EL tiempo que pasa desde el bíblico diluvio. Pero imposible borrar de la memoria esas trágicas sombras de luto y dolor. Aunque en retrospectiva –visto a través del calidoscopio del recuerdo– también hay luces del deber cumplido. Llamados a prueba semejante que por designio divino y de la naturaleza enfrentamos, hubo milagros. Nos levantamos imbatibles, como pueblo que nunca perdió la fe, de la profunda hondonada a la que caímos. Salimos del lodazal y de los escombros con ejemplar ahínco y vitalizado espíritu. Con el orgullo del esfuerzo propio intacto y la generosa solidaridad internacional, bajo el amparo bondadoso de la Providencia Divina, Honduras pudo otra vez asomarse a la vida después de casi perderla. De aquellos ingratos episodios –de angustia, de desesperación y de impotencia– muchos jóvenes de hoy sabrán lo que sus padres les contaron. Alguna vaga impresión de acontecimientos lejanos que mejor ni recordar.
Retrocedimos –golpeados por la adversidad– 50 años en el camino de modestos avances. Aun así, con la geografía hecha trizas, con el corazón en la mano, hubo incontables actos de genuino heroísmo. Desde los que arriesgaron la suya salvando otras vidas preciosas hasta los que dieron el último de su esfuerzo auxiliando a los más de 2 millones de compatriotas damnificados. Desafiamos la emergencia. Incansables trabajamos la rehabilitación. Con elogiable tesón, poco a poco, repusimos lo que el viento y las aguas se llevaron. Los organismos internacionales –calculando un retroceso de décadas– dijeron que en segundos se esfumó lo que había tomado más de medio siglo construir. Que reponerse tomaría eso y más. Pero superamos el desahucio. En el corto término del período constitucional, restituimos lo perdido. Cultivos, infraestructura, y lo demás que el huracán arrasó fue reestablecido, incluso mejor de cómo estaba. Gracias a la gigantesca campaña sanitaria desplegada no se sufrieron epidemias, y virtud del redoblado trabajo de restablecimiento no se perdió un día de clases. En tiempo récord –a la hora en punto antes de iniciarse el ciclo escolar– se restauraron las escuelas que sirvieron de refugio durante las evacuaciones. En consulta de cabildos abiertos consensuamos una Estrategia de Reducción de la Pobreza. El FONAC elaboró –con la participación del magisterio y otros sectores interesados– una reforma integral al sistema educativo. Igual, se puso en marcha un ambicioso plan del sistema de salud, de equipamiento, abastecimiento y construcción de hospitales. Con el plan de Reconstrucción y Transformación Nacional, gestionamos el financiamiento de la comunidad internacional en sendos grupos consultivos, de Washington y Estocolmo.
Valoraron la imagen de unidad de un pueblo en aprietos, pero dispuesto a no dejarse vencer. Con singular liderazgo se mantuvo la confianza interna y la credibilidad internacional sin perder la estabilidad política de avance social. Pese a que desgracias ocurren en el mundo a cada rato, haciendo que con la última se olvide la anterior, pudimos mantener vivo el interés internacional garantizando los desembolsos comprometidos y las inversiones totales al Plan. Entre innumerables conquistas, estas como muestra: El TPS a los hondureños ausentes y la moratoria a las deportaciones que elevaron las remesas de apenas $300 millones que eran antes a los casi $8 mil millones anuales de ahora. Son como complemento a los ingresos, factor de reducción de la pobreza y de equilibrio a la endeble economía nacional. Los beneficios ampliados de la Cuenca del Caribe ensancharon el gran mercado norteamericano a las exportaciones hondureñas. Transformaron y diversificaron la estructura productiva, salvaron y fortalecieron al sector maquilador que son fuente de empleo para cientos de miles de hogares. La condonación de la deuda — preferible si los gobiernos sucesivos la hubiesen destinado a la inversión humana– fue para el país borrón y cuenta nueva. Sin ello, todos los gobiernos subsiguientes no habrían podido contratar deuda concesional de los organismos internacionales de crédito, que es lo que al día de hoy da recursos frescos al país, evitando el desplome económico. (Transformaciones, si no todas –entra el Sisimite– hubo invaluables reformas institucionales y al sistema democrático. El fortalecimiento de la sociedad civil, la desmilitarización de la policía, la abolición de la Jefatura de las Fuerzas Armadas y la profesionalización del ejército. Mejoramiento en la aplicación de la justicia y a los arcaicos establecimientos. Reformas del Poder Judicial, incluido el Código Procesal Penal y los juicios orales. La incorporación del Comisionado de los Derechos Humanos como figura constitucional. Leyes como el Código de la Niñez y de la Familia, la Ley Contra la Violencia Doméstica, solo para citar algunas. Se pagaron religiosamente los incrementos salariales progresivos de los estatutos gremiales. Se mejoraron los sueldos y beneficios de los empleados públicos, las enfermeras, los policías y los soldados. -En fin –suspira Winston– se rehízo un país deshecho).