Había un país que se llamaba Méjico

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27 de noviembre de 2023
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12:01 am
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Había un país que se llamaba Méjico

Independencia y recuperación patria

Por: Abog. Octavio Pineda Espinoza(*)

Hubo en algún tiempo lejano un país llamado Méjico, era una nación pujante, vibrante, llena de bellas tradiciones que todos en América Latina admirábamos y disfrutábamos, en algún momento fue perdiendo ese valor, esa fuerza, esa identidad que tanto queríamos en Centro América; los mariachis, las películas, la vibrante vida cultural, económica, el teatro, las letras, aquellas cosas que hacían antes grande a esa nación se esfumaron; de repente Méjico se convirtió en México y ahí se fue todo a la chingada, cambiaron su forma de ser, su esencia, la corrupción y la droga permeó todas sus instituciones incluyendo aquellas más nobles como el deporte, donde la expectativa es que triunfe el que tenga el merecimiento, pero ese país hoy, desafortunadamente ya no existe.

Mi visión de esa nación ya no es la misma que yo y mi padre admirábamos hace 20 ó 25 años, algo les pasó muy profundo en su esencia que los cambió para siempre, creo que se volvieron presas del marketing, lo cual es normal en un país turístico, pero más allá de eso, empezaron a venderle su alma al diablo del poderoso señor “Don Dinero”, independientemente de donde viniera, lo que me parece fue el segundo error, pues por ahí entró la droga internacional a destruir su sociedad y sus instituciones republicanas.

En la política Méjico ha seguido un rumbo errático, perdido, nebuloso, tropezando en Democracia desde la dictadura perfecta del PRI hasta las medianías psicóticas del PAN y el culto a la personalidad de López Obrador que ha convertido a ese vibrante país es una comparsa del Foro de San Pablo, donde se reúnen a tomar vinos y comer caviar aquellos que antes decían que todos debemos ser iguales y que no deben haber clases privilegiadas.

Ese Méjico que visité con entusiasmo con mi padre cuando cumplí 20 años, el Méjico que admiraba se ha convertido en una serie de novelas y cuentos en donde se glorifica al narco, incluso en las canciones, en donde el populismo hace nido sin respetar las reglas de la democracia real, en donde al fin, lo que importa es llegar al objetivo, no importando el cómo ni el cuándo porque al final a los narcos que lo han destruido y prostituido es mejor “darles abrazos que balazos” como dice en sus mañaneras AMLO como dando recetas de cocina.

El problema de ese Méjico es que, por su grandeza pasada y arcaica, sirve de ejemplo a las otras naciones que nos configuramos más abajo en el estrecho centroamericano, aquí hay un bárbaro que trajo a “Los Tigres del Norte” a celebrar sus acuerdos con determinado cartel y como todo se ha mediatizado desde allá y desde arriba, muchos ignorantes salieron a celebrar ese gran logro, como si eso le diera de comer a 9 millones de hondureños que se debaten hoy, entre la frontera maldita de Méjico y la de Estados Unidos, en la cual, son objeto de todos los vejámenes posibles mientras el aspirante a dictador mexicano, algo muy común en su historia, hace acuerdos falsos por todo el mundo.

Comparto el nombre con uno de los grandes poetas mexicanos, Octavio Paz, lo admiré al principio porque compartimos el nombre, después porque encontré sus poesías, traté de entender sus posiciones políticas y sociales, porque el que se atreve a escribir, tiene la obligación siempre de tener una posición sobre todas las cosas, encontré muchas cosas compartidas en sus poesías y otras no tanto, él era parte de ese Méjico que admiraba y que ahora solo es una visión en la bruma, un país que era interesante, que era admirable por sus luchas pero que también como todo en la vida, tiene un lado oscuro.

Mi padre, un intelectual sin buscarlo, me decía frecuentemente, que había que buscar en la literatura jurídica, mi profesión, a los grandes maestros mexicanos y realmente que eran grandes y profundos, el problema es que llevan muchos años muertos ya y el derecho, como las sociedades, han cambiado mucho también, igual me decía que había que nutrirse de sus grandes historiadores, en efecto los he leído, a mi particular gusto creo que el último gran reflexionador de la historia como yo los llamo, es Enrique Krauze así como pienso que el último gran charro mexicano es Vicente Fernández.

Viendo el último partido de fútbol entre esa gran nación que fue y esa gran nación que aspira a ser, la mía, descubrí cosas muy preocupantes, Méjico ya no es esa gran aspiración que todos teníamos hace 30 ó 40 años porque se corrompió hasta la médula y llegó al extremo que tienen que asegurar victorias pírricas en los deportes, en particular el fútbol sin tener el mérito correspondiente y lo dicen sin pena, como su defensor más vehemente, un tal Faitelson de origen alemán, que sin ambages dijo la verdad, lo que no se gane en la cancha en la Concacaf lo resolvemos y, para que duela más a los hondureños la insolencia de haberlos exhibido, que sea un salvadoreño el que decida las cosas.

Bueno, termino con Octavio Paz y con ese Méjico perdido en todo, hasta en el fútbol que enciende las pasiones y a la selección de Méjico lo que sigue: “La Calle”. Es una calle larga y silenciosa. Ando en tinieblas y tropiezo y caigo y me levanto y piso con pies ciegos, las piedras mudas y las hojas secas y alguien detrás de mí también las pisa; si me detengo, se detiene. Si corro corre. Vuelvo el rostro; nadie. Todo está oscuro y sin salida, y doy vueltas en esquinas que dan siempre a la calle donde nadie me espera ni me sigue, donde yo sigo a un hombre que tropieza y se levanta y dice al verme: nadie. Eso son.

(*) Catedrático Universitario. Abogado y Notario.

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