El madrugón de 1963 y sus contrastes con el de 2009
¿Vuelven los oscuros malandrines del 80?
Por: Óscar Armando Valladares
Sesenta años han transcurrido de la asonada que depuso -un 3 de octubre sangriento- al gobierno sustentado en dos liberales descollantes: Ramón Villeda Morales y Modesto Rodas Alvarado, titulares del Ejecutivo y del Congreso Nacional respectivamente. Casi, casi inadvertida pasó la fecha en cuestión entre la directiva del Consejo Central y activistas mediáticos, tal vez por olvido voluntario o porque algunos anduvieron en las andadas de 2009, y en 2023 van tras otra intentona bajo la diestra política del partido que promovió el continuismo de Tiburcio Carías Andino y la reelección de JOH con su círculo vicioso.
¿Qué adujo la oposición -de militares, nacionalistas, empresarios bananeros e inclusive liberales- contraria a Villeda y Rodas Alvarado? Propagandizó -lo mismo de ahora- que la hidra del comunismo se cernía sobre Honduras, por culpa de “villedocomunistas” y rodistas furibundos, quienes con sus conductas veleidosas estaban a punto de “entregarnos al oso moscovita”. Claro está que los golpistas de 1963 no urdían solos: sumisos a los intereses políticos e ideológicos de Estados Unidos, el anticomunismo era su arma vocinglera, empleada también, como unidad de tiro de artillería, contra Cuba y el gobierno revolucionario instaurado en la tierra insular de Martí.
He ahí por qué -al consumarse el funesto movimiento armado, al mando del hombre fuerte en ciernes, coronel Oswaldo López Arellano-, la proclama argullera de plano “que las Fuerzas Armadas asumían los poderes del Estado por la infiltración y libertad de acción de elementos de extrema izquierda”, y que uno de los objetivos perseguía “poner fin, inmediatamente, a esa infiltración que amenaza tan seriamente nuestra forma democrática de gobierno, nuestra vida, nuestras propiedades y nuestros arraigados sentimientos religiosos”.
López -convertido en jefe de gobierno- dijo el 7 de octubre que “el viaje constante de elementos hacia Cuba, la Unión Soviética y los países tras la Cortina de Hierro; la defensa permanente que los órganos oficiales hacían de los agitadores de extrema izquierda; la existencia de guerrillas rojas en varios sectores del territorio, etc., todo era indicativo de que el país se encaminaba hacia una segura agresión de las fuerzas comunistas, con el consiguiente peligro para la democracia representativa”.
Parecidos argumentos empleó -como cantilena- el golpismo que produjo la ruptura del gobierno de Manuel Zelaya el 28 de junio de 2009, trayendo a conveniente colación los regímenes “izquierdistas de Cuba, Nicaragua y Venezuela”, y entronizándose por doce años el narcotráfico, la corrupción y el entreguismo más dañino de la historia patria. Más aún, sin dar mucho respiro, apenas dos años y diez meses de la administración actual, la derecha complota de nuevo y completa sus cuadros con el arrimo de diputados y diputadas del “partido salvador”, buscando en su insaciable sed golpista sacar del ruedo a Xiomara Castro, en connivencia siempre con altos mandos del imperio y el respaldo de empresarios y voceros de radio, prensa y televisión.
Ciento treinta años de bipartidismo, de sucesiva dependencia española, inglesa y estadounidense y de pobreza acumulada, explicitan por qué Rafael Heliodoro Valle -nuestro brillante polígrafo- sentenciara que la Historia de Honduras podía escribirse en una lágrima, lágrima popular de tristeza y al mismo tiempo de indignación por tanta infamia recibida.
En los “Cuatro ensayos sobre la realidad política de Honduras”, Gautama Fonseca -haciéndose eco de la cólera social- no pudo menos que estampar estas palabras en 1982: “El verbo compartir no forma parte del léxico de los poderosos, de los usufructuarios del trabajo colectivo. Por esto los pueblos han obligado al bautizo académico de los verbos confiscar y expropiar, y cuando, cansados de expoliaciones seculares deciden hacer directamente la Historia, montan guillotinas o paredones para limpiar de obstáculos los caminos que conducen a la justicia, a la libertad y al progreso”. Seis décadas atrás, el gran Juan Ramón Molina rimó un puñado de versos con un fondo similarmente explosivo: “A los malvados que a su pueblo oprimen con el crimen,/ el crimen ha de poner a sus infamias coto,/ o volarán, odiados y vencidos,/ del solio conmovidos/ por un social y breve terremoto”.