Clara Sánchez: celebración y lejanía

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22 de octubre de 2023
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12:04 am
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Clara Sánchez: celebración y lejanía

Por: Segisfredo Infante

Los colegas y amigos de la Real Academia Española (RAE), invitaron a varios de nosotros a presenciar, vía zoom, la incorporación de la novelista Clara Sánchez, a la venerable institución encargada de llevar los registros, normativos y descriptivos, del riquísimo uso del idioma español. En mi caso, fue improbable conectarme. Pero un buen amigo (Alex Padilla) ha realizado la caridad de enviarme unos retazos importantes de su discurso de incorporación rescatados por el periodista Manuel Morales en diario “El País”, de España, el ocho de octubre del año 2023.

El motivo externo de su discurso se centró en “La máquina del tiempo” del británico Herbert George Wells, una novela que leí cuando era jovenzuelo, que dicho sea de paso nunca terminó de agradarme. Tampoco me gustó, en aquellos días impulsivos, la novela “La invención de Morel” del argentino Adolfo Bioy Casares, amigo personal del extraordinario Jorge Luis Borges. Pero ocurre que a la nueva colega académica parecieran cautivarla estas dos novelas, a partir de las cuales, según lo sugiere Manuel Morales, ella se alza con un canto legítimo “al placer por la lectura”, hoy en estado de abandono en tantos lugares del planeta.

Resulta comprensible que doña Clara Sánchez haya legitimado su discurso en dos novelas famosas del siglo veinte, por varias razones y motivos. El primero de todos es que ella es una novelista de vocación, muy erudita, que goza de actualidad y que en consecuencia es una de las más prestigiosas de España y de Italia. A renglón seguido ocurre que por regla general los novelistas laureados son mucho más extrovertidos, conversadores y alegres que los poetas, en tanto que la poesía hace que los autores líricos sean más proclives a la tristeza y al ensimismamiento. Aunque también, lo digo como una percepción muy generalizante, quizás tangencial, nuestros primos españoles sean más locuaces que nosotros los escritores latinoamericanos.

Sin embargo, para Clara Sánchez, quien además simpatiza con la filosofía, la verdadera máquina del tiempo reside en la imaginación creadora de la literatura, que mitiga el dolor de la fugacidad, traspasando las fronteras cronológicas del ayer lejano y del mañana incierto. La literatura buena y recia, según mi limitado juicio, abre espacios prodigiosos al momento de enfrentarnos a la vejez y a las enfermedades que atacan a los hombres y mujeres sumergidos en la inevitable estación otoñal de la existencia.

“La caducidad del tiempo”, esto es, la caducidad histórica y biológica de nosotros los seres humanos, es “la idea central” del discurso de Clara Sánchez, mismo que me abre las ventanas hacia unas digresiones que divagan entre la alegría, la tristeza y el aislamiento personales. El mayor porcentaje de los poetas “que en el mundo han sido”, aparte del amor y el erotismo, han trabajado los temas de la soledad y la tristeza, ya sea por razones auténticas o, por el contrario, por aplicar la simple regla de aquellos esquemas que han utilizado centenares de poetas anteriores.

Los poetas pueden reiterar en sus obras los añejos motivos de la soledad y la tristeza; pero me gustaría conjeturar que pocas veces, en el curso de sus vidas, han experimentado la soledad asfixiante y una tristeza insalvable que sólo la gran “Filosofía”, la mejor poesía y la teología sobria logran amortiguar. Y claro, las conversaciones amenas de los amigos y de los parientes cercanos. No dudo para nada de la real tristeza, en calidad “versual”, del hondureño Juan Ramón Molina. Tampoco dudo que Rubén Darío haya experimentado genuinamente este fenómeno en sus años de madurez, a partir de “Cantos de vida y esperanza”. Y luego otros poetas, que podría mencionar más tarde.

En este texto y contexto intento imaginar a los eremitas cristianos del desierto, que se aislaron en tierras a veces inhóspitas con el solo fin de meditar, sin intrusiones, en temas que para ellos eran trascendentes. Pienso en el aislamiento de “San Jorge”, fatigado en aprender y traducir el idioma primigenio veterotestamentario. Parejamente trato de comprender la previa soledad concreta de los monjes del desierto en las cuevas de “Qumrán”, quienes además de transcribir textos sacros de diversos siglos, derivaron cantos poéticos cargados de belleza y misticismo.

No estoy seguro que este artículo llegue hasta los ojos de Clara Sánchez. Pero al igual que los poetas José Emilio Pacheco y Edilberto Cardona Bulnes, lo introduzco en una botella con el propósito de lanzarlo al mar. Tal vez un peregrino lejano recoja el cristal en cuyo interior encontrará una alegre celebración por la nueva colega académica, y por los ocultos sinsabores de nuestra lejanía terrenal. Mientras tanto, es probable que leamos un par de páginas del libro “El arte de envejecer” de Arthur Schopenhauer, a la espera que arriben nuevas novelas a Tegucigalpa, de la escritora Sánchez.

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