INFORMACIÓN SOBRE LOS ACONTECIMIENTOS DE JULIO DE 1944

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2 de diciembre de 2023
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INFORMACIÓN SOBRE LOS ACONTECIMIENTOS DE JULIO DE 1944

Óscar Aníbal Puerto Posas

Medardo Mejía (1965-1981), poeta, historiador y escritor sin mella, acredita en su vibrante libro: “El movimiento obrero en la Revolución de Octubre”, a la “Carta del Atlántico”, “la luz ideológica contra los dictadores”. Es así que fue derrocado Jorge Ubico en Guatemala y Maximiliano Hernández Martínez en El Salvador. Siguiendo ese ejemplo, el Partido Liberal, intentó deponer al abogado y general Tiburcio Carías Andino. Mas no lo logró. Medardo Mejía, en la obra citada, señala un proceso gradual que tuvo este desarrollo: “a) Peticiones de los estudiantes universitarios al dictador Ubico; b) Manifestaciones de estudiantes, maestros, profesionales y obreros; c) Huelgas parciales que se fundieron al fin en una huelga general política… d) Organización legal de las grandes organizaciones sindicales y de los partidos revolucionarios… y agrega otras “tácticas” (así las denominó Mejía) que no las copiamos porque se divorcian de la realidad hondureña. El fenómeno “mutatis mutandi”, también se dio en El Salvador. En ambos países, en definitiva, fue el Ejército el que depuso a ambos indicados tiranos. En Honduras el esquema no funcionó por dos razones, a saber: a) bajo desarrollo de las fuerzas productivas que hizo nulo el esfuerzo de una huelga general. La economía nacional estaba en manos de comerciantes y de pequeños artesanos. Quienes no iban a cerrar sus negocios en perjuicio de ellos mismos. Otro factor es que, Carías no permitió la organización de un ejército profesional. El ejército que existía era fiel a ojos ciegos, integrado por militantes del Partido Nacional. Si hubo manifestaciones estudiantiles. Carías cerró la Universidad, durante el año 1944; lo que llevó al periodista Alejandro Valladares a esculpir esta frase impregnada de cáustica ironía: “Un sacerdote fundó la Universidad y un general la cerró”. Alejandro Valladares (1910-1976), nacido en cuna de plata, fue enviado por su madre, doña Carlota Bernard de Valladares, a continuar sus estudios a España. En ese país publicó su único libro: “Cantos de la Fragua”, con prólogo de Francisco Villaespesa. Como él, otros hondureños valiosos se sumaron a la lucha contra el general Carías: Andrés Alvarado Puerto, Modesto Rodas Alvarado, Ernesto Argueta Ayes, Manuel F. Barahona y otros muchos más. A ellos no se sumó Ramón Villeda Morales; se escudó en el blasón señorial de su ilustre suegro, Dr. Antonio Bermúdez Meza (1881-1948), ministro de Relaciones Exteriores, en el gobierno del general Carías. Su hijo político llegó -ironías de la historia-, a ser Presidente de la República (1957-1963).

Doctor José Antonio Peraza.

Manifestación del 4 de julio de 1944 en Tegucigalpa
Fue una correntada humana la que se precipitó por las calles de Tegucigalpa, el 4 de julio de 1944, no para celebrar la independencia de los Estados Unidos, sino para pedir a Tiburcio Carías que abandonara el ejercicio del Poder Ejecutivo. Antes de dirigirse a la Casa Presidencial, se apostaron frente a la embajada de los EE. UU., ahí peroró el Dr. Ernesto Argueta (1882-1962) y otras personalidades. La manifestación, a manera de escudo humano, la encabezaban mujeres: Emma Bonilla de Larios (hija de Policarpo Bonilla, fundador, con otros del Partido Liberal y expresidente de la República); Carlota Bernard (viuda del Dr. Paulino Valladares, “Príncipe de los periodistas hondureños”); Argentina Díaz Lozano (en esos días joven de 32 años al correr de los años, insigne escritora); Visitación Padilla (“Choncita”, la llamaba el pueblo, con entrañable cariño); Dolores Reina de Watson y otras de igual prosapia o linaje. Carías impertérrito vio llegar la manifestación. Algunos de sus corifeos le decían: “General van a derribar las murallas, ordene a la tropa que dispare”. Tiburcio Carías, dijo: “¡Cuidado con disparar!”. Ordenó al Secretario de la Comandancia del Ejército, Céleo Murillo Soto, para entonces un gallardo hombre de 33 años, que saliera; para permitir el acceso a Casa de Gobierno a algunas damas. Murillo Soto cumplió su cometido sin chistar. Algunos insultos salpicaron su faz. Hizo ingresar a algunas mujeres: Carlota Bernard, Argentina Díaz Lozano, Visitación Padilla y Lolita Reina (cuatro fue el número que el presidente Carías, solicitó). (Conversación privada con Céleo Murillo Soto)

Tiburcio Carías, las recibió con fría cortesía. Les pidió que tomaran asiento y con voz firme les dijo: “¿Qué quieren las señoras?”. Una de ellas dijo: “Dos cosas, general: que ponga en libertad a los presos políticos y que renuncie como mandatario ilegal”. Carías las cubrió a todas con una mirada, mitad ironía y mitad desprecio: “Señoras, al poder no se renuncia; y en cuanto a los presos políticos, vienen a reclamar por pícaros. Algunos de ellos intentaron asesinarme (Carías se refería a los muchachos egresados de la Escuela Politécnica de Guatemala, partícipes de un complot en su contra). “Si los hubiera sometido a juicio de acuerdo al Código Penal Militar, ya estarían muertos; su delito ameritaba pena de muerte”. Las damas cruzaron miradas. “Choncita” Padilla (se rumoraba que había sido novia de Carías), se atrevió a ripostar: “Pero Tiburcio…” y dejó la frase inconclusa. Carías, se dirigió a doña Carlota de Valladares”. “Coquita, qué compañía la que te has buscado, ya se te olvidó que los liberales en tiempos de “Pacán” Rafael López Gutiérrez (“Pacán”, en el argot político hondureño)”. “Capturó a tu marido Paulino, solo porque le cantaba las verdades en “El Cronista”, lo mandó al Castillo San Fernando de Omoa; y ahí estuvo en una celda insalubre, entre sombras y humedales, sufriendo humillaciones”.

Doña Coca no respondió. Bajó el rostro. Las damas se pusieron de pie y sin despedirse del “Último Caudillo”, salieron de ahí a paso acelerado. Afuera, expectante, las esperaban los manifestantes. “¿Qué les dijo Carías?”. Alguien interrogó. Contestó por ellas doña Emma Bonilla: “El general es un hombre terco”. Pocos minutos después la manifestación fue disuelta. El coronel Walter Mayer, de nacionalidad norteamericana, al servicio de Carías, lanzó sobre la multitud bombas lacrimógenas; nadie conocía entonces, el poder disuasivo de estos artefactos. Cundió el pánico. Corrió la gente aterrorizada. No hubo muertos el 4 de julio. Ni siquiera una persona herida. Desde entonces, los gobiernos, buenos o malos, acuden a este procedimiento para disolver manifestaciones.

El general Carías, al informar al Congreso Nacional sobre lo sucedido el 4 de julio

Al comparecer ante el Congreso Nacional el 5 de diciembre de 1944, el “Dr. y General” Tiburcio Carías A., dio a ese cuerpo legislativo la versión de los sucesos del 4 de julio, que a continuación copiamos: “La propaganda en pro de la guerra civil desarrollada de muy diferentes maneras dentro y fuera del país, ha sido intensa. No tiene mayor significación el hecho de que, en el exterior, hondureños descontentos del régimen de Gobierno en su Patria lo censuren, lo critiquen o lo infamen, ya que esto último es lo que en verdad hacen. Todo régimen, como todo ser, lleva en sí sus imperfecciones, sus vicios y sus lacras. Lo vergonzoso y lamentable es que esos malos hondureños hayan lanzado tanto oprobio sobre su propia Patria, movidos únicamente por un despecho incurable y una ambición no satisfecha”.

“Y, pese a dicha propaganda, pese a todas las incitaciones, a todos los ofrecimientos, el pueblo hondureño se mantiene tranquilo, dedicado a sus labores habituales. No existe ambiente propicio a la matanza; no hay elemento humano para realizarla; no cuenta con simpatías populares. Lo prueba el hecho de que la cantidad de personas que abandonó el país por su propia voluntad, sin ser perseguidas, aunque muchas habían incurrido en responsabilidad penal, constituye una insignificante minoría. Quedó suficientemente probado que la consigna de dicha minoría es la de ensangrentar el suelo patrio y para abrir un camino a la realización de sus proditorios fines, los agentes subversivos se valieron de muchos expedientes contrarios al orden público, tales como escandalosas manifestaciones realizadas en plena libertad durante las cuales la provocación a la autoridad dio la pauta de las intenciones de sus autores. En una de dichas manifestaciones, los actos de rebelión fueron notorios, pues se llegó al extremo de asaltar la muralla de la Casa Presidencial. Recurrieron los amigos del desorden a medidas que constituyen un baldón para sus autores: no los detuvo en sus maniobras ni el sacro culto a la soberanía nacional ni a la integridad territorial; el hogar fue profanado y ya no existieron más el respeto hacia la vida privada ni aquellas nobles características que fueron timbre de orgullo de nuestra sociedad en épocas anteriores. Sin embargo, la actitud del Poder Ejecutivo fue de serenidad, de ponderación y de cordura, sin dejar por ello de aplicar, cuando el caso lo requirió, las disposiciones necesarias en favor de la tranquilidad colectiva. La criminal revuelta fratricida propiciada por una minoría, cuyas ambiciones se desbordaron en los primeros meses del presente año, quedó ahogada en medio de la indiferencia popular. Con pena me he referido a estos acontecimientos, porque indican una regresión en la vida de nuestro país.”

Repare el lector que, en su informe, el general Carías, en ningún momento se refiere a los cruentos sucesos del 6 de julio acaecidos en San Pedro Sula.

Calle del comercio en San Pedro Sula

Los sucesos del 6 de julio de 1944 en San Pedro Sula
El 6 de julio se organizó otra manifestación en San Pedro Sula. Algunos de los organizadores, dice el acucioso historiador Mario Argueta (hijo del doctor Ernesto Argueta, también mencionado en este mini ensayo); fueron: Carlos Perdomo, José Antonio Peraza Casaca, Presentación Centeno, Héctor Pérez Estrada, Armando Aguiluz. Manuel Antonio López, Manuel F. Barahona, Francisco R. Zúniga, Francisco y Manuel Bográn, Camilo Girón, Jacinto Meza y otros. Lamento sí que el distinguido historiador haya omitido el nombre de una mujer: Graciela Bográn, figura emblemática del feminismo hondureño.

Fue una manifestación inmensa, ya que aparte de los habitantes de la Ciudad del Adelantado se le sumaron obreros de la “United Fruit”; significando que el “trust” bananero estaba inconforme con el régimen del general Carías, por razones desconocidas. Al paso del tiempo, en forma subrepticia, Carías apoyó la Gran Huelga Obrera de 1954; contribuyendo a la liberación de los auténticos de este acto trascendental en la historia de Honduras. A este respeto, Juan Ramón Martínez, quien al viajar al extranjero acostumbra aproximarse a los hondureños ilustres residentes en los países que él visita; estando en la ciudad de Guatemala, llegó a la casa de habitación de César Augusto Coto; secretario general del Comité Central de la Huelga de 1954. Juan Ramón le formuló esta pregunta: “¿Cómo logró usted y sus compañeros salir de la cárcel?”. Coto le dio esta respuesta: “Gracias a Carías”. Don Tiburcio, en la administración de Juan Manuel Gálvez controlaba dos poderes del Estado: el Poder Ejecutivo y el Poder Judicial. Mi padre, el abogado Florencio Puerto (1909-1976), fue instruido por el general Carías para llevar a cabo los trámites que permitieron la liberación de “eso muchachos”; así llamaba el general a los huelguistas prisioneros. Bastó un “habeas corpus”. No había causa criminal contra ellos; en tanto, no habían cometido ningún delito.

Volviendo a la manifestación política de 1944, acaecida en la ciudad de San Pedro Sula. Llama la atención que algunos de sus dirigentes eran nacionalistas disidentes: Presentación Centeno, médico, fue, cito al profesor Rubén Barahona, “competente Ministro de Instrucción Pública” del gobierno del Dr. Miguel Paz Baraona, quien no mantenía relaciones precisamente cordiales con Tiburcio Carías Andino. Don Miguel Paz Baraona, fue un ejemplar estadista. Lucas Paredes, lo califica así: “Hombre honradísimo y filántropo. “La Presidencia le ocasionó serios trastornos económicos como se los ocasionó al Dr. Dávila”. En 1936 -cito vez cito a Mario R. Argueta, “Paz Baraona se opuso a la reelección de Carías en manifiesto que circuló ampliamente” (Diccionario histórico biográfico hondureño).

El general Carías, conjuró la manifestación de Tegucigalpa sin víctimas. Me corrijo, hubo una víctima, la esposa del gobernante: doña Elena Castillo Barahona de Carías Castillo. (La pareja vivía en Casa Presidencial); la multitud se lanzó contra las murallas. La dama sufrió un accidente cerebrovascular que la mantuvo en silla de ruedas desde 1944, hasta el final de sus días.

Carías, envió a San Pedro Sula, a su ministro de Guerra, el doctor Juan Manuel Gálvez Durón. Gálvez, había sido secretario privado del doctor Miguel Paz Baraona. Esta circunstancia, le permitió un diálogo tranquilo con algunos de los organizadores de la manifestación, conviniendo con ellos su disolución pacífica. Gálvez confió ese cometido al doctor J. Antonio Peraza. Este subió a un balcón, para anunciar que concluía la manifestación pacífica. Fue el momento en que se dio un incidente fatal. El periodista Alejandro Irías, de filiación Liberal, agredió verbalmente al comandante de Armas de San Pedro Sula, Cr. Miguel Ángel Fúnez. Este soportó las injurias. Mas cuando Irías intentó sacar su pistola que llevaba como dice el argot: “camiseada”, Fúnez lo ultimó. Nunca las plumas han podido contra las pistolas. Al oír el disparo la soldadesca abrió fuego sobre la multitud. No se sabe aún el número de muertos. Los Liberales lo exageraron. Los nacionalistas los disminuyeron. Mario Argueta -por enésima vez citado-, dice en su interesante obra: “Tiburcio Carías, anatomía de una época”, que el embajador de Estados Unidos ordenó a su vicecónsul en Puerto Cortés, indagar en San Pedro Sula, y este díjole que entre 28 y 30 eran las víctimas. Pero no aportó nombres. Tampoco lo hizo el “Partido Liberal” (como gusta llamarlo en sus discursos el Ing. Carlos Flores F.). Contrario al COFADEH que da números con nombres, apellidos, nacionalidad, profesión de los desaparecidos y otros datos fehacientes. El Partido Liberal se concretó a decir: “Corrió la sangre en San Pedro Sula”. Plutarco Muñoz -el tristemente célebre- dio una respuesta soez que nos negamos a repetir.

Los nombres de las víctimas a falta de explicación histórica de los liberales, se los llevó la bruma del olvido. Solo hay un nombre inmortalizado por el poeta Jacobo Cárcamo “Toña de sangre pisoteada en San Pedro Sula” (“Mujeres hondureñas”). El vate yoreño se refiere a Antonia Collier. Lo inaudito. Lo inexplicable. Lo insólito es que el Partido Liberal, al recuperar el poder en 1957, no haya erigido un monumento a los y las mártires de San Pedro Sula, con placa donde aparezcan sus nombres. Tampoco lo hizo en los años 80, luego de la tormentosa y prolongada permanencia castrense, conculcando el poder durante una década (1972-1982).

Ahora bien, lo digo como estudioso de la materia, los derechos humanos, no constituyen un problema de estadísticas. Es un problema de ética y moral. En Argentina, los militares desaparecieron 30,000 personas. En la vecina Guatemala, también los militares, desaparecieron 50,000 seres humanos. En Honduras, nuestros militares con asesoría norteamericana, Argentina e Israelita, desaparecieron 184 personas (hondureños y de otras nacionalidades). Todos los hechos señalados son por igual abominables y constituyen delitos de “lesa humanidad”. Lo ocurrido en San Pedro Sula, el 6 de julio de 1944, también es imperdonable.

Tegucigalpa, noviembre del 2023

FUENTES:
– Mejía, Medardo, “El movimiento obrero en la revolución de Octubre”, Guatemala, C.A., 1949.
– Conversación con el poeta Céleo Murillo Soto, 1962.
– Argueta, Mario R., “Diccionario Histórico-Biográfico Hondureño”, Editorial Universitaria, s/f.
– Barahona, Rubén, “Breve historia de Honduras”, Tegucigalpa, 18 de febrero de 1943.

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