INSÓLITO Ahora es que el gobierno “tico”, después de la ofensa al país exigiendo visa de entrada a los hondureños –metiéndolos al mismo canasto de otros países de donde les llegan los huidos de regímenes despóticos en masivas peregrinaciones– quiere que los hondureños se “sensibilicen” y acepten distinciones, entre transportistas y el resto de los nacionales. En otras palabras, que Honduras convenga –escarnio sobre agravio– la discriminación de unos, de los más, para beneficio de otros. Resulta que el interés de los “ticos” es que no sufra su negocio de las babosadas que venden y compran –que para llevarlas y traerlas ocupan del transporte terrestre– pero que se amuele lo que no caiga en su mezquina conveniencia. En vez de recular la metida de patas, con su medida unilateral de exigir visa de entrada a todos los hondureños –demagogia mediática para quedar bien con su opinión pública dizque “la seguridad toma precedencia sobre cualquier interés de la integración”– ahora esperan que Honduras se acomode a sus pretensiones.
Ah, habría que presumir, que quien no sea transportista debe someterse a escrutinio y demostrar –como si los hondureños que se van agarran al sur y no al norte a la “tierra prometida”– que no es delincuente. ¿Y es que la integración alguna vez ha sido un compromiso suyo? Si la pretensión de siempre ha sido venderse al mundo como algo distinto del resto de la región. Harina de otro costal –delirio de su pasado democrático (ejemplar, es cierto), cuando los caretos pasaban por eclipses constitucionales– que todavía hoy, en quimérico desvarío, no conciben mezclarse con “las cenicientas”. Alguien debiese decirles –con satisfacciones anticipadas si les molesta que lo hagamos nosotros– que pongan los pies en la tierra. Aparte de lo educativo –egoísmo sería no reconocerlo– hoy son fécula común; la misma masa de almidón percudido con el resto de sus vecinos. Con iguales problemas y parecidas limitaciones. Nadie de afuera ve a ninguno de estos pintorescos paisajes acabados diferenciado en individualidades, sino a la pequeña región del montón de tuquitos golilleros, todavía renuentes a integrarse, siquiera para de la unión hacer la fuerza, en un bloque más compacto. Dicho lo anterior, en el poco espacio que queda, pasamos al interactivo del colectivo: “Como me río –mensaje de una buena amiga– con esos diálogos de Winston y el Sisimite que hoy volvió a ponerse poético”. “La de los tafetanes sí era Magdalena”. Se refiere a esta conversación: (Otra abogada amiga: “Buen día mi presidente, yo creí que la frase era “la virgen no está para tafetanes”. Esto le contesta Winston: “En realidad, la más conocida pudiese ser: “No está la Magdalena para tafetanes”. Pero, esa frase “la princesa no está para tafetanes”, dice el editorialista que de niño la aprendió leyendo los editoriales de su padre, el periodista Óscar A. Flores, que así la utilizaba, y así se le quedó).
“Gracias por este exquisito relato que trae el peso de la historia y la experiencia –escribe la buena amiga a la que de milagro no guindaron– y por el gusto de que alguien los pone en su lugar”. (Se refiere a la anécdota de cuando Solís –entonces presidente de Costa Rica– fue al PARLACEN con intención de presumir frente a los diputados de sus supuestas diferencias y razones por las cuales no se dignaban ser miembros del organismo de integración. -Pero supiste –entra el Sisimite– que le salió la venada careta, ya que, como relata uno de los parlamentarios que testimonió lo sucedido, el exmandatario hondureño –que nunca imaginó que estuviese presente en el hemiciclo– más bien desbarató sus argumentos hasta hacerlo sentir vergüenza de su mentalidad anti integracionista. Se desencajó y terminó pidiendo disculpas por lo expresado en su desafortunado discurso. -Otro día –interrumpe Winston– a ver si vos que estuviste de ocho con yo, contás, amén de lo expuesto por el hondureño sobre las bondades de la integración qué otra cosa le dijo. -Además del citado parlamentario –interviene el Sisimite– cuyo mensaje motivó a contar la historia, hay varios otros, entonces diputados, testigos también del intercambio. –“Muchos son los buenos –solloza Winston– si se da crédito a los testigos”, como diría Quevedo. –“Dichoso el que descansa en pobre choza –respinga el Sisimite citando a Lope de Vega– que no se logra el bien donde hay testigos, ni en las ciudades, la quietud se goza”).