Clave de SOL: Diego Clemencín y sus detalles curiosos
Por: Segisfredo Infante
Don Diego Clemencín y Viñas, realizó uno de los estudios descriptivos más meticulosos que se ha realizado en la historia de la literatura sobre “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha”. Su época se enmarca en el contexto de las Cortes de Cádiz, en las primeras décadas del siglo diecinueve. No hay vuelos filosóficos ni tampoco líricos en el estudio aludido. Pero en virtud que aquel caballero se metió de cabeza en el estudio, párrafo por párrafo, de la obra principal de Miguel de Cervantes Saavedra, sus descripciones al detalle ayudan al lector interesado a comprender las circunstancias secas, adversas y específicas en que fue redactada aquella magna obra.
Han pasado por mis manos tres ejemplares o ediciones diferentes de este libro en donde fue anexado el estudio de Diego Clemencín (1765-1834), como parte final de la obra de Cervantes, con una introducción sesuda de Luis Astrana Marín, los gloriosos dibujos de Gustav Doré, un texto de Justo García Morales y otro ensayo anexo explicativo de Alberto Lista. El estudio de Clemencín es tan vasto, eruditísimo y voluntarioso, que podría sugerirse que exhibe el mismo espesor que los dos tomos de la novela del “Quijote”, por la cantidad exuberante de detalles.
Cuando hablo de tres ediciones diferentes, o que a mí me lo parecen, me refiero más bien a tres momentos de mi vida, si consideramos que tal obra fue reeditada en el contexto de un “Cuarto Centenario”, sin mayores aclaraciones. La primera, con el estudio incluido de Clemencín, la utilicé al redactar mi artículo “Duelos y quebrantos”, dado a luz, en LA TRIBUNA, el cinco de junio de 1997. El segundo ejemplar, de pasta color café, me lo obsequió un colega de la Academia Hondureña de la Lengua, mismo que se me ha extraviado. El tercer ejemplar, de pasta verde, lo conseguí en un puesto de libros en Valle de Ángeles, mismo que estoy utilizando en el presente texto.
Desde la primera vez que leí el “Quijote” en los años de preadolescencia, además de impresionarme la hermosura y belleza del castellano que utilizó el autor, reparé en una serie de palabras cuyos significados me eran completamente ajenos. Para el caso: en reiteradas oportunidades pregunté qué significaban los “duelos y quebrantos” que comía “Don Quijote” los días sábados. Ni el cultísimo amigo Roque Ochoa Hidalgo pudo satisfacer mi curiosidad. Hasta que me topé con la edición de Luis Astrana Marín, es que logré dilucidar la precaria alimentación de un hidalgo cuya hacienda mermaba cada semana por la compra de libros de caballería y por la crisis financiera que según Pierre Vilar azotaba a toda España y al pobre Miguel de Cervantes.
El escritor Diego Clemencín, cuyo rostro era bastante parecido al de Andrés Bello, o viceversa, explicaba que los duelos y quebrantos eran, principalmente, unas sopas de olla preparadas con las extremidades y los huesos quebrantados de las ovejas que habían muerto por accidente. “Esta clase de olla”, agrega Clemencín, “menos sustanciosa y agradable, se permitía comer los sábados en España”, y luego introduce hechos históricos de aquella época citando a varios autores. En mi artículo publicado hace poco más de veintiséis años, deslicé una analogía de la sopa de hueso blanco, que almorzaban mis abuelos maternos y que compartían con sus nietos, ya que tantas veces en la historia lugareña el humilde pueblo catracho se ha encontrado en situación de “duelos y quebrantos” por diversas causas que sería prolijo enumerar.
La versión impecable del “Quijote” publicada durante el año 2004, por la Real Academia Española (RAE) y la Asociación de Academias de la Lengua Española, coloca a pie de página lo siguiente: “duelos y quebrantos: quizá ‘huevos con tocino y chorizo’.” Esta descripción de la comida de los sábados coincide y difiere, además, con la de una edición del “Quijote” publicada en América Latina en 1961: “Según Covarrubias y el Diccionario de Autoridades, llamábase así a la tortilla de huevos y sesos. Pellicer dio una versión distinta, diciendo que era la olla compuesta de los huesos quebrantados (…) de las reses que se morían o se desangraban por cualquier accidente.” Pero también se cita una obra de Lope de Vega titulada “La serrana de Tormes”, en donde aparecen unos versos que rezan: “Pardiez, señor, dos huevos// para duelos y quebrantos.”
Por razones morfológicas y fonéticas y por evolución semántica, prefiero las curiosas aproximaciones de Diego Clemencín. Es más, releyendo el relato de “Un hidalgo” de José Martínez Ruiz Azorín, en donde un orgulloso y empobrecido caballero toledano se conformaba con almorzar “unos mendrugos y una uña de vaca”, porque en eso estribaba la vieja “grandeza española: la simplicidad, la fortaleza, el sufrimiento largo y silencioso bajo serenas apariencias; esta es una de las raíces de la patria que ya se van secando”, termina sosteniendo Azorín.