Clave de SOL: El poeta fallecido y otras personas humanas

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26 de noviembre de 2023
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12:02 am
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Clave de SOL: El poeta fallecido y otras personas humanas

Por: Segisfredo Infante

Intento nunca olvidar los nombres de los amigos, parientes, colegas y escritores conocidos que han traspasado las fronteras de lo sacro. Un caso que viene a mi memoria es el de Gustavo Campos, un joven escritor que incursionaba en varios géneros y subgéneros de la literatura, gravitando en la poesía. Un día de tantos me enteré, allá por el mes de enero del 2021, bajo la resaca de la feroz pandemia, que el poeta Gustavo Campos había determinado estamparle un punto final a su rica existencia. Todo mundo escribió una gacetilla en los periódicos y en las redes sociales. Por mi lado lo recordaba como un hombre serio, de sonrisa ausente, vinculado al quehacer de las bibliotecas escolares en el departamento de Lempira, y no supe qué cosa decir. Su muerte me hizo pensar, por analogía inconsciente, en el suicidio del joven antropólogo universitario hondureño Manuel Chávez Borjas sobre quien, parodiando a José Martí, podríamos repetir “que murió de frío”, aun cuando sabemos “que murió de amor”. (A Chávez Borjas le dediqué un artículo completo después de su trágico deceso).

En el mes de noviembre del 2016, Gustavo Campos me obsequió su poemario “Tríptico del iris de Narciso”, publicado por la Editorial Guancasco, con la siguiente dedicatoria manuscrita con marcador: “Para el poeta Segisfredo Infante, con mi mayor admiración y respeto. Por lo que se niega abandonar: la promoción cultural y la poesía. Un abrazo”. Al final aparece la rúbrica del autor y la fecha del obsequio. Ahora mismo, al revisar las páginas, detecto que el poemario tuve que haberlo leído de inmediato, verso por verso. No me es posible transcribir todos los textos que me gustaron. Me limitaré a los siguientes: “nadie quiere ser// testigo de su tiempo// en una época// donde los signos// se descubren y oscurecen// como un sol saliendo por las tardes”.

También sobrevoló los umbrales del más allá el teatrista y poeta Edgardo Florián, avasallado por las feas adicciones contemporáneas. Era un muchacho desarraigado pero siempre respetuoso conmigo. Cada vez que nos encontrábamos me solicitaba que le comprara un libro o que lo invitara a una taza de café. Creo que le publiqué sus primeros versos, como a muchos otros jóvenes hondureños. Lo mismo puedo decir del teatrista Alberto Lastra, sobrino de la profesora Covadonga Lastra (del Instituto Central “Vicente Cáceres”), que en estado de sobriedad era un caballero fino en el trato con los demás.

Se suma a la lista de fallecidos (que se han escapado de mis obituarios anteriores) el nombre del odontólogo Juan Fernando Ávila Posas, a quien le publicamos cuando menos el libro “El sino trágico de los intelectuales de Olanchito”. Juan Fernando era un hombre extrovertido que hacía bromas de las desgracias propias y ajenas. Creo que es el más fecundo narrador de cuentos orales que he conocido en mi vida, pues al transcribirlos al papel sus cuentos perdían exuberancia. Un Jueves Santo me llamó a las seis de la mañana solo para decirme que “Fidel Castro Ruz no nació en Catacamas sino que en Olanchito”. Medio dormido le contesté que lo demostrara documentalmente. Publicó un libro ligado a este tema. Pero nunca demostró aquella afirmación.

Más acá en el tiempo falleció mi excompañero universitario Mario Enrique Chinchilla Guerra, con quien organizamos, allá por 1982 y 1983, un grupo de estudio con el objeto de sortear la asignatura “Antropología General” y el dificilísimo curso de “Geografía Física Especial”. Nos reuníamos con Ligia Page y Salvador Echegoyen, en el viejo museo de la Casa Villa Roy. “Marito”, como le decíamos cariñosamente, abandonó la carrera de Historia y se marchó hacia la Facultad de Derecho de la UNAH, motivo por el cual adoptamos lenguajes y rumbos diferentes. Varios años después nos encontrábamos en eventos ocasionales del “PNUD”.

Una prima hermana llamada Georgi Argentina Rodríguez López falleció, cerca de la Universidad Nacional Agrícola de Catacamas, el tres de octubre del año en curso, de una enfermedad terminal. Era hija de tía “Concha” López (la hija más blanca y bonita de mi abuela materna), y de José Aníbal Rodríguez, ambos ya fallecidos. Argentina, en sus tiempos de mozuela, era una trigueña guapa, suave de voz y amable en el trato interpersonal. Le fue muy mal en el amor pero, como compensación, al final consiguió un cónyuge excelente. Estuve llamando a su familia todas las semanas antes de que ella muriera. En días más lejanos fallecieron, igualmente de enfermedades terminales, dos primas: Santa Filomena López y su hermana menor Elsa Dolores López, unas trigueñas guapas, hijas de José María López Hernández (QEPD). También se marchó Alejandrina Hernández González, una prima lejana, que fue rubia en su niñez y después se ennegreció el color de su cabello; era hija de Belisario, de la aldea Concepción de Río Tinto.

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