LA VIOLENCIA

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26 de noviembre de 2023
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12:35 am
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LA VIOLENCIA

COMPRENDEMOS que la violencia posee, hasta cierto punto, raíces ancestrales; pero hoy por hoy es un fenómeno humano que se ha globalizado, en unas regiones del planeta más que en otras, con giros de irracionalidad. Hace pocos días el Papa Francisco hizo un llamamiento a la cristiandad mundial, y a otras religiones, con el fin de que oremos (o recemos) para que terminen todas las guerras que actualmente se observan.

Honduras solamente es un ejemplo más de la violencia homicida y extorsionadora que se ha acentuado en los últimos dos decenios, llevándose por delante decenas de miles de vidas preciosas y destruyendo negocios legítimos por doquier, siendo, quizás, la causa principal de las migraciones masivas por aquí y por allá. A la par de lo que acontece en el mundo, buscaremos reenfocarnos en nuestro país, en donde la violencia es un problema cancerígeno, con las matanzas semanales entre hombres con intereses en choque, más los asesinatos crecientes de mujeres y niños cuyas vidas frágiles son atropelladas despiadadamente.

En el marco de una estrategia global encaminada a erradicar la violencia exógena y endógena escenificada sobre nuestro territorio nacional, sería preciso que utilizáramos en forma reiterada el concepto de “seguridad integral”, con una visión histórica, económica, sociológica y humanística de corto, mediano y largo plazos. En consideración que son nuestros propios hermanos catrachos –sobre todo jóvenes— quienes se han subido al carro desvencijado o lujoso del negocio del rencor y de la violencia consuetudinaria que desciende por la cuesta escarpada de la muerte y del desamor, el asunto merece una atención que vaya más allá de las formalidades punitivas o carcelarias. Un historiador completo e imparcial buscaría los perfiles psiquiátricos, los complejos rurales, la carencia de valores morales, el dinero fácil y las miserias económicas (sobre todo el desempleo) que se esconde detrás de las acciones criminales y de la exhibición de armas altamente peligrosas.

La vocación por la muerte que prevaleció en varios momentos de casi todo el siglo diecinueve hondureño y primeras tres décadas del veinte, ha reaparecido en los comienzos del siglo veintiuno sin causas aparentes y sin banderillas realmente justificativas. Ahora de lo que se trata es de la compleja dinámica del odio, en sí mismo, de los jóvenes (y no tan jóvenes) que subsisten en los bordes de la extrema pobreza y que desean matarse entre ellos mismos y vengarse, por resentimiento, del resto de la sociedad, persiguiendo el dinero fácil. Desde luego que es pertinente observar y balancear los factores exógenos del problema, conectados con el mecanismo del crimen organizado nacional e internacional, en cuyos ámbitos se asesina a los posibles competidores provocando daños colaterales.

Una coincidencia de casi todos los violentos, con las excepciones del caso, es que carecen del principio de pertenencia humana, porque ignoran el sentido profundo de la vida y la belleza de los paisajes geográficos. Al final de lo que en realidad se trata es del “eterno” conflicto entre el amor y el desamor al prójimo. Porque el desamor y la inclinación hacia la venganza encuentran cualquier pretexto para ocasionarles daños profundos a los demás.

Por otro lado, las instituciones parecieran incapaces de ofrecerles cariño pedagógico a las nuevas generaciones de hondureños y a los potenciales delincuentes. Lo único que se les ofrece es desprecio, garrote y persecución, con motivos o sin motivos. En vez de combatir las causas reales de la violencia incubadas en la incultura, el desempleo, la falta de autoestima y la miseria extrema, se busca que esa problemática se mantenga inalterable. Al final el mejor antídoto contra la violencia es la práctica del perdón estratégico y la capacidad de amar inclusive a los adversarios coyunturales y estructurales.

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