Por: Rodolfo Dumas Castillo
Con total desconsideración hacia nuestros conciudadanos, Costa Rica adoptó la medida de incluir a los hondureños en la lista de nacionalidades sujetas a la obligación de obtener una visa consular para ingresar a su territorio. Sorprendentemente, esta decisión se materializó sin previo aviso, justo días antes de la conmemoración del “Día de la Integración Centroamericana”. La respuesta de Honduras, rápida y firme, no pudo ser otra que aplicar criterios similares, siguiendo el principio de reciprocidad. Lamentablemente, ambas determinaciones llegan en un momento crítico, complicando lo que debería ser un periodo de mayor cohesión y colaboración entre naciones hermanas, especialmente frente a los considerables desafíos y graves riesgos que se presentan a nivel mundial.
Sin embargo, al escuchar las declaraciones ofrecidas en conferencia de prensa por el ministro de Seguridad y el presidente de Costa Rica, se hace evidente que el anhelo de unidad regional está notablemente ausente de sus mentes y propósitos. De hecho, llegan al extremo de afirmar categóricamente que, en este asunto, las implicaciones económicas quedan en un segundo plano, ya que se trata, según sus palabras, de una cuestión de “seguridad nacional”. En sus argumentos, los funcionarios apelan a su “derecho soberano” de implementar esos procesos, aduciendo una inexistente “intromisión” de Honduras en los asuntos internos costarricenses. Esa conferencia de prensa solo sirvió para confirmar la naturaleza torpe e injustificada de la decisión, la cual, además, está impregnada de soberbia y socava la armonía entre vecinos.
Costa Rica, que se enorgullece de ser un bastión de progresismo, parece haber extraviado la esencia fundamental de la colaboración regional, mientras que la respuesta de Honduras sirve como un recordatorio elocuente de que la soberbia tiene un costo tangible y subraya las consecuencias de actuar con arrogancia en un espacio donde la cooperación debería ser la norma, no la excepción.
Nuestra región ha enfrentado desafíos compartidos a lo largo de décadas y actualmente exige solidaridad en lugar de cerrar puertas. Las acciones emprendidas por Costa Rica debilitan el frágil entramado de la integración regional, minando la confianza y sembrando discordia entre naciones que deberían estar unidas. Los impactos económicos de esta situación ya comienzan a sentirse con menor turismo, fronteras congestionadas y obstáculos en los intercambios comerciales, entre otras situaciones que complican los esfuerzos de los sectores productivos regionales, por impulsar el comercio y crear oportunidades de empleo en medio de una crisis económica global.
Sobre la medida, el expresidente Oscar Arias expresó lo siguiente: “Desde que fusilamos a Francisco Morazán un inolvidable 15 de septiembre, no habíamos tomado una decisión tan equivocada como exigirle al pueblo hondureño visa para visitar nuestro país”, pasando a concluir que “lo que cabe ante una disposición tan perjudicial es rectificar”. Sin embargo, por ahora parece que el gobierno tico persistirá en su error y no revertirá la decisión.
No es extemporáneo señalar que al fundamentar la decisión en “razones de seguridad nacional”, ese gobierno demuestra que carece de una administración y estrategia eficaz en esa materia pues, aun asumiendo que unos cuantos actores criminales en ese país sean originarios de Honduras, no es castigando a toda una nación que resolverán la penetración de grupos delincuenciales en su territorio. Es como que Honduras decidiera prohibir el ingreso de nacionales ticos solamente por que unos pocos se dedican al lavado de activos, a la explotación sexual o al tráfico de drogas. De ser así, ese tipo de medidas aplicaría a casi todo el mundo pues nadie está exento de contar con actores criminales.
Como desearíamos que este tipo de decisiones no existieran, sobre todo entre naciones hermanas, y que el ideal centroamericano se impusiera a las actitudes populistas de gobernantes ineficientes. Por ahora solo nos queda confiar en que quienes gobiernan esa nación hermana recuperen en sentido común y dejen de conspirar contra estos anhelos de los ciudadanos de Centro América; que comprendan que nuestros países tienen enemigos comunes: la pobreza, el subdesarrollo, la desigualdad, la delincuencia, el crimen organizado transnacional, el deterioro del ambiente, entre muchos otros. Esos enemigos solo se pueden enfrentar con unidad de propósito y cooperación, nunca con exclusión o discriminación.
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