SIGAN leyendo que ya dimos vuelta a la página. Este artículo no es de España. Lo de allá –la investidura del líder del PSOE, iniciando ya su tercer mandato después de acudir a la Zarzuela, de traje oscuro y corbata roja, con la mano derecha (no la izquierda) sobre la Constitución y en ausencia de símbolos religiosos, a prestar el juramento de ley ante el Rey; la amnistía para expiación de culpas a los procesados separatistas, la promesa de avanzar en una consulta de autodeterminación en Cataluña–son hechos consumados. Ahora, atentos del siguiente espectáculo. Solo hay que cruzar el Atlántico –imaginariamente, no como le tocó al navegante genovés tripulando sus tres carabelas, en su hoy disputado descubrimiento de América, a la luz de las incursiones vikingas, siglos antes, allá por el año 1021 d.C., talando árboles en Canadá– a esperar los resultados electorales en Argentina. Las derechas acá cruzan los dedos ilusionados con el libertario de la ultra, mientras las izquierdas apuestan a la continuación del peronismo.
Las encuestas –tanto han fallado últimamente– por tratarse de un balotaje reñido y polarizado, como nunca antes, predicen un empate técnico. Además de la movilización de cierre de campaña, lo más visto fue la transmisión del último debate. Pese a las expectativas, el colmillo del superministro Massa, desbarató la presumible ventaja de Milei, dada la pésima situación económica por la que atraviesa el país, con una hiperinflación del 147%, los espantosos índices de pobreza, que pudo haber atribuido a un gobierno bastante golpeado por esos y otros problemas. Sin embargo, la astucia del ministro de la inflación disparada –cuyo flanco débil era que le achacaran responsabilidad por esos invivibles padecimientos económicos– a punta de interrogantes a su rival, hizo que este agotase su tiempo respondiendo a preguntas sobre su propio programa de gobierno. Quizás –calculando que el libertario, de agresivo discurso, luce demasiado agitado en las discusiones– llegó asesorado sobre ese criticado aspecto de su personalidad, y su gran logro fue serenarse y no perder los cabales. Sin duda que los gurús en imagen le habrían dicho, que su estancamiento, cuando subía como la espuma –que lo hizo perder en la primera vuelta– fue por los insultos al Papa argentino; sacrilegio meterse con símbolos emblemáticos que enorgullecen a la gente. ¿Qué tanto pudo influir ese debate en los votantes? Incierto. A pocas horas del juicio final la inclinación parecería quedar en manos del abultado número de argentinos que, vacilantes sobre cuál barranco escoger, se muestran indecisos. (Hasta aquí. Ahora al espacio interactivo). “La ventaja –mensaje de un amigo– de ser fiel seguidor de sus escritos es que además nos permite interactuar en esta atípica facilidad, pero positiva de LA TRIBUNA”. Una abogada madrugadora: “Definitivamente nosotros sus lectores somos leales a sus editoriales porque son geniales, nos informan, nos enriquecen en conocimiento, nos manda a leer y a estudiar, pero lo más lindo nos hace sentir importantes”.
“Constitucionalmente así es –mensaje de uno de los fundadores del colectivo– pero popularmente aún existen en nuestra sociedad vicios de discriminación étnica a todos los grupos emigrantes del siglo pasado y a sus descendientes nacidos acá y aún a los de raza negra”. Así que Winston de Yorkshire será siempre “gringo o yankee go home”, aunque los hondureños sigan emigrando al norte, donde los consideran “extranjeros ilegales”, y a España donde despectivamente los tildan de “sudacas”. Alusivo a este cierre: (¿A vos –inquiere el Sisimite– te pusieron Winston por ser británico? -Sacalo por deducción –responde Winston– Yorkshire es un condado histórico del norte de Inglaterra y el de mayor extensión en el Reino Unido. Los yorkshire terriers somos originarios de allá. Originario, pero no extranjero, ya que la Constitución de la República dice que todos los nacidos aquí son hondureños por nacimiento). (Escuchá –entra el Sisimite– lo que te manda una amiga del colectivo: “Ja, ja, ja…Winston el catracho; excelente que nos ponga a estudiar”. “O sea que sería ojos verdes de habernos conquistado otros; el ADN me la jugó chueco no pude heredar esos ojazos verdes de mi madre”. -Pues sí –suspira Winston– si hubiésemos sido conquistados por los rubios aquellos, seríamos vikingos, pero siempre mañosos y resabidos).