¿QUÉ DIFERENCIA?

MA
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6 de diciembre de 2023
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12:25 am
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¿QUÉ DIFERENCIA?

“TANTO que opinar de sus editoriales –mensaje de un buen amigo del interior– tuve la dicha de conocer a su padre en La Lima, cuando allí firmaron el Código de Trabajo en unión de Villeda Morales”. “Mi padre me llevaba a esos eventos, también estuve en la inauguración del Puente la Democracia”. “En cuanto a cultura, ya casi no hay intelectuales”. El amigo exmagistrado: “¡Híjole! Se tiraban maceta duro… ahora, es lodazal y por menos lo pelan”. Otro buen amigo: “¡Qué pluma la de su papá!”. “Lo hemos leído antes y sin duda alguna usted heredó y cultivó ese tesoro de plasmar en una hoja en blanco piezas exquisitas e inspiradoras”. “Tengo argumentos para conversarlos con Winston para que le cuente al Sisimite, relacionados con el maestro y el alumno”. Otra opinión: “Definitivamente, nada que ver el debate de altura y los pensadores de esa época con lo de ahora”. “Hoy en lo público, el jayán y la vulgaridad sobresalen, tristemente”.

“Coincido con Winston –mensaje de otro afiliado al colectivo– otros personajes otros tiempos, pero hay que reconocer la valentía y entereza de don Oscar A. Flores Midence de decir lo que tenía que decir en tiempos difíciles como promotor de la libertad de expresión”. “Seguro que ayudó a la construcción de la nación, su papel estelar en el Partido Liberal, cuyo legado histórico fue tan esencial que hasta su linaje llevó a que su hijo fuera presidente constitucional de Honduras”. El buen amigo de la costa norte: “He quedado casi petrificado de leer ese editorial”. “Y lo más interesante es que, aunque se puede deducir la fecha, parece que el conflicto siempre ha sido la constante en la ecuación política”. “Aunque, definitivamente, “la tiradera” era más elegante”. “Lo he leído 2 veces”. “Había escuchado muchas historias sobre don Oscar, pero aún no había leído algo así”. “Valdría la pena reeditar sus escritos”. Otro viejo amigo: “Muy acertados y valientes los editoriales de don Oscar”. ¿El PUN, nadie le encuentra similitud a un movimiento de ahora? “En mi infancia no leía periódicos porque no teníamos dinero para comprarlo, y en mi hogar apenas comíamos”. “Pero sí seguía por la radio a los políticos e intelectuales como don Oscar”. “Me iba abajo del Congreso a escuchar los discursos encendidos de hombres cultivados, en ambos bandos; una erudición nada comparable a lo de ahora”. Otro buen amigo: “Sin lugar a dudas, don Oscar, a pesar de su sarcasmo e ironía, llamaba las cosas por su nombre”. Me impresionó la palabra “desgobernar”. “Sería oportuno que de cuando en cuando, usted reproduzca sus editoriales que no pierden resonancia ni actualidad”. El amigo constituyente: “Qué diferencia con lo de ahora”. “¡Qué preguntas! ¡Qué respuestas!”. “Otros tiempos aquellos”. “Hoy las discusiones de altura, se rebajaron a alegatos de tan abajo”.

Muchas de las reacciones anteriores, aluden a la conversación de cierre: (-Como decíamos ayer (según Antonio Machado, así iniciaba la clase de Mairena a sus alumnos) –interviene Winston– otros tiempos, otras personalidades cuando el debate, aunque se tiraran duro, no era la majadería procaz ni el insulto vulgar –quizás sarcasmo e ironía– pero a niveles superiores de la elegante retórica). (Mirá –entra el Sisimite– pasá allá a tu casa el mensaje que llega de la nieta: “Veo su estilo, en el de Tata”. Y a propósito de la conversación de cierre, ¿A qué obedece que no haya debate civilizado de los problemas ni polémica ilustrada como antes? -Como decíamos ayer: –responde Winston– las plataformas tecnológicas cambiaron la vida de las sociedades. El enganche de sus clientes –que les produce ganancias multimillonarias– es hurgando el cenagal de los más bajos instintos, instigando el pleito, el conflicto, el odio, los ataques. Y como hoy día el que no era nadie, quien nunca tuvo valor, ni va a tenerlo, cree que es alguien –se siente empoderado con la metralleta que le han dado mentándole la madre a otros, a diestra y siniestra, por las redes sociales– ese es el mundo de la socialización y por supuesto de la política. El daño que se hace –mintiendo, insultando, y entre más sea la grosería, la vulgaridad, la procacidad de las palabras, mucho mejor– es alarmante, pero, esa es la naturaleza nociva del ser humano que la tecnología y esos chunches digitales (armas para difamar y matar honras) han despertado; el placer de herir y de causar angustia).

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