Esquina del reportero: Educación informativa

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28 de noviembre de 2023
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12:01 am
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Esquina del reportero: Educación informativa

Por: Luis Alonso Gómez Oyuela

Hace más de 2 mil años el apóstol Pablo escribió a la iglesia de Corinto lo siguiente: “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar a los fuertes; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte de su presencia”.

No obstante, vivimos épocas diferentes y la Palabra de Dios tiene aplicación eterna en el marco cultural de todas las edades. Por lo tanto, informar es transmitir conocimiento. Es tradición, en el mejor sentido de este término. Es pasar de una generación a otra el incalculable tesoro de la sabiduría que el hombre ha acumulado en su peregrinar por los caminos de la historia. No es necesario esforzarse por descubrir lo que ya está descubierto. Poseemos ya un depósito de conocimiento al cual podemos acudir con frecuencia para informarnos e informar a otros sobre las conquistas del saber humano. Nuestro deber es guardar tan preciado tesoro y multiplicarlo en la actividad de comunicarlo a otros.

Desde este punto de vista de la educación informativa, hay lugar amplísimo todavía y siempre lo habrá para un concepto de “educación bancaria”, que no tiene que ser necesariamente el mismo que el pedagogo brasileño Paulo Freire combate en sus libros intitulados: “La Pedagogía del Oprimido y La Educación como Practica de la Libertad”.

Dándole su debido lugar a la crítica freireana, que aun en pie el hecho de que somos depositarios de un conocimiento que no debemos guardar solo para nosotros mismos, sino que superando todo sentimiento egoísta, hemos de transmitirlo a otros, para su propio beneficio y el de la comunidad. Los maestros de hoy son como eslabones en la cadena formada por todos los que se han dedicado a pasar la riqueza del conocimiento humano de generación en generación.

Este concepto de tradición, de pedagogía como entrega fiel del depósito que hemos recibido, se ilustra bellamente en la misión del gran maestro de los gentiles San Pablo, quien dice a su discípulo Timoteo: “Lo que has oído de mi ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros”. Es claro que teológicamente hablando pasamos aquí al terreno de la simple reflexión humana al de la revelación divina. Vamos de lo natural a lo sobrenatural; del conocimiento que se origina en el hombre, al conocimiento que viene de Dios. Pero el principio de comunicación es básicamente lo mismo: “lo que has oído…esto encarga” a otros.

San Pablo pone de relieve la exactitud del contenido que debe transmitirse; y la fidelidad y capacidad del que lo recibe para transmitirlo también a otros como parte del proceso que Jesús de Nazaret comenzó al enseñar a sus discípulos y que ha continuado sin interrupción por veinte siglos.

Enseñamos porque hemos sido enseñados. Tal es el razonamiento de los verdaderos maestros. Hemos contraído una deuda moral y cultural. A todos somos deudores. El tesoro del conocimiento es nuestro y es ajeno. Nos pertenece, y les pertenece a todos los que deseen y puedan recibirlo para entregarlo a su debido tiempo a otros. En cierto sentido nosotros mismos, somos pertenencia de la comunidad, de la humanidad que nos ha hecho maestros y nos ha dado la oportunidad de seguir el camino de nuestra vocación magisterial.

Lejos de denigrar al maestro, estos conceptos lo dignifican, lo elevan en su calidad del ser humano. Al fin y al cabo, en el orden social nada somos aparte de nuestros prójimos, Y como lo dijera el poeta y teólogo John Donne, “Ningún hombre es una isla en sí mismo; todos somos parte de un gran continente que se llama humanidad”. Es en el compañerismo con otros seres humanos que descubrimos nuestra vocación de maestros, y vemos realizado nuestro sueño de enseñar a otros. No somos maestros en un vacío cultural y social.

Educar es informar; es transmitir el conocimiento que hemos recibido. Pero educar es también formar. Sin lugar a dudas, este es el aspecto más difícil del trabajo docente, el cual es muchísimo más que dar a conocer lo que otros han descubierto, o repetir las conclusiones a que otros han llegado. Información y formación deben complementarse mutuamente. Cuando ambas se hayan presentes en el proceso educativo, el educando no es un ser meramente pasivo que recibe cierta información sin entenderla ni someterla a juicio crítico.

Al contrario, en la educación formativa el educando experimenta un despertar de su conciencia crítica; aprende a pensar por sí mismo. Se vuelve creador en su quehacer intelectual. No espera que se descubran y asimilen para él la verdad. Se embarca en la búsqueda de ella con espíritu inteligente y tranquilo. La verdadera educación formativa no menosprecia el pasado. No pasa por alto el presente. No cierra los ojos ante el futuro. Sitúa al educando en el plano de la realidad humana. Es consciente de la problemática que viven nuestros pueblos, y analiza valiente y honestamente las alternativas o respuestas que se ofrecen en las ideologías que hoy circulan por nuestro continente.

Lo anterior lo aprendí de mi maestro de Teología Dr. Emilio Antonio Núñez, en 1979. Conceptos vigentes desde el punto de vista pedagógico para docentes comprometidos, con aplicación a las grandes necesidades que enfrenta la educación del siglo XXI.

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