LO que acaba de suceder en Ecuador es por mientras. Quien asume, para terminar el período del mandatario que se despide, virtud de la muerte cruzada, apenas tiene tiempo suficiente de completar el término que se acaba en mayo del 2025. Y la princesa no está para tafetanes. La votación –favorable a un joven empresario hasta ahora bastante desconocido, de no ser por el apellido del papá que compitió y perdió contra Correa en la segunda vuelta del 2005– solo es evidencia que una gran mayoría del electorado finalmente se despabiló de las políticas ruinosas del exgobernante prófugo en Bélgica; y lo que es el colmo, en un país rico en recursos minerales que derrocharon y de activos estratégicos que dilapidaron. La alfil del correísmo, a la que venció Noboa, solo era una pieza en el tablero, usufructuando –suficiente para ganar la primera vuelta electoral– de la base partidaria del padrino. No fue ella –también otra incógnita– la que al fin de cuentas perdió la elección. Gozó del apoyo de esa infraestructura, pero también le tocó pagar el precio del rechazo popular a lo que esos gobiernos le hicieron a Ecuador.
Todo ello sucedió pese a que el gobierno de quien reemplazó al correísmo fue un desastre. Lenin –comenzó siendo un correísta sumiso a su jefe mientras ejercía la vicepresidencia– una vez que se sacó el premio gordo se le dio vuelta. Pero el país continuó en descenso, por supuesto, que a consecuencia de las malas políticas de su antecesor que le reventaron en la cara y que no pudo revertir. Más bien exacerbó la ya deplorable situación. Esa caótica realidad fue la heredada por el gobierno que no pudo terminar su mandato arrinconado por conflictos. Y peor aún, sin apoyo de un Legislativo controlado por los opositores. A tal grado que cuando le entablaron juico político para sacarlo optó por irse y sacarlos a ellos también, recurriendo a la gracia de la muerte cruzada. Y es que administrar, gozando de recursos abundantes mientras se destartala el país, es fácil. No toma ahínco alguno, ni capacidad, ni talento, más que la habilidad mentirosa de vender a la gente espejismos que, tarde a temprano, se desvanecen del todo para mostrar, a propios y extraños, la imagen traslúcida de lo que es real. Lo complicado es arreglar el estropicio inducido a la economía y a la sociedad de varios períodos –haciendo diablos de zacate de la Constitución– de barrenar grandes agujeros en sus cimientos. Así que quien sabe si en el corto tiempo que se ganó de administración, el que llega pueda reponer lo desecho y corregir el descomunal desorden que recibe. Sin ánimo de agoreros, pero ese alborozo con que hoy celebran podría ser alegrón de burro. Ojalá no, ya que nadie con sentido de solidaridad desea que a ningún pueblo le vaya mal. Porque la verdad, monda y lironda, la gente es la que irremisiblemente paga los desmanes de sus gobiernos.
(Lo que decíamos ayer –entra el Sisimite– que se le ahumó el ayote a aquel que dijimos que amenazaba regresar dizque “por la puerta grande”. ¿Y ya viste –interrumpe Winston– lo que dijo del resultado de la elección? -Pues no había visto –responde el Sisimite– pero ahora que me lo mostrás, leo que lejos de ser humilde y aceptar la decisión del pueblo, pone que “hasta se asesinó un candidato para evitar nuestra victoria”. -¡uy! –interviene Winston– ni siquiera dignarse mencionar el nombre del difunto, aparte de la falta de hidalguía democrática de no aceptar un limpio resultado electoral. -¿Y Villavicencio, QEPD –cuestiona el Sisimite– el periodista y candidato asesinado en la primera vuelta, no era un acérrimo crítico del correísmo? Pero seguí leyendo lo que puso: “La traición de Lenin Moreno sigue causando estragos”. -O sea –solloza Winston– que solo hay que tomar en cuenta las traiciones a la egolatría de alguien; ¿pero y las traiciones al pueblo, en que quedan?).