La rebeldía, hoy: el hilo “en un hilo”

MA
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8 de noviembre de 2023
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12:46 am
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La rebeldía, hoy: el hilo “en un hilo”

**Héctor A. Martínez (Sociólogo)

Desde los días de la Guerra Fría, la rebeldía de las masas no se había expresado tan apasionadamente como en esta época de la comunicación instantánea. Basta con seguir un “hilo” temático de CNN o BBC, y tendremos no menos de cien “posteadores” -en el menor de los casos- proclamando su propia versión sobre los hechos publicados. En esas guerras virtuales, anónimas y maniqueas, la soberanía la ejerce – como dice el filósofo coreano, Byung Chul-Han- quien dispone sobre “el mayor número de escándalos en la red”.

Durante los años 60, el descontento juvenil se plasmaba en un solo espacio: las calles y las plazas, ante la negativa de los medios -la mayoría en manos de las grandes corporaciones y los gobiernos- de ofrecer oportunidades de diálogo entre los manifestantes y el poder. El Mayo francés, y las protestas en los Estados Unidos contra la guerra en Vietnam, tenían un origen cuasi similar: la insatisfacción y el aburrimiento de la juventud, hastiada de un confort y de un consumo desmedido que parecía no tener fin, frente a un sistema cuyas instituciones permanecían esclerotizadas frente a los cambios que exigían los tiempos modernos.
Las protestas estudiantiles en las calles fueron anexando la participación de otros sectores sociales que se sumaron coyunturalmente -al decir de Gramsci-, al eje central del movimiento, formando un solo “champ de bataille” intercontinental, e impidiendo que los políticos tradicionales tomaran las riendas de las demandas para convertirlas en “su” trofeo de caza.

A diferencia de aquellos levantamientos que tuvieron la dicha de poseer las guías viriles de un Alexander Dubcek, Daniel Cohn-Bendit, o de Angela Davies, sin olvidar los movimientos estudiantiles del “Free Speech”, los de hoy nadan en un vasto océano de ignorancia antropológica, carentes de principios sólidos, y -lo peor- sin la inspiración ideológica de titanes como Marcuse y Sartre. De aquella izquierda ilustrada, nada queda, salvo un millar de intelectuales que ondean la bandera desteñida de Marx -Karl, no Groucho-, pero viviendo en el confort que los viejos líderes detestaban. O adaptados a las circunstancias del poder.

Los nuevos movimientos contracultura han sido incapaces de crear sinergias como las del Mayo francés al que se unieron obreros y sindicatos. De hecho, la alteridad es su mayor rasgo; su esencia confrontativa, circunscrita al exclusivismo reticular, virtualmente conectada, pero desconectada de esa historia que no termina de entender por extensa y multipolar. Por eso sigue con asiduidad los escándalos de la red, donde yacen los mejores réditos: la protesta es anónima sin convocatoria. Trump tuvo mayor éxito congregando a los gamberros para ir a asaltar el Capitolio.

El multilateralismo del mundo de hoy confunde a cualquiera que intente comprenderlo, porque vivimos en una transición histórica; en una interfase entre lo viejo y lo nuevo. Los frutos de Derrida y Foucault no han sido cosechados todavía, salvo en Chile que siempre es vanguardia en todos los experimentos sociales. El resto sigue empuñando las viejas consignas revolucionarias de la Guerra Fría.

El problema de la rebeldía y los movimientos sociales de hoy es dejar que los partidos políticos manoseen su esencia contestaria, por ambición de sus líderes, y por falta de carácter. Y, además, porque el frente de batalla ya no se circunscribe a un solo imperio: hay otros que han entrado en escena, lo que vuelve más complicada la asunción de un papel revolucionario. De todo esto se infiere que los movimientos contracultura tendrán que replantearse doctrinariamente, y echar la mirada hacia los cuatro puntos cardinales para salir indemnes en el tiempo. Además, sin abrazar al otro diferente, tal como pretendía Rousseau, es precipitarse directamente hacia el fracaso. Perseguirán, desde luego, el hilo de la historia, pero pendiendo su existencia de un hilo bastante endeble, quebradizo.

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