Por: Juan Ramón Martínez
La mayoría, no tiene idea de las dificultades. De las del pasado; tampoco las del presente. Una minoría lo sabe, desde hace mucho. Y, por interés, cobardía; o maldad lo callan. Lo peor, esa minoría, tiene en las manos las llaves del país, pero echa suerte sobre las desgracias; y, las aprovecha criminalmente. Y mienten, no solo individualmente, sino que ahora, por primera vez, quieren construir un relato de las dificultades, impuesto a su manera; y, por cortesanos ilustrados, historias para que al consumirlas los prescindibles (los votantes), apoyen al poder que amenaza su futuro, de sus hijos y sus nietos. Confirmando que los políticos, tienen muchos años que saben que no avanzamos en la velocidad debida; que no hay rumbo definido; y que la falta de capacidad para ponernos de acuerdo, sacrificando egoísmos ante los objetivos nacionales, crea la mayor debilidad para el país. Y que como aquí, no sabemos para donde vamos, cualquiera con sus caprichos, establece una ruta que, cuatro años después, los otros irresponsables, cambian; derrochando recursos; o creando nuevas enemistades. Girando, como niños, sobre nosotros mismos.
Bien dicen, Bruce Bueno de Mezquita y Alastair Smith: “la mala conducta es casi siempre buena política” (Manuel del Dictador). Desde hace mucho, algunos saben que, todo bien para los políticos, es – en el desorden y la anarquía mental en que vivimos—un daño general. De forma que, lo que beneficia al gobierno, afecta los derechos ciudadanos, acercándonos a la tiranía de las minorías que controlan el poder. El poder, aunque luce concentrado en una sola persona, es ejercido por un grupo no siempre tranquilo, en el que podemos identificar a los votantes, –siempre inocentes y prescindibles–, los aliados sustituibles; y, el núcleo duro, es decir, los imprescindibles. Carías tuvo que pagar, con recursos públicos, la adhesión de sus imprescindibles. Porque aquí, — confirmado por la historia política-, nadie busca el bien común, sino en procura de lo suyo. López Arellano logró conseguir el apoyo de los votantes para elegirse en 1965. Después, deshacerse de los prescindibles: Partido Nacional y Ricardo Zúñiga; pero no evitar caer a manos de los imprescindibles: el Consejo Superior de las Fuerzas Armadas que, lo destituyó en 1975.
Ahora, el “caudillo” es Zelaya. Logró con los votos de la mayoría de los prescindibles, elegir a su mujer como presidente. Algo inédito. Carías nunca consiguió que un hijo suyo le sucediera. Zelaya lo logró con tres aliados sustituibles: los disgustados nacionalistas con JOH, los independientes encolerizados; y, el apoyo de Nasralla. Sellado por los imprescindibles que lo acompañan a cambio de cargos y sinecuras del poder. Tanto los universitarios que el débil capitalismo no ha podido integrar a sus planillas, como los grupos institucionales: las Fuerzas Armadas, los intelectuales, los maestros y los empresarios que creen que las cosas irán mejor con los Zelaya gobernando. Los imprescindibles no apoyan a Zelaya por patriotismo. Están refundando al país, viviendo siempre del negocio de la explotación de las desgracias nacionales. Pueden cambiar de líder si alguien, les ofrece más. O, se lo imponen, las circunstancias como lo hicieran con Carías y López Arellano.
Los imprescindibles, son pocos. Parientes, fieles seguidores, empresarios, intelectuales orgánicos; y, aliados internacionales, que usan a Honduras para debilitar a Estados Unidos y a la UE. Chinos, venezolanos, rusos, etcétera: (mejicanos, colombianos, rusos, ecuatorianos, salvadoreños…). Pocos; pero, duros. Muy poderosos.
Ningún poder es monolítico; tampoco eterno. La vía electoral es la salida democrática para rectificar los errores de la elección anterior. Pero está llena de trampas. La revuelta de unos en contra de todos, es un riesgo impensable. La crisis centroamericana, la descomposición de México y Colombia; y el fin de Cuba, tienen efectos negativos. Pero no solo eso. Los sustituibles (el electorado) están sometidos a un proceso de adoctrinamiento, liderado por los maestros — como gremio– que parados sobre la cátedra; en vez de servidores, ahora son “jefes” de los zombis empujados al abismo, enseñando verdades, “fake news”; o estupideces. El mecanismo que daba garantías, amenazando a los líderes máximos con la rebelión que faculta la Constitución, esta oxidado; en manos de burócratas que, no vacilan en vender las banderas al “líder máximo” que, reparte todo.
Igual con Carías y López, el “líder máximo” puede salir. Por voluntad de los insustituibles (“siete intentonas”). Policarpo Bonilla, por fallecimiento.