CONTRACORRIENTE: “Arte de caer parados”
Por: Juan Ramón Martínez
Hay gente con mucha necesidad de aplauso. Son tan versátiles que cuando los otros no los aplauden, ellos lo hacen, con una inocencia absoluta que hace que, todos, beatíficamente los dejan que gocen de estas inocentes satisfacciones. No son dañinos, excepto cuando llegan al poder. Aquí, se complica todo. Porque a cambio de aplausos, de vigencia y de consultas, envueltos en piropos desmesurados, son capaces de hacer cualquier servicio al mal. Legitimando las peores barbaridades. Necesitan sentirse insustituibles. Normalmente estos ególatras, tienen la necesidad de la política, de la música, la poesía; e, incluso del circo. En la política es, donde hacen más daño. Aquí, es el espacio en donde pueden lograr más satisfacciones. Siquiatras estadounidenses, han llegado a la conclusión, después de estudiar a todos los presidentes de los Estados Unidos, que ellos -sin excepción- han tenido un ego desmesurado.
En Olanchito, los conocimos. Había que piropearlos. Abrían sus bolsillos, sus corazones helados. Porque a cambio de un aplauso, o una mención en el semanario local, eran capaces de hacer lo que quisieran sus “explotadores” emocionales. Los más hábiles en el manejo del piropo, en una ciudad de la palabra donde este está en la boca colectiva, eran los alcohólicos consuetudinarios. El piropo era obligado para que el agraciado diera el “financiamiento” para comprar el “octavo” en el estanco del “Bolchevique”; o en la “Farmacia La Salud”, de Fausto Castejón. Juan Fernando Ávila, coleccionaba estos piropos. En varias oportunidades nos reímos en las madrugadas de nuestras tertulias infinitas, recordando a los protagonistas, especialmente a los explotados con los halagos y los piropos. “El gran estratega militar, mejor que Faustino P. Cálix”. “Más lúcido que Einstein”. “Más valiente que Lindbergh”. “Más inteligente que Amaya Amador”. “Una de las cinco estrellas, de la política nacional”. O el hombre que se anticipó a su tiempo porque siendo alcalde, quería construir un aeropuerto internacional, el más grande de Honduras, en el Valle Arriba. O, “cuando Villeda sea presidente, usted Sixto Quesada será ministro de Recursos Naturales, porque ordeña las mejores vacas de Honduras”. Pero el mejor autoelogio, era “como mano Vilo, no hay otro”, repetía el tesorero municipal con alegría singular; celebrado por la risa de todos que, por aplaudirlo, tomábamos refrescos gratis.
Desde el principio, tome conciencia de los peligros de los piropos. Supe que eran fruta envenenada. Por ello, los rehuí. O los acepté, sin creerlos nunca. Porque mi concepto de la libertad, tenía y tiene, la idea de no depender de los aplausos. Basada en la única obligación de buscar la verdad, sobre la cual se asienta en forma definitiva. Por supuesto que me cae bien un halago, un reconocimiento; pero no hay que hacer las tareas para las gradas, sino para desarrollar el sentido de plenitud, explotando las virtudes que el Creador nos ha dado; y, sirviendo, hasta el dolor, para que al final, cuando no estemos, nos echen en falta.
Esta conducta, nos aleja de los relativismos, modas y las servidumbres del poder. Y del ridículo en que, caen algunos. Para quedar bien con el poder, al cual necesitan para que les “consulten”, vuelven los ojos hacia otro lado; y cuando llueve mucho, hablan del sol y sus nostalgias. Son como el oficial del “Otoño del Patriarca” que cuando el dictador pregunta la hora, responde, “la que usted quiera que sea señor”. O como un contador de la bananera que en 1954, no se dio cuenta de la huelga de los trabajadores. Por profesión y personalidad, se alejaba totalmente del mundo. Cosa que no era deliberada. Natural. El problema es cuando algunos, ven hacia otro lado; y, mientras se destruye el Estado de derecho, nos precipitamos en las crisis, escriben versos románticos, hablan con los animales; o buscan reconocimientos en el exterior.
Óscar Flores, habría dicho que ejercían el “arte de caer parados”. Porque no tienen problemas con nadie. Viven bien con liberales o nacionalistas, tirios o troyanos, timbucos y calandracas. Tienen adentro, sobre la cama, la corbata lista. Se ponen la que gusta a los gobernantes. Sufren mucho cuando no los toman en cuenta. Y, solo les queda la oportunidad de escribir versos. O cantar canciones dolorosas. A López Santana, le contrataban mecapaleros, para que le escucharan, con fingidos aplausos, cuando contaba había sido siete veces presidente de México. Algunos, terminan mal. Solos.