LETRAS LIBERTARIAS: La libertad hay que ganarla, nadie la regala
Esperanza para los hondureños
Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo)
No resulta fácil explicar el significado de la libertad. En principio, porque es un término muy manoseado, y objeto de múltiples significados, según la conveniencia del que la usa. A pesar de ello, la gente da por sentado que vivimos en plena libertad por el hecho de no estar aprisionados en ningún calabozo, que podemos salir a la calle cuantas veces se nos antoje; reunirnos con quien queramos, o movilizarnos sin cortapisas de ninguna especie. ¡Es tanta la libertad que gozamos, que hasta los malandros hacen de las suyas! En otras palabras, la libertad es un término incomprendido que casi nadie valora. Y he aquí el problema.
Nos preguntamos entonces, ¿por qué algunos sectores de la sociedad se quejan de no gozar de ciertas libertades, mientras otros aseguran disfrutar de las bondades que ofrece el sistema social en el que viven? Primero, nos dimos cuenta de que la libertad puede medirse utilizando ciertos parámetros. Por ejemplo, el Índice de Libertad Humana (ILH) de Freedom House, mide tres aspectos básicos en cada país: la libertad personal, la civil, y la económica, de las que se derivan otros cálculos de vital importancia. Después de licuar estos tres ingredientes, podemos evaluar el grado total de libertad que existe en Honduras. Según el ILH, a pesar de toda la propaganda oficial, estamos en peores condiciones que en las décadas anteriores. Si revisamos el informe del 2022, nos daremos cuenta de que la economía, la salud y la inseguridad siguen asfixiando nuestras posibilidades de alcanzar la plenitud como seres humanos. En otras palabras, nuestra calidad de vida no se parece en nada al ideal de libertad que tanto se parlotea en la política.
Si muchos países se encuentran en una posición ventajosa, ¿por qué la gente protesta masivamente en lugares como Hong Kong, Chile e Irán, tres sistemas políticos tan disímiles en cultura, pero prósperos en lo económico? Porque el desarrollo económico no basta por sí mismo para garantizar una libertad absoluta, tal como lo plantean los grandes economistas como Amartya Sen, o en el pasado, John Rawls.
¿De qué sirve, entonces, la libertad de empresa cuando prevalecen los oligopolios protegidos por el Estado, o la libertad de locomoción si los delincuentes pululan por doquier? Podemos seguir interpelando: ¿Para qué necesita la libertad un obrero, un empresario, un maestro o un periodista? Cuando le reprocharon a Lenin la falta de libertades en la URSS, este preguntó impasible: ¿Libertad para qué? Precisamente eso es lo que queremos evitar: que, en nombre de la libertad, se sacrifique la libertad misma a través de sistemas despóticos y elitistas que asfixian las posibilidades humanas. Sistemas indolentes, como los que hemos tenido en Honduras donde las libertades se han ido hacia otro lado.
En Honduras, la libertad de empresa, de elección política, de libre asociación, se convirtieron en licencias exclusivas para élites empresariales, partidistas y gremiales. Nada de eso se asemeja a la libertad que se proclama en los medios y en la propaganda oficial; lo que tenemos es un sistema político excluyente, institucionalmente incapaz de ver los daños cívicos y el “malestar organizado” al que se refería Judith Scklar. “De los marginados de ayer, los vengadores del mañana”, sentenciaba la filósofa liberal.
Deducimos, entonces, que la libertad no es cuestión antojadiza que se decreta en los medios oficiales: hay que ganarla a pulso -como decía Ayn Rand-, todos los días, vis a vis en el terreno de la dialógica institucional, no por imposición antojadiza de un populista, sino por presiones sectoriales. No podemos seguir esperando a que los políticos cambien las cosas haciendo lo mismo de siempre. Los indicadores de libertad, como los de Freedom House, tendrán que convertirse en la brújula para alcanzar una libertad plena, de la que tanto han alardeado nuestros políticos demagogos.