El mar, mi alma… y yo

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21 de noviembre de 2023
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12:02 am
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El mar, mi alma… y yo

Déjame que te cuente…

Por: José María Leiva Leiva

Encontré recién entre las pertenencias de mi hijo Ricardo Arturo, -actualmente R2 en un hospital de Monchengladbach, Alemania-, un texto titulado “El mar inmenso”, que lleva la autoría del poeta, pintor, novelista y ensayista libanés Khalil Gibrán. Dicho escrito fue un obsequio que Santos Arzú Quioto, el reconocido pintor nacional y entonces profesor de mi hijo en las asignaturas de Educación Cívica y de Historia de Honduras en el Instituto Salesiano San Miguel, les hiciera a sus alumnos con motivo de su graduación como bachilleres en el año 2006.

Su letra dice así: Mi alma y yo fuimos hasta el inmenso mar, a nadar. Y cuando alcanzamos las costas, caminamos por los alrededores en busca de un lugar escondido y solitario. Mientras caminábamos, vimos a un hombre sentado sobre una roca gris, sacando puñados de sal de una bolsa y arrojándolos al mar. “He aquí a un pesimista” -dijo mi alma- “abandonemos este lugar. No podemos nadar aquí. Él no debe ver nuestros cuerpos desnudos”.

Continuamos nuestro camino hasta una bahía. Allí vimos, de pie sobre una roca blanca, a un hombre sosteniendo un hermoso joyero del que extraía puñados de azúcar y los arrojaba al mar. “Y este es el optimista -dijo mi alma-. Él tampoco debe ver nuestros cuerpos desnudos”. Nos alejamos más. Y en la playa encontramos a un hombre recogiendo peces muertos y poniéndolos tiernamente de nuevo en el mar. “No podemos bañarnos delante de él -dijo mi alma-, porque es un filántropo de gran corazón”.

Y seguimos caminando. Entonces llegamos a un paraje donde vimos a un hombre dibujando su sombra sobre la arena. Inmensas olas vinieron y la borraron. Más él continuó dibujándola una y otra vez. “Es un místico -dijo mi alma- apartémonos”. Y continuamos caminando hasta que, en una apacible ensenada, vimos a un hombre que recogía la espuma con una pala y la vertía en una vasija de jade. “Es un idealista -dijo mi alma-. Definitivamente que él no debe ver nuestra desnudez”.

Y seguimos caminando. Y, de repente, escuchamos una voz que gritaba: “Este es el mar. Este es el profundo mar. Este es el vasto y poderoso mar”. Y cuando alcanzamos la voz, era un hombre de espaldas al mar y sosteniendo cerca de su oreja un caracol marino oía así el murmullo del mar. Y mi alma dijo: “Dejémoslo… es el realista. El que vuelve su espalda a todo lo que no puede abarcar con su mente y se conforma con un fragmento”.

Entonces seguimos de largo. Y en un lugar lleno de malas hierbas, entre las rocas, había un hombre con su cabeza enterrada en la arena. Y dije a mi alma: “podemos bañar aquí, pues él no puede vernos”. “No -repuso mi alma-, porque él es el más implacable de todos. Es el puritano, y se escandalizaría”. Entonces, una inmensa tristeza cubrió el rostro de mi alma y también su voz…

“Alejémonos de aquí -dijo mi alma otra vez-, pues no hay un lugar solitario y escondido donde podamos bañarnos. No dejaré que el viento enrede mis cabellos dorados, o descubra mis blancos senos en estos lugares, ni permitiré a la luz que exponga mi sagrada desnudez”. Y nos alejamos de este mar, para ir en busca del inmenso océano. Gracias apreciable profesor Santos Arzú, sepa que este presente ha sido guardado como un valioso tesoro que con el transcurrir de los años alcanzará todavía un mayor valor.

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