“YO no sé de qué se asustan” –la expresión disparada en un foro de debates por el amigo exrector de la UNAH, metido a la política– más o menos equivalente a otro dicho: ¿quién se asusta por el petate del muerto? Pues bien –para rumiar sobre los intríngulis en las democracias más avanzadas, que espantan a muchos en las más primitivas– una mirada a vuelo de pájaro de lo que está por suceder allá en España. El inquilino de la Moncloa que de momento funge como presidente en funciones –después de arduas negociaciones diciendo al público una cosa, aunque en forma subrepticia se pactaba otra– ya tiene los votos suficientes, y hasta con la chascada de uno adicional, por si las moscas, para no soltar las riendas del gobierno español. ¿Sería su partido, bajo su liderazgo, que obtuvo el mayor número de votos en las elecciones celebradas en julio? Pues no. El partido socialista español no fue la formación más votada. Las elecciones las ganó el Partido Popular. El Rey dio a su líder, en primera instancia, el encargo de intentar formar gobierno. Sin embargo, haciendo la aritmética, desde mucho antes de probar cumplir, en vano, el mandado imposible, la alianza de las derechas se quedaba corta.
Durante el penoso trayecto de Feijóo –quien no consiguió ser investido en el primer intento ni el segundo– Pedro Sánchez negociaba quedito pero atareado, con los dirigentes de las formaciones vascas y catalanas –y otros partiditos chiquitos– procesados por la justicia española, algunos de ellos, prófugos con condena, consecuencia de la fallida intentona de separarse del resto de España. Las minorías, a cambio de sus votos, exigieron el cielo y las estrellas. Una amnistía como expiación de culpa por los pecados, y una consulta para volver a la carga con la idea separatista. (La posición negociadora de Junts y ERC –una moción presentada en el Parlamento y aprobada gracias a la abstención de la CUP– es que no apoyarán ninguna investidura que “no se comprometa a trabajar para hacer efectivas las condiciones para la celebración de un referéndum”. Los independentistas plantean un referéndum de autodeterminación para la región española de Cataluña). Suma y sigue. Posiciones en el gobierno, promesa de jugosos presupuestos, figuran entre las concesiones accesorias del PSOE a las formaciones pequeñas. Puigdemont pudo hasta meter el término “lawfare” en el acuerdo suscrito con el PSOE. Eso que ya se ha convertido en parte de la jerga utilizada por políticos perseguidos por la justicia, es un término que nació en el ámbito militar. “La palabra lawfare está formada por law (‘ley’) y warfare (‘guerra’)”. Lo usan para describir “un método de guerra asimétrica no convencional en el que la ley es usada como un medio para conseguir un objetivo militar”. En el ámbito político se refiera “al uso de procedimientos judiciales con fines de persecución política, desacreditación o destrucción de la imagen pública e inhabilitación de un adversario político”.
Respecto a lo que ya negociaron y la inminente investidura de Sánchez, el PP alienta a los españoles a manifestarse en contra de lo pactado dizque “porque los socialistas han llegado a este acuerdo “como suelen hacerlo los delincuentes”, es decir “a escondidas, ocultándose, engañando”. El PSOE –para mejor proveer– explica que el acuerdo con Junts es para la legislatura y no solo para la investidura. Justifican la consulta citando el artículo constitucional que “las decisiones políticas de especial trascendencia podrán ser sometidas a referéndum consultivo de todos los ciudadanos”. (Ajá –entra el Sisimite– ¿qué te parece la ingenuidad acá en la queja por lo que unos ceden y otros consiguen? -Sepa Judas de qué se asustan –interviene Winston– aunque uno que otro más es por el prurito de fastidiar. -¿Ingenuidad –inquiere el Sisimite– o maldad? -No sé –responde Winston– es que ciertas quiméricas versiones parecerían ser más bien por ignorancia. -Y a propósito –interrumpe el Sisimite– ¿eso del petate del muerto no es cuando alguien quiere causar temor o influir con información falsa o exagerada?).