Clave de SOL: Póstumas palabras para mi amigo Ronald

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3 de diciembre de 2023
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12:04 am
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Clave de SOL: Póstumas palabras para mi amigo Ronald

Por: Segisfredo Infante

Cada persona racional se pregunta a sí misma, aunque sea una sola vez en la vida, cuál ha sido el propósito de su existencia terrenal. O, como bien lo han externado los filósofos contemporáneos, de por qué su ser ha sido “arrojado al mundo”. No siempre tenemos la respuesta a la mano, en tanto que se requiere de un examen reflexivo a la manera en que lo sugería Sócrates. En mi caso personal estoy convencido que nací para convertirme en escritor, mediante un duro proceso de aproximaciones, errores, repliegues, claridades, avances y distanciamientos brechtianos. Si viviera en la Antártida tendría que escribir sobre bloques de hielo. Si hubiese nacido en Egipto utilizaría el papiro como materia prima de la escritura. O las tabletas de arcilla en Sumeria. O las piedras de basalto o de mármol en Grecia y el Cercano Oriente. O estelas de caliza en Mesoamérica.

Dentro de esta esfera vocacional de escritor (o de pensador) sobre todo en los países atrasados o de desarrollo medio, hay fases y facetas conectadas y desconectadas en la vida individual y colectiva. Una de las facetas de mi vida ha sido la de publicar notas luctuosas cuando fallecen amigos, parientes, colegas y conocidos, más que todo en los últimos años en que se han acumulado, tristemente, los hechos necrológicos. Cada vez que se muere un gran amigo uno siente que “un pedazo del alma” se le escapa. Esto mismo me ha ocurrido con la muerte de Ronald Barahona, quien falleció el miércoles 22 de noviembre del año 2023, a las siete de la noche, coincidiendo con el cumpleaños de José Cecilio del Valle y la muerte trágica de John F. Kennedy.

Con Ronald Barahona nos conocimos en eventos culturales de la capital de Honduras, relacionados especialmente con exposiciones pictóricas. También solíamos encontrarnos cuando las embajadas nos invitaban abiertamente, sin prejuicios, a sus actos solemnes, aunque solo nos representáramos a nosotros mismos. Amante de los buenos vinos, en una maravillosa reunión en la residencia de España en Tegucigalpa, Ronald compró una caja completa de vinos y quesos con el fin de degustarlos entre un subgrupo de amigos. También contrató al “bartender” de ocasión. Supongo que eso lo había pactado con el embajador de aquel momento. Ahí comencé a enterarme que Ronald Barahona era un empresario exitoso y desprendido como el que más.

Poco a poco fuimos entrando en confianza. Solamente nos reuníamos nosotros dos a conversar durante horas. Me relató que venía de un hogar más o menos humilde y que desde sus tiempos de estudiante de secundaria había comprendido el trámite de hacer buenos “negocios”, hasta convertirse en empresario. Por mi lado le confesé que yo jamás había entendido la sutileza de incursionar en los negocios. También había sido llamado (a veces contra sus deseos) a cumplir funciones gubernamentales. La última oferta que le hicieron a Ronal Barahona la rechazó olímpicamente. Y me explicó los motivos.

Tomando café o comiendo bocadillos, me hizo la confidencia que por el lado paterno él era hermano del cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga. Lo cual no me extrañó para nada, dada la semejanza física entre ambos. Siempre guardé silencio hasta el día de hoy, aun cuando en un documental aparece Ronald en la ciudad del Vaticano acompañando a su querido hermano en el instante en que este asumía el cardenalato. Estas cosas las narraba con naturalidad, sin ninguna grandilocuencia, solo para consumo de los amigos. La personalidad de Ronald Barahona me recordaba mucho la de mi otro gran amigo Roque Ochoa Hidalgo (QEPD), tipógrafo, poeta y ensayista. Ambos hablaban bajando el tono de voz, como sopesando las palabras.

Cuando le informé del proyecto de la humildísima “Revista Histórico-Filosófica Búho del Atardecer”, me expresó en forma espontánea que él deseaba colaborar aunque fuera en algo, como un simple suscriptor. De tal suerte que en varios números del “Búho” aparece inscrito su nombre. Durante un año dificilísimo financió los estudios secundarios de mi hijo menor, en el Instituto “San Miguel”. Creo que dio la orden de que nadie se enterara de aquel auxilio. Al final deduje, aplicando una lógica estricta, que la ayuda temporal había provenido de su bolsillo.

Una vez que se enfermó, víctima de un derrame, llevé a su casa al doctor Abraham Pineda Corleone (QEPD) para que lo analizara y diagnosticara. Por lo menos le mejoró el estado de ánimo. Finalmente cayó sobre su cabeza una enfermedad terminal que había sorteado con buen suceso en un hospital de Houston. Creo que tal enfermedad y el tratamiento lesionaron de manera profunda su lúcida memoria. Ahora que Ronald Barahona ha partido al más allá, me embarga una indefinible tristeza y una terrible sensación de ingrimidad. Envío mi abrazo solidario y fraterno a todos sus hijos, hijas y nietos. Lo mismo que a monseñor Rodríguez Maradiaga.

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