¿EMPACHADOS?

ZV
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21 de noviembre de 2023
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12:39 am
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¿EMPACHADOS?

HARTAZGO. Simple y sencillamente eso. Pueden dar las vueltas que quieran en rededor de la cuadra, enumerando razones para ilustrar el porqué los argentinos se fueron en uno de los barrancos y no en el otro, pero al final del día la gente desesperada vota por su ingente necesidad. Prioridad lo que personalmente le afecta y después, en segundo término, el discurso de campaña dizque sobre lo que van a hacer que nunca hacen o como la vida vaya a cambiar que nunca cambia. El superministro de la inflación ganó en la primera vuelta por razones obvias. El peronismo –ahora kirchnerista por apellido– sigue siendo una fuerza de respeto. De resistencia duradera, su militancia es grande. Por supuesto que la base dura de un partido ayuda; pero solo eso, por bastante que sea, no alcanza para ganar elecciones generales. Y ocurrió en la primera tanda que el ultra derechista, que subía como la espuma, una mezcla de mesiánico predicador y estrella de rock –como lo retrata un diario español– no pudo controlar la lengua. Le dio por meterse con el Papa argentino. Y eso es sacrilegio, enfrentar emblemáticas figuras reverenciadas. Así que Massa, no fue que sorpresivamente rebotó –como le atribuyó la prensa oficialista argentina– después de la arrastrada sufrida en las PASO, sino que Milei se estancó.

En la primera vuelta competían otras candidaturas. La derecha iba partida. La muy extrema de Milei, y la más moderada que acabó en tercer lugar. La tercera fuerza, igual sucede con todas las demás de ahí para abajo, ya fuera de la pasarela quedaron sueltas. Excluidas de ir al repechaje que se disputa entre el primero y segundo lugar. Así que los argentinos, atrapados entre los dos extremos, tuvieron que escoger entre caer de un lado del precipicio o del otro. ¿Si continuar como hasta ahora, la misma letanía de padecimientos insufribles o aventarse a lo desconocido? Las encuestas –cautelosas hasta la prudencia extrema, ya que las tales mediciones demoscópicas han fallado más de lo que han acertado– daban un empate técnico. ¿Cómo explicar entonces, los 12 puntos de diferencia que arroja el resultado final? ¿La decisión a última hora de una enorme nube de indecisos? ¿Todos se volcaron a la diestra indignados con la siniestra? ¿O hasta ahora se desayunan que la gente miente? Después del último debate creció la ilusión dentro del oficialismo ya que el superministro de la inflación, con más colmillo, acorraló a su contrincante. Consiguió –con una lluvia de preguntas que le hacía sobre su plan de gobierno, sin permitirle respirar siquiera– que este agotase el tiempo aclarando contradicciones, evitando así que le echase en cara su responsabilidad por los inaguantables guarismos que sofocan a los argentinos: Una hiperinflación del 148%, índices de pobreza dolorosos que arrastran a una tendalada de prójimos vulnerables, sumado al rosario de problemas económicos y sociales, atribuibles a un gobierno magullado por el desgaste.

El “outsider” –a quien sin duda sus asesores recomendaron mantenerse quieto para no lucir tan iracundo– perdió el debate. Aunque, quizás, lucir apagado, le abonó para ganar las elecciones cuando una inmensa masa de electores, un mar de jóvenes –votaron en contra de los causantes de su tormento o a favor de alguno de los dos Mileis. A final de cuentas, las derechas se hicieron un nudo–. La más sonada, la de Patricia Bullrich, apadrinada por Mauricio Macri, quien salió crucificado de su gestión administrativa, corrió a endosarlo a pocas horas de conocer que quedaba fuera de la segunda vuelta. Ambos personajes –y no hay que perder de vista el aval de un expresidente, ya que las reliquias políticas con el tiempo resucitan– no se le despegaron ni un momento. (Hasta aquí –entra el Sisimite– suficiente. Argentina tuvo que escoger entre el báratro y el manicomio. -Pues, por lo visto –interrumpe Winston– así es. Nada que agregar al lapidario término utilizado al inicio, equivalente a abreviar lo hastiado que se siente la inmensa mayoría argentina con el estatus quo. Se empacharon. Empalagados de los ñurdos, después de tantos años de alimentar el insaciable hocico de la bestia –sin siquiera lograr las migajas– agarraron al otro extremo; del cabo a la punta del rabo).

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