SE nos quedaba rezagado este mensaje de un parlamentario con quien compartíamos butacas en los pocos meses que integramos el PARLACEN: “Este realista editorial de hoy –expresa el buen amigo– me recuerda cuando puso en su lugar al entonces prepotente presidente de Costa Rica Solís que –queriendo diferenciarse de los demás países a costa de aporrear el cuestionado organismo regional– se atrevió en la plenaria a desmerecer a todos los expresidentes de la región generalizando que iban allí a buscar inmunidad. No sospechó, ni mucho menos imaginó, que frente a él tenía al estadista hondureño”. “Y le tocó escuchar la cátedra que dio de la integración, desmoronando sus prejuiciadas suposiciones –usted que nunca participaba en el pleno– y a medida que oía su exposición, con voz sutil y prodigiosa oratoria, se iba desencajando”. “Lo hizo entender (tragarse sus palabras y disculparse) ante el orgullo de la bancada hondureña y la del resto de países del área, que se pusieron de pie para aplaudirlo, que no todo era despreciable, que no debía desmerecerse ningún esfuerzo por integrarse, como además había habido jefes de Estado íntegros y capaces”.
Se refiere a los párrafos de este editorial: Dejamos constancia que, a Costa Rica –nada que ver con la inflada imagen, (a veces lindando con petulancia), que sus gobiernos se atribuyen, suponiéndose harina de otro costal en una región de cenicientas– por gestos elogiables de su pasado democrático, se le tiene especial gratitud. Fue el gobierno de don Pepe Figueres que generosamente dio albergue a los hondureños desterrados de la dictadura, en los tiempos aciagos aquellos, del eclipse democrático que oscurecía al país. Entre ellos, a José Ramón Villeda Morales, emblemático líder del liberalismo, Paco Milla Bermúdez, presidente del CCEPL y al director fundador de La Tribuna, periodista Óscar Armando Flores Midence quien, para esos días, dirigía Diario El Pueblo, vocero oficial del partido. El destino inicial de los expatriados era República Dominicana –quizás, para que cayeran en la hoguera de Rafael Leónidas Trujillo– sin embargo, por gestiones de la Embajada Americana, los desviaron a Guatemala. Allá la otra dictadura de Castillo Armas les dio 48 horas para abandonar el país. Buscando hacia dónde agarrar, don Pepe, en comunicación telefónica, les dio la grata noticia que eran bienvenidos en Costa Rica, que ya hospedaba a otros líderes políticos continentales, también expulsados por espurias cofradías. Leímos en las noticias, que la razón esgrimida por la cancillería hondureña –apelando al gobierno costarricense recular la medida unilateral de la visa– era que eso entorpece la integración regional. Sin embargo, la integración no es ningún atractivo para ellos. Más bien le hacen las cruces ya que les gusta promocionarse en el mundo como algo distinto de sus hermanos centroamericanos. Y no dejan de tener cierto éxito proyectando esa impresión, más perteneciente al pasado –cuando Costa Rica era democracia no así los demás– que al presente.
Hoy todos los países de la región, con sus pequeñas diferencias, se parecen. Padecen los mismos problemas y sufren iguales reveses. Si bien allá se distinguen en lo educativo, lo muy distinto es más una percepción de antes que de la actualidad. Como les disgusta hablar de integración –pese a que nadie afuera ve la región diferenciada por sus unilateralidades, sino al bulto de pintorescos paisajes acabados– no integran varios organismos regionales. Pero, con todo y el desprecio a los entes regionales, les encanta apuntarse a todo cargo que se abre en los organismos internacionales. No hay uno al que no aspiren y bajo la pompa del espejismo, dizque son distintos, muchas veces los consiguen. El tal principio de la integración regional –la fortaleza de los bloques– solo es bueno a la hora de proponerse a esas elevadas chambas de la burocracia internacional, cuando buscan el apoyo de las “cenicientas”, dizque para que quede representada la región. Como sucede ahora, que andan detrás de la presidencia del BCIE, para reemplazar al hondureño que está; cargo que el país debiese conservar si, después de todo, aquí está la sede. (Si no sabías –entra el Sisimite– este es el cuento. Al concluir su gestión administrativa no pensaba incorporarse al organismo. Sin embargo, fue; más por cortesía al presidente y directivos del ente regional que viajaron a Tegucigalpa con el único propósito de animarlo a asistir, siquiera a las plenarias. –Algo me habían contado –interviene Winston– resulta que, en ejercicio de la presidencia, fue anfitrión de un evento en San Pedro Sula al que concurrió el pleno del ente regional. Posiblemente se sintieron halagados por el conceptuoso mensaje integracionista que escucharon de su boca en momentos cuando el PARLACEN era vilipendiado por otros gobiernos. – Pues sí –interrumpe el Sisimite– no es culpa de los diputados que los creadores no les dieran facultades vinculantes. Y allá hablan para que las paredes los oigan, porque sus decisiones no son obligatorias a terceros. -También supe –agrega Winston– que cuando tocaba elegir una nueva directiva, y los bloques de todo el cónclave, espontáneos, le ofrecieron la presidencia que le tocaba a un hondureño, optó por no regresar. -¿Y qué sucedió –pregunta el Sisimite– con la tentadora cantidad de dólares que pagan? -Pues, entiendo –responde Winston– que hasta ahí llegó la beca).