BARLOVENTO: Actualidad agotadoramente farragosa
Por: Segisfredo Infante
Cada fenómeno social, económico, político y militar, se mueve como un péndulo entre las cosas estructurales y coyunturales, de tal modo que muchas veces resulta difícil identificar las diferencias entre lo sustantivo y lo superficial, entre lo subsistente y lo fugaz, entre la verdad y la mentira, entre lo centrípeto y lo tangencial, entre la solidaridad humana y las intrigas antifraternas. No obstante, tales afirmaciones que establecemos de entrada con el objeto de deducir explicaciones lógicas del mundo actual, las cosas y los fenómenos poseen raíces históricas reales, sean lejanas o cercanas. Tales raíces pueden ser aéreas, verticales, jóvenes, maduras, antiguas, profundas y horizontales, según se trate del árbol histórico frondoso, o raquítico, que estemos fotografiando con pericia visual y alta responsabilidad racional, en la medida que ello sea posible. Porque también podemos autoengañarnos, transitoriamente, con nuestras percepciones y apreciaciones.
Los pensadores griegos de la línea de Parménides, Demócrito, Sócrates y Platón, fueron quizás los primeros en enterarse (con diferencias entre ellos mismos) que nuestros cinco sentidos, podrían engañarnos respecto del mundo sensorial y fugaz inmediato que cada día suena y atraviesa frente a nuestros ojos desconcertados. Varios filósofos, historiadores y científicos posteriores, en el curso de los siglos, se han encargado de confirmar aquellas intuiciones geniales, que fueron sistematizadas, originariamente, por Aristóteles, Aristarco de Samos, Arquímedes, Eratóstenes y los diversos seguidores de la escuela del legendario Euclides. Lo mismo que por los médicos que aprendieron, antes y después, el arte de diseccionar y embalsamar cadáveres en el Antiguo Egipto.
Aparte de los graves acontecimientos regionales y mundiales, este artículo se inspira, hasta cierto punto, en un viejo libro de contabilidad marginal, que leí hace muchos años, en donde se habla del “océano de datos” tantas veces imprecisos con los que trabajan los expertos en contabilidad de costos. En un momento de mi vida fui perito mercantil, por eso me interesaban aquellas “antiguallas” bibliográficas, que hoy de cierta manera adquieren actualidad (con la famosa “Big Data”) en un mar salpicado de informaciones, desinformaciones, ofuscamientos, tragedias y ambigüedades. Aquí habría que indagar la posible diferencia entre los datos y los hechos reales, y aprender a diferenciarlos, en tanto que un dato puede ser muy impreciso y vago, inclusive falso, mientras que la información integral sobre la realidad de los hechos crudos inmediatos y lejanos, permite la verificación sistemática y la construcción de la “Historia” científica como ciencia particular. (“Historia” con “H” mayúscula).
Me parece que nunca antes en el devenir sinuoso de las civilizaciones y culturas, habíamos recibido tantas avalanchas continuas de informaciones y desinformaciones entrelazadas, especialmente en las “redes sociales” que angustian, y a veces alegran, nuestras precarias existencias. No sabemos, en la mayoría de los casos, si las noticias y videos que llegan a nuestros ojos y a nuestras manos son reales, falsos, ambiguos o bromas exageradas, de mal gusto, respecto de acontecimientos generales o particulares en diversos puntos del planeta. O si acaso son distorsiones completas de los hechos singulares que los historiadores científicos del futuro tendrán que procesar, verificar y encontrarles el cauce de una segura e imparcial interpretación. El libro de contaduría moderna arriba insinuado, sugiere que “hay que depurar los datos” en un noventa y cinco por ciento (95%), es decir, reducir las inconsistencias a su mínima expresión, lo que significa que conviene “reducir el conflicto a sus raíces básicas desnudas”. El libro se refiere a los conflictos de datos contables, pero se puede inducir tal sugerencia como aplicable a los conflictos humanos. (En tal horizonte de ideas existe, a la par, la “historia cuantitativista” estadounidense).
Estamos agobiados con esas toneladas de informaciones y desinformaciones mezcladas, agotadoras y farragosas, a tal grado que además de hablar del “océano de datos”, se podría añadir el título de un libro de literatura del filósofo español-catalán Eugenio D’Ors: “Oceanografía del tedio”, publicado en Madrid en 1921, poco después de la “Primera Gran Guerra”, una época que fue propicia a los existencialismos europeos y otras tendencias de pensamiento, como el “arielismo” latinoamericano.
No queda más opción que intentar serenarnos; o buscar en forma racional las raíces fragmentarias, pero también los escenarios integrales, de los hechos históricos comprobados, locales y mundiales, respetando a las diversas culturas milenarias que coexisten en la nave terráquea, lo mismo que a las civilizaciones consolidadas. En tal horizonte se vuelven indispensables, tarde o temprano, las vastas lecturas y las reflexiones sosegadas del mayor número de individuos y agrupamientos responsables.