Morazán y la Confederación Peruano-Boliviana (2)

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25 de noviembre de 2023
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Morazán y la Confederación Peruano-Boliviana (2)

Por: Jorge Raffo*

El bergantín “Cruzador” del capitán Roberto Marshal, que navega con bandera peruana, se aproxima al puerto La Unión (El Salvador) llevando un precioso cargamento político en sus camarotes. Además del líder patriota Francisco Morazán, “entre los pasajeros figuraban el general Trinidad Cabañas, el general Máximo Orellana, don Cruz Lozano, don Miguel Álvarez Castro, don Alejo Escalante, don Eduardo González, don Miguel Molina y don Miguel González Saravia que habían acompañado a Morazán en Lima” (Montoya, 2022). Aguilar Paz señala que Morazán “en La Unión organizó una verdadera flota, integrada por cinco navíos: el “Cruzador”, la goleta “Isabel II”, propiedad del general Isidoro Saget; el bergantín “Cosmopolita”, que le alquiló al francés Juan de Iriarte; arrendó también la goleta “Josefa” a un comerciante de Puntarenas, y la goleta “Asunción Granadina” al costarricense Francisco Giral”. Con esa fuerza -y cuatrocientos voluntarios salvadoreños y hondureños- intentó reanudar la lucha unionista para salvar a la Federación, esta vez desde el sur, desde Costa Rica. Corría el año 1842 (Rodas, 1920; LA TRIBUNA, 2012).

Este importante esfuerzo logístico y financiero se sustentó, en ese año, en el aporte de dieciocho mil pesos (en piezas de plata de 8 Reales de la Casa de Moneda de Lima) que el Perú, a través del general Pedro Bermúdez, entregó al insigne centroamericano en apoyo de su causa (Tovar, 1989, citado por Montoya, 2022). Sin embargo, posteriormente ¿con qué moneda se sostenían las campañas militares unionistas? ¿Cuál era el circulante con el que se adquirían pertrechos y suministros para las tropas y se entregaba un estipendio a los soldados?

Dueñas y Chacón (2021) señalan que “el sistema monetario existente a finales del período colonial fue el que vino a servir de base para la configuración de los sistemas de los centroamericanos después de la independencia. Una vez obtenida esta, los países centroamericanos acuñaron sus monedas de oro y plata en el peso y ley que les designaba el gobierno español, utilizando la denominación “escudo” para la moneda de oro (1/2, 1, 2, 4 y 8 escudos) y “real” para la de plata (1/4, 1/2, 1, 2, 4 y 8 reales)”. Entonces, “además de la moneda propia que producirán algunos países, se seguirán utilizando las monedas de origen colonial y las de otros estados americanos recientemente independizados” como las del Perú (Woodward, 1991, citado por Dueñas y Chacón, 2021).

Entre los territorios que constituían la Federación la escasez de circulante era endémica, Honduras fue el que presentó mayor heterogeneidad de monedas reselladas, provenientes de los más diversos lugares, aceptadas para funcionar como tales basadas en su valor intrínseco, como metal y unidad de cambio.

La “ley de la Moneda” de 1824 de la Federación definió los signos e inscripciones que aparecerían en ella: en el anverso un escudo de cinco volcanes y el sol mientras que en el reverso, un árbol de ceiba y el valor. Guatemala, Honduras y Costa Rica fueron autorizados a acuñar moneda bajo este dispositivo legal. Dueñas y Chacón (2021) indican que “la única diferencia entre las monedas de estos países fue la indicación del lugar de fabricación en la leyenda del reverso: Guatemala (NG=Nueva Guatemala), Costa Rica (CR) y Honduras (TH=Tegucigalpa)”.

Honduras, a pesar de su separación formal de la Federación en 1838, continuó con la acuñación de moneda provisional de plata con las imágenes de la ley de 1824, con la única diferencia de que en la orla del anverso colocaron la leyenda “Moneda provisional de Estado de Honduras”. Alvarado (1949) así como Dueñas y Chacón (2021) especulan sobre esta decisión y señalan que estuvo muy probablemente relacionada con mantener una actitud de cautela ante los acontecimientos que se estaban desarrollando debido a la campaña morazánica y la posibilidad de restablecer una nueva organización política de carácter regional.

A pesar de la desaparición de Morazán en 1842, “la esperanza de retomar la conformación de una nueva estructura política de tipo regional provocó el mantenimiento de imágenes federativas en las monedas” (Dueñas, 2021). En Costa Rica, después del fusilamiento de Morazán, “los gobiernos que lo sucedieron hasta 1848 mantuvieron el diseño de las monedas de la Federación (…) emitiéndose nuevas series con los grabados de esa etapa” mientras que Honduras las mantuvo hasta 1861.

Como epílogo y recordatorio de la colaboración del Perú con Honduras, las palabras de Santana (2012) sobre Morazán resultan precisas cuando indica que “puede considerarse que la trascendencia de este hombre en la historia deriva de su quehacer político en la búsqueda de una real unión centroamericana. Integración que, como proyecto o utopía a realizar, sigue teniendo actualidad en los comienzos del siglo XXI”.

*Embajador del Perú en Guatemala.

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