nuevas generaciones, que la tarea continua. Que ellos hicieron lo suyo. Mario Vargas Llosa el sobreviviente lo sigue haciendo. Pero los nuevos narradores, tienen que seguir el sueño de Fuentes, el orgullo de Cortázar, para desde el disciplinado oficio de Vargas Llosa y la imaginación desbordada de García Márquez, continuar con el lustre melodioso de la palabra y la luz de la creatividad, iluminando el mundo, con sueños y viajes inimaginables para todos los lectores del planeta. Sin matar al padre, sin desprestigiar a los antecesores; simplemente, tomando el testigo y continuar corriendo contra las tinieblas, en busca de la luz.

Conocí a tres de ellos: Fuentes, Vargas Llosa y García Márquez. Conversé con García Márquez y Vargas Llosa. Los sigo haciendo con Vargas Llosa cada vez que nos encontramos en el mundo, especialmente en Madrid, en la sede de la RAE. He leído con disciplina a Julio Cortázar. Por ello, reconozco que ha sido un honor ser sus contemporáneos, hermanos latinoamericanos, nacionalidad que ellos descubrieron en París. Y haber tenido el placer de leer y vivir, sus obras. Y ser mejor. Porque después de leer “La Muerte de Artemio Cruz”, “La Región Más transparente”, “Rayuela”, “Las Armas Secretas”, “La Ciudad y los Perros”, “La Guerra del Fin del Mundo”, “Conversaciones en la catedral” “El coronel no tienen que le Escriba”; y “Cien Años de Soledad”, no se puede ser el mismo. Ellos, nos cambiaron la vida, haciéndonos diferentes a todos, sus lectores que, celebramos haber sido parte de la pachanga que ellos organizaron para todo el mundo, poniéndolo patas arriba. Gracias a lo cual, nos pudimos ver diferentes y mejores que cuando nos enseñaron otros, que los latinoamericanos éramos un invento francés; o una simple operación de mercadeo para ofender a España y degradar al español. Porque sin el Boom, no seriamos lo que, hoy somos. “Las Cartas del Boom”, es, además, un buen libro. Bien editado. Muy respaldado con notas prolijas y citas confiables. Es el acta de nacimiento de un continente, vivo y vibrante. De una población letrada en marcha. Orgullosa de su identidad, Tegucigalpa, Honduras, octubre 2 de 2023.

 

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