LETRAS LIBERTARIAS: ¿Qué tipo de Estado necesitamos?

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11 de noviembre de 2023
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12:03 am
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LETRAS LIBERTARIAS: ¿Qué tipo de Estado necesitamos?

Esperanza para los hondureños

Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo)

Cuál debería ser el tipo de Estado más conveniente para los ciudadanos, ha sido el debate central de la política en los últimos 100 años. ¿Qué clase de Estado es el que necesitamos en sociedades tan atrasadas como la nuestra? Lenin decía que ese tema no tiene carácter popular debido a sus largas referencias teóricas, que exigen tiempo y mucho seso; condiciones no muy abundantes por estos días.

¿Hasta dónde debe extender sus límites institucionales el Estado, y en qué aspectos no debería interferir en demasía, para garantizar las libertades más fundamentales, como el derecho a la propiedad privada y la libre expresión? Desde una perspectiva más liberal, las funciones del Estado deben limitarse a ser un mero agente garante de la seguridad ciudadana, la justicia, y el mantenimiento de obras de infraestructura, según sugería Adam Smith. La segunda perspectiva es más estatista. Se refiere a mantener un Estado lo suficientemente voluminoso como para atender la mayor cantidad de necesidades, sobre todo con los excluidos que el mismo sistema produce y exporta. Este es el paradigma sostenido por socialistas y socialdemócratas.

Independientemente del lado doctrinario que se vea, en América Latina existe un problema de forma y de fondo. Porque resulta que la idea del Estado de bienestar, pensada para atender a los desempleados y empresas quebradas en tiempos de crisis, se fue degenerando con el tiempo, y lo que tenemos ahora son burocracias, agrandadas y deficientes; estructuras piramidales de cuyo presupuesto dependen miles de empleados, activistas, intermediarios de las ayudas estatales, gremios privilegiados, e intelectuales que ofrecen su prestigio a cambio de legitimidad y opinión pública favorable. Tradicionalmente, este ha sido el origen de la corrupción y la fuente de los conflictos políticos en casi toda América Latina.

En otras palabras, la redistribución de la riqueza se diluye en la inmensidad burocrática con fines menos inclinados hacia el bienestar prometido, y más ladeando hacia la demagogia partidista. El discurso de la redistribución se convirtió en una farsa; en la fachada de un monstruo que opera bajo los artificios de los partidos y las élites, y no desde la perspectiva del impulso económico y social.

Un sistema político que opte por agrandar el aparato estatal, como sucede en la mayoría de los países de Latinoamérica, tiene menos posibilidades de ser efectivo, al mismo tiempo que la calidad de los servicios – salud y educación, por ejemplo – son un fiasco para la gente. Entre más esferas de la sociedad abarca un Estado, menos recursos distribuye. Dejará de invertir en un lado, para transferir los montos hacia otro políticamente más rentable, a menos que disponga de una hacienda muy sana para cumplir con todos sus compromisos. El problema es cómo obtener esos recursos. O generamos riqueza, o nos endeudamos.

Hemos llegado a un punto de la historia, en que debemos redefinir el rol del Estado, haciendo a un lado los instrumentos tecnocráticos con los que hemos navegado hasta el presente. Para insertarnos a los tratados internacionales, debemos prepararnos para lidiar con los nuevos mercados y con la tecnología informática que exige altos niveles educativos. Pero nada de ello funcionará, si no se establece una cooperación interna fraterna -la “unidad en la diversidad” que decía Hannah Arendt-, para crear un proyecto intersectorial que nos permita acceder inteligentemente a los mercados mundiales.

¿Apostamos por un Estado más fuerte, con una burocracia voluminosa, u optamos por una estructura más funcional, más esbelta, pero dinámica en sus respuestas institucionales? Necesitamos un Estado que rompa el vicio de los privilegios, que estimule la libre iniciativa, y que la riqueza nacional sea encauzada, como bien aconsejaba el padre de la economía, Adam Smith, para garantizar la seguridad y la oferta de servicios de calidad primermundista. ¿Quién no desearía un Estado de tal naturaleza?

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