¿EL ESCENARIO?

ZV
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25 de noviembre de 2023
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12:38 am
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¿EL ESCENARIO?

GRACIAS presidente –escribe un gran amigo, alusivo al mensaje de acción de gracias– por recordarnos ese don de la palabra, por dejarnos la esperanza de que un discurso puede cambiar una nación, a cada uno de nosotros y que, cuando se tiene líderes con el poder de llevarnos a través de la palabra, podemos transformar la actuación y la actitud de cada uno de nosotros”. Cumplido de una querida amiga: “¡Gracias por compartir! Realmente, qué pluma, qué talento, qué sabiduría; mensaje insuperable”. Un amigo empresario: “Wow… tremenda oración, para dar gracias a nuestro Jefe Supremo”. “Felicidades, hay que leerla varias veces, muy completa”. Mensaje de voz de una apreciada amiga: “Qué gratificante es escucharlo, presidente, qué tranquilizador oírlo; gracias por ese mensaje tan inspirador que nos ha compartido la mañana de hoy, que nos llena de reflexión, que abre nuestro corazón y nuestro entendimiento a una actitud de agradecimiento que debiese prevalecer siempre, cada día”. “Y meditando, al escucharlo tan honda y sentidamente, Dios Santo, ni pensar en otra catástrofe igual que nos sacuda para volver a retomar lo esencial”.

Un buen amigo citando parte del mensaje –“… por el rearme moral y cívico de nuestra sociedad y por la edificación de una Patria más justa, más solidaria y más amable”– comenta: “Linda y animosa frase y el editorial cargado de agradecimiento y valor de la familia”. Un amigo notario: “Todos los días debemos dar gracias a Dios por todo lo recibido; también debemos pedir para que se vaya todo lo malo y desaparezca pronto esa nueva clase política que tanto daño nos ha producido en las últimas 2 décadas”. Una abogada amiga: “Gracias por compartir tan sentido mensaje estimado presidente”. “Siempre en familia hemos dado gracias a Dios este y todos los días, por tanto; y por nunca dejarnos solos”. Otro asiduo contribuyente del colectivo: “Dar gracias a Dios es un reconocimiento a Él por la misma gracia que nos da”. “Es bueno reconocerle y no solo pedirle”. Otra buena amiga: “Ayer, casualmente, en una charla se hablaba de la actitud ante Dios”. “No tenemos la humildad de dar gracias por las venturas cotidianas que nos hacen felices”. “Al contrario, le damos más valor a lo material y a lo que no tenemos”. Otra apreciada amiga: “Se ha perdido ese don del agradecimiento, de decir gracias y guardar en su corazón la gratitud hacia las personas que queremos; esta generación de cristal viene peor”. Un dilecto amigo: “Ayer guardé su grabación, como un grato recuerdo”. Un amigo periodista, en vivo desde su gustado programa: “Aquí me están preguntando ¿por qué Winston y el Sisimite?”.

(Escuchaste –entra el Sisimite– mandale un mensaje, describiendo el escenario, para que entiendan. -Vaya pues –interviene Winston– a mí me toca, aunque ya nadie escribe ni recibe cartas de aquellas bonitas, pensadas y perfumadas, la tarea epistolar. Aquí va: Pues el Sisimite es mitológico; riqueza del folclor nacional –que la arqueología liga a los dioses mayas– una leyenda autóctona en la tradición oral hondureña. Y Winston –ese sería yo– el Yorkie de Sofi, la nieta, es el único que sabe dónde vive. Cuando lo sacan al patio, en un descuido, sale todos los días despavorido rumbo a las escarpadas pendientes. Sube zumbado cruzando los frondosos bosques que aún le quedan a la naturaleza silvestre –intocables a la furia destructiva del hombre– desde donde entablan amena plática. Y después de sesudas conversaciones –ya quisiésemos que así fuesen los inexistentes debates de los problemas nacionales– baja con los apuntes de lo platicado para cerrar, cuales coloquios quijotescos, los editoriales. Quizás la inspiración aflore de la frescura del aire limpio que se respira en esas prodigiosas alturas, o de la brisa placentera que arrulla, como en murmullo, los delicados sentidos; o de la hermosura de esos fabulosos paisajes que se otean desde remotas lejanías; o bien en la tibia calidez de un benigno fuego solar, posado sobre horizontes encendidos por radiantes luces de la alborada, o en espléndidos destellos lunares despidiendo los calidoscópicos reflejos del atardecer; allá en esas majestuosas empinadas, donde parecería, por la apariencia cercana de un ignoto espacio sideral que, con solo extender la mano hacia lo divino, se acaricia la sacrosanta faz del Creador).

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