LETRAS LIBERTARIAS: Nuestro éxito como nación

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18 de noviembre de 2023
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12:04 am
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LETRAS LIBERTARIAS: Nuestro éxito como nación

Esperanza para los hondureños

Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo)

“El mundo se está descosiendo”, dijo el periodista uruguayo Daniel Bianchi, y es verdad. Ahí lo tenemos: invasiones y guerras, desconfiguración del estado de derecho, los absolutismos de izquierdas y derechas, la xenofobia y las luchas imperiales por la hegemonía comercial. Los tiempos que corren son tiempos de incertidumbre, como bien decía Bauman en su apreciación líquida del mundo. Esa incertidumbre es muy similar a la que provocaron en la tradición europea el Renacimiento y la Revolución Industrial.

La exacerbación de los ánimos al interior de las sociedades, lo caldeado de las relaciones internacionales y las tensiones entre potencias, volvieron a resurgir como en los tiempos de la Guerra Fría. En lugar de echar mano de la cooperación, que ha sido el fundamento del éxito adaptativo del ser humano, preferimos apostar al pulso con todas nuestras fuerzas destructivas; incluso para aniquilarnos como especie.

Los que presenciamos el final de la Guerra Fría creímos en el desafío hegeliano de aquel “final feliz” que proponía Francis Fukuyama. Apostamos por la consumación de los conflictos, la entronización de una democracia más representativa y por un liberalismo económico que haría las veces de conductor hacia el reino del bienestar y el desarrollo. En nuestros países, sin embargo, las élites políticas y económicas pensaron al revés. Creyeron que la fiesta continuaba, y que nada extraño sucedía en el mundo. Era el comienzo del descalabro político y social.

Pero la inconformidad social es como la espora latente: renace con las primeras lluvias. Marx, que había sido bajado del podio por la misma izquierda internacional, se reencarna en un nuevo caballo de Troya: el activismo ecologista, el feminismo, la heterodoxia sexual y en el indigenismo andino. “Democracia y sostenibilidad” nos dijeron en los 90. Pero nada es sostenible: ni el crecimiento económico ni los servicios del Estado que van hacia la baja.

La respuesta frente a lo inmutable y a la desidia de las élites, no ha sido la protesta con propuestas, sino el odio promocionado. Confluyen en esta enemistad globalizada, el anacronismo ideológico, la expansión de los medios reticulares, la decadencia de los liderazgos y, sobre todo, las luchas hegemónicas de los imperios por controlar el comercio mundial. En los países más pobres, como siempre, preferimos ubicarnos en el medio, suplicando por la llegada de los héroes de Marvel. Que sean las potencias las que dirijan nuestro devenir histórico; que sean ellas que nos saquen las castañas del fuego de la miseria y la desventura. Así sucedió en el siglo recién pasado, y así parece que continuará la cosa. En otras palabras, no hemos tenido el instinto ni la vergüenza para asumir nuestro papel en la historia.

Los conflictos de hoy son los ladrillos del nuevo orden que se edifica. Sin planos, eso sí, y sin referencias históricas. Las “nuevas” generaciones de políticos presumen de que su fase histórica es fácil de controlar, pese a la heterogeneidad de los conflictos del mundo y la incertidumbre. Pero se equivocan. La presunción de que el poder político todo lo resolverá es un error que costará lágrimas y vidas preciosas. A esa incertidumbre, nuestros políticos no responden con acuerdos ni concordancias, sino con la acentuación de la fuerza, de la imposición; mientras el odio que se enquista espera por las nuevas lluvias para emerger.

Que no nos vengan con el cuento de la certeza en el futuro. Nada es seguro. Para sobrevivir como sociedad debemos ser más inteligentes que los líderes de otras naciones: cautos en los negocios, escuchar a todos y establecer los pactos necesarios, aun dentro de las diferencias mismas, la heterogeneidad de clases, formas del pensamiento y doctrinas. Esa será nuestra única ventaja competitiva en un mundo cada vez más fracturado; nuestra diana más anhelada; nuestro éxito evolutivo.

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