CARNE SALADA

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19 de noviembre de 2023
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12:54 am
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CARNE SALADA

ES pertinente que conozcamos nuestro pasado histórico y económico, a fin de comprender las dinámicas sociales; o sus posibles estancamientos. Esto incluye aquellas circunstancias que fueron positivas en un periodo más o menos remoto y largo y que, con el paso de las décadas, se han vuelto negativas. Una de ellas es la ganadería fecunda y extensiva que prevaleció en el siglo diecinueve hondureño, especialmente en los departamentos de Olancho (incluido El Paraíso) y Choluteca.

Un explorador estadounidense afirmó, a mediados del siglo diecinueve, que en el municipio de Manto, en Olancho, se encontraba el principal hato ganadero de América Central, aparte que en otros momentos había sido una especie de emporio minero. La ganadería olanchana y cholutecana eran famosas por varios motivos: Se exportaban, vía Trujillo, hacia las islas del Caribe, carne salada en abundancia, ganado vacuno en pie y cueros semiprocesados. También se exportaba ganado en pie hacia El Salvador, Guatemala y Belice.

Los ganaderos decimonónicos fueron muy imaginativos, especialmente los juticalpenses y danlidenses de la segunda mitad del siglo antepasado. Con las grandes ganancias enviaban a sus hijos a estudiar al exterior; o les compraban muchos libros y mobiliarios lujosos a fin de que se sintieran cómodos incluso en las tierras más ariscas del interior. No es casual que en Juticalpa y Danlí haya surgido, o reunido, una pléyade de pedagogos, poetas, narradores, ensayistas, periodistas, músicos y fotógrafos, que le dieron renombre nacional e internacional a Honduras, quienes además influyeron en otros escritores. Sobre todo en el curso de los primeros cincuenta años del siglo veinte.

Quizás el rubro principal de aquellos ganaderos imaginativos era la exportación de carne salada, la cual era gustada inclusive en el barrio “Latino” de París, en donde residían personas de distintas regiones hispanoamericanas y europeas. El procesamiento de carne salada, en ausencia de los aparatos de refrigeración, es sencillo. Se tasajea la carne de res y se devana sobre una fuerte cantidad de sal; luego se coloca al sol sobre los tejados de las casas o se pone a ahumar en unas varas delgadas sobre los fogones hogareños. Más tarde se envuelve, dicha carne, en tusas de maíz u hojas de plátano, y queda lista para la exportación y conservación durante muchos meses.

El arte de salar y conservar comestibles es antiguo. Los pueblos africanos y asiáticos sedentarios descubrieron las propiedades de la sal en los comienzos de las civilizaciones. Las minas de sal eran codiciadas, explotadas y comercializadas por diversas culturas propensas al comercio. La sal servía para fines de trueque y dar un sabor especial a los alimentos. Es más, el término “salario” proviene de la palabra “sal”, que también servía como una especie de moneda primitiva. (Así como en Mesoamérica prehispánica el cacao había sido un medio permanente de intercambio).

La ganadería extensiva (o anticientífica) terminó dañando severamente los valles fértiles del interior del país. El daño se ha extendido a los bosques montañosos e incluso a los parques considerados como reservas de biodiversidad mundial. Nunca hemos querido aprender de otras culturas en donde el ganado se mantiene en establos y ocasionalmente se le lleva a los riscos y los cerros sin dañar para nada los pinares ni mucho menos los bosques de hoja ancha. Tal práctica, es decir, la de la ganadería extensiva acompañada de la destrucción sistemática de bosques, la estamos pagando con un precio altísimo en la actualidad. Cada vez que viene una temporada de lluvias torrenciales se registran inundaciones por doquier. Ya va siendo hora, lo decimos por enésima vez, de practicar una ganadería y una agricultura científicas.

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