Derechas e izquierdas: el poder para sí mismos

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25 de noviembre de 2023
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12:03 am
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Derechas e izquierdas: el poder para sí mismos

Esperanza para los hondureños

Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo)

“El ultraderechista Javier Miel, ha ganado las elecciones en Argentina”, podía leerse en el encabezamiento de un noticiero de la televisión española, mientras una presentadora reiteraba constantemente la victoria del “derechista conservador”. Tres clasificaciones para un economista argentino que ha jurado “pasar la sierra” por las instituciones del Estado. Pues bien: esta maldita manía de encasillar a la gente que se mete a la política es una práctica heredada de la Guerra Fría, aunque su arquetipo se remonta a los días de la Revolución francesa.

En el pasado reciente, la Unión Soviética y los norteamericanos dictaminaban quiénes podían categorizarse como de izquierdas o de derechas en el mundo. La hipocresía taxonómica sellaba que todo lo que guardara correspondencia con los intereses de la URSS, automáticamente era moralmente aceptable, progresista, humanamente sensible y saludable. Ser de derechas significaba estar alineado con el imperialismo norteamericano, el capitalismo explotador y la burguesía. Para unos, la bondad celestial; para otros, la imagen del mismísimo averno.

Desde esa topografía ideológica se derivan hasta nuestros días, todos los epítetos, señalamientos, encajonamientos, prejuicios y ataques contra el posible enemigo político; el “hostias” al que aludía el viejo Carl Schmitt. De esa moral revolucionaria del siglo XX que perdió cotización al término de la Guerra Fría, se origina la multiplicidad de banderas, posturas, remedos de doctrinas y “alternativas” políticas que no han podido desprenderse de la placenta doctrinal de los viejos partidos comunistas. Lo que se da en llamar “de derechas” ha corrido la misma suerte: la enjundia de los nacionalismos, la moral religiosa, el individualismo competitivo y el discurso anticomunista, han perdido todo vigor defensivo. Las derechas malograron la oportunidad de remozarse con la llegada de la globalización; es más: hicieron todo lo contrario: los partidos de orden liberal y conservador creyeron que no hacía falta tal proyecto, y que la historia garantizaría el triunfo por la eternidad. Así, se durmieron sobre sus laureles.

¿Qué significa ser “ultraderechista” o “ultraizquierdista” hoy en día? ¿Qué es eso de “centroderecha” o “centroizquierda”? Los etiquetamientos sirven únicamente de marcos valorativos para la acción política, es verdad, pero también existe cierta maldad que se esconde tras la referencia. En todo proceso plebiscitario, el etiquetamiento juega un papel de primer orden, pero lo es también el tipo de lenguaje que utilizamos. Así, en la propaganda del “nosotros” frente al “ellos”, la semántica es primordial a la hora de la elección; sirve para atacar al enemigo y es útil para proclamarse como los campeones de la benevolencia: “ellos, los malos”, frente al “nosotros, los buenos”: identidad e identificación para que el público sepa por quién vota.

De aquella verdad universal a la que apostaban los filósofos; de aquella crítica contra los totalitarismos y el concepto del Bien, solo queda la escoria ideológica, la demagogia y la autocracia. Ultra izquierdismos, ultra derechismos y los combos derivados, no hacen más que encubrir una trágica verdad que no hemos aprendido a aceptar: no importa la representación simbólica o la etiqueta de ser izquierdista o derechista; el fin de nuestros políticos no radica en los intereses colectivos; no son las masas desprotegidas su disposición más humana, sino el poder en sí y para sí. Es más: el poder como una forma de existencia egoísta que solo privilegia a los amigos y las familias del político; el poder prolongado en el tiempo, que asegura la permanencia de una generación y la siguiente; la consolidación de la corrupción estatal. Todo lo demás es puro onanismo politiquero.

Lo que seguimos viendo en América Latina es el descalabro de la democracia, la desdicha de las masas, y esa lucha eterna entre centros y ultras, nacionalistas fosilizados, “progres” y socialistas de viejo cuño, marionetas de los imperialismos, piezas del tablero geopolítico, cuyo papel es privilegiarse sin pensar en desenlaces insospechados de la historia. En resumidas cuentas, seguiremos esperando por una nueva moral política, muy diferente a las que ofrecen las izquierdas y derechas de hoy.

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