PRESIONES…

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3 de diciembre de 2023
/
12:10 am
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PRESIONES…

LAS presiones son detectables por lo menos en tres grandes niveles: el geológico, el atmosférico y el psicosocial. Cuando las placas tectónicas empujan, bajo el subsuelo, unas sobre otras, entonces se producen los pequeños movimientos sísmicos y, finalmente, los terremotos y maremotos o tsunamis, generando desastres colaterales. La geología se abre paso, para reacomodarse, sin preguntarle a nadie. Otra forma de presión geológica es la irrupción de los volcanes, que son como un desahogo del magma planetario hacia el exterior, con la diferencia positiva que, con el paso de las décadas y los siglos, los materiales arrojados por la acción volcánica hacen que los suelos se vuelvan fértiles y productivos en el sector agrario. También los géiseres son parte de las presiones geológicas que ciertos países aprovechan con el fin de generar energía eléctrica.

Por otro lado, cuando las corrientes frías se entremezclan con las corrientes más cálidas de la atmósfera, casi al nivel del mar, en un punto concéntrico de baja presión, ahí mismo se levantan los huracanes o tifones, y sus respectivas tormentas tropicales, con las consecuencias que ya todos conocemos. En Honduras, hace pocas semanas, coincidieron una serie de movimientos sísmicos con lluvias torrenciales y deslaves.

La presión gradual o vertiginosa también se amontona sobre la psiquis de los individuos y las colectividades humanas económicamente organizadas. Se conoce, en términos históricos, que unas sociedades son más aguantadoras que otras, respecto de sus graves problemas internos, sean estructurales o coyunturales. No siempre los grupos humanos más pobres buscan modernizarse. Hay sociedades que se anclan en el tiempo y el espacio como si nada ocurriese, sin ninguna o escasa evolución histórica, salvo por las presiones externas de los grupos más o menos civilizados. Un solo ejemplo es el de los bosquimanos del desierto Kalahari. En esta misma línea de observación habría que analizar el caso de Bangladesh.

Pero aun los pueblos más aletargados tienen su punto de presión térmica máxima y acaban explotando cuando menos se espera. Ya se trate de sociedades desarrolladas, medianas o atrasadas. Son como las ollas de presión que utilizan las amas de casa. Llegan al final hasta un punto de ebullición interna en que sus vapores deben escapar por una válvula o, por el contrario, explotar. De modo análogo se comportan los pueblos de cualquier parte del planeta, según los registros históricos de todas las épocas humanas civilizadas.

Las tres presiones señaladas en el primer párrafo, si llegan a los extremos, son peligrosas ante las colectividades humanas, poniendo en peligro a otras especies. La mejor salida (a veces la única) es aquella de materializar medidas de mitigación a gran escala, como la construcción de casas y edificios a prueba de terremotos, huracanes y tornados. En cuanto a los volcanes, lo correcto es nunca permitir que se construyan aldeas ni mucho menos ciudades en las laderas de probable acción vulcanológica o piroclástica, como de hecho ocurre en la actualidad. Las lluvias extremas generadas por tormentas tropicales sólo pueden controlarse mediante grandes embalses hidroeléctricos y de contención de aguas, con una reforestación sistemática simultánea.
Lo usual es que ciertos jerarcas y las sociedades mismas posterguen “para más tarde” las acciones mitigadoras que vengan a neutralizar los siniestros naturales, con mayor desidia cuando se trata de solventar las emergencias sociales, económicas y psicológicas hasta que alcanzan, tarde o temprano, su punto de máxima ebullición.

 

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