AQUELLOS que saben de estos asuntos han comprendido que el mundo financiero internacional ha dado un giro reciente en dirección a auxiliar a las sociedades y países que estén interesados en proteger sus bosques y en invertir en energías renovables de diversa índole. Ya nadie puede negar que existe un cambio climático global provocado, predominantemente, por la mano del hombre en general, y por las sociedades altamente industrializadas en particular, sobre todo en los últimos dos siglos.
Lo paradójico de esta problemática es que los países que menos han contaminado la atmósfera del planeta, son los que se han vuelto más vulnerables a la hora de recibir los impactos de los huracanes, tormentas y sequías, como en el caso de Honduras. Un ejemplo específico nuestro, es que las tormentas tropicales hacen estragos en la agricultura y en la infraestructura física y comercial de varios pueblos y ciudades, especialmente en el valle de Sula, llevándose de encuentro la salud y las vidas de muchos pobladores. Tampoco la capital del país escapa a los desastres cada vez que los siniestros naturales se vuelven más recurrentes. No digamos los caminos y carreteras del interior y de los litorales costeños.
La buena noticia es que existen fondos totalmente accesibles de los organismos de crédito internacional, destinados a financiar obras de infraestructura física relacionadas con energía fluvial, marítima, eólica, solar y térmica. Lo mismo que para proteger la biodiversidad de los bosques verdes. Hay países que, desde tiempo atrás, han recibido fuertes sumas de dinero a cambio de producir oxígeno. O de reducir la consabida emisión de gases de efecto invernadero.
Honduras posee una gran potencialidad con la “Biosfera del Río Plátano”, localizada entre Olancho, Colón y La Mosquitia, si es que todavía los depredadores y los ganaderos extensivos han dejado algo sobreviviente de la misma. O con la “Montaña de la Tigra”, en la parte noreste de la capital, en caso que los pirómanos criminales y los depredadores de siempre no acaben con ella en el curso de los próximos años. Por si fuera poco, nuestro país exhibe, por su localización tropical, grandes posibilidades geológicas en las que se puede instalar una infinidad de paneles solares, sobre los cuatro puntos cardinales de la rosa de los vientos.
Por otro lado, las centenas de miles de habitantes del valle de Sula exigen, cada vez con más vigor, que se construyan las postergadas represas en los puntos intermedios de los dos grandes ríos, que además de controlar las lluvias tempestuosas, cubrirían el déficit de energía eléctrica que padecemos casi todos los hondureños. Frente a cualquier reparo de los pequeños grupos de ambientalistas, la solución vendría si los municipios enteros se entregaran a la tarea de reforestar los bosques que se encuentran en las mencionadas cabeceras y en los afluentes de las cuencas y microcuencas. Los pobladores del valle de Sula saben, mejor que los técnicos y mejor que nadie, que los pequeños canales y las obras de mitigación se reducen a cero una vez que llega un huracán. O una simple temporada de aguaceros inusuales.
Los llamados “fondos verdes” están disponibles. O por lo menos a la orden del día, para los dirigentes que deseen abocarse a solicitarlos, en tanto que existe una especie de consenso mundial que todos debemos hacer algo encaminado a neutralizar los terribles desórdenes climáticos que crecen cada año que pasa. Porque todos hemos percibido la relación dinámica entre los aguaceros torrenciales y las sequías apocalípticas, que producen desolación en barrios, aldeas y ciudades enteras.