PESE a que no es común ceder el espacio de esta columna de opinión a actos conmemorativos de empresas particulares, hay casos excepcionales que lo ameritan. Digamos, porque cien años de existencia de una empresa mercantil es ejemplo de perseverancia; de una actitud resiliente para no desanimarse a lo largo del dilatado camino lleno de aristas y de obstáculos a la inversión privada. Es un acto encomiable de confianza y amor al país perseverar frente a la mal concebida creencia –imputable a cierta mentalidad mezquina– que desprecia el aporte de empresarios luchadores al bienestar colectivo, como forjadores de riqueza nacional, fuente de trabajos, de ingresos al fisco, y del necesario desarrollo que mueva, para que la nación avance, los oxidados engranajes del atraso que se padece. Otras razones, que caen entre lo accesorio, es que se trata de un fiel cliente de este rotativo. Que, contrario a los cortos de visión dentro de ese gremio empresarial, entienden la inversión en el medio de comunicación como una arma poderosa para preservar su buena imagen institucional.
Lo que otros comerciantes –extranjeros y locales que usufructúan el mercado sin conciencia solidaria a la sociedad– no han logrado digerir. Que un negocio es mucho más que solo comprar y vender –que, dicho sea de paso, mucho de ese equivocado concepto que se tiene de ellos es porque no han logrado cimentar una buena imagen entre la opinión pública– ya que la responsabilidad empresarial trasciende lo meramente mercantil. Quienes tienen más que perder debiesen ser los primeros interesados en contribuir a que el clima democrático y de relativa paz social, que requiere de los pesos y contrapesos para el sano equilibrio –siendo la prensa, en su rol tutelar de la libertad de expresión, el principal contrapeso para evitar los abusos– no vaya a sufrir deterioro. Quien no tenga sentido para invertir en la defensa de las libertades que no se queje más tarde si pierde la propia. A quien no le interese gastar en aquello que cuida de su interés que no lamente algún día perderlo y darse cuenta que no era gasto. Pues bien, dicho lo anterior, tanto Allan Flores como su hija Aline, han de sentirse orgullosos de esa celebración de los 100 años del grupo “Grupo Flores”, popularmente conocido como “Valentín Flores y Compañía”. No solo por el trabajo arduo y servicio a la ciudadanía hondureña, durante todo ese duradero trayecto de realizaciones, sino especialmente porque su compromiso hacia el país cae en el esquema de la “responsabilidad social empresarial”. Sin duda las personas que integran –desde hace varios años y décadas– esta empresa centenaria, recordarán el momento histórico en que don Valentín Flores Cabrera fundara el “Garaje Flores”, que en aquel entonces ofrecía el servicio de un pequeño taller popular para reparaciones mecánicas, mismo que con el paso de los años se convierte en una empresa encargada de comercializar vehículos de marcas líderes y de alta calidad.
Otro emblema del “Grupo Flores”, dentro del marco de la responsabilidad social empresarial, es su aportación en temas ambientales y en distintos niveles fraternales, como beneficiar a muchísimas personas mediante campañas comunicacionales de seguridad vial, importantes becas académicas para colaboradores y sus hijos, incluyendo una plétora de capacitaciones en las nuevas tecnologías de mecánica automotriz. El “Grupo Flores” es signatario del “Pacto Global de las Naciones Unidas”, cuyo modelo de negocios está conectado con los “Objetivos de Desarrollo Sostenible”, lo cual incluye la lucha contra los desórdenes climáticos, el bienestar de la comunidad y la educación y oportunidades para niños y jóvenes. A propósito de los cien, una frase de José Ortega y Gasset: “En cada paso que damos en la vida pisamos cien senderos distintos”. O la otra ocurrencia de otro español: “Más valen cien porsiacaso, que un yopenseque”.
