Un reformador positivista del sistema educativo

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8 de diciembre de 2023
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12:09 am
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Un reformador positivista del sistema educativo

¿Vuelven los oscuros malandrines del 80?

Por: Óscar Armando Valladares

En el múltiple escenario en que operó como funcionario predispuesto al reformismo y en el que se expresó como pensador y hombre de letras, Ramón Rosa dedicó sus más logrados esfuerzos a tres ámbitos pertinentes: al quehacer económico, al quehacer político y al quehacer cultural.

Me refiero al Rosa educador; al educador que auxiliado por la doctrina del positivismo, esto es, al sistema filosófico y científico que considera que el único medio de conocimiento pasa por la experiencia y la inducción, inició en Honduras la enseñanza del nivel medio y del nivel universitario, imbuido en la idea de promover ante todo ciencias de utilidad práctica.

Tanto en la biografía del padre José Trinidad Reyes, como en el discurso que pronunció en el viejo paraninfo de la Universidad, Rosa rindió culto en 1882 a la preocupación de quienes, como el padre Trino, hicieron germinar la simiente educativa en un medio influido todavía por algunos resabios coloniales. Argumentaba que en la época en que él vivía se ejercía el libre examen, adicionando que si las ciencias exactas y naturales, la industria y el comercio forman poderosos organismos, antes atrofiados por la acción de la teocracia, probaba todo ello “que la situación social de los pueblos había cambiado radicalmente”.

Esta nueva situación -decía- entraña nuevas ideas, nuevas creencias, necesidades y aspiraciones, que no pueden darse ofreciendo a la juventud enseñanza teológica. En un largo razonamiento, sostenía: “Formad, si podéis, jóvenes eruditos que diserten en lengua latina, sobre si todo está en Dios, como pensaba Spinoza, o todo viene de Dios, como pensaba san Pablo. Formadlos de esta suerte, y yo os aseguro que aun en nuestro mismo país, vuestros eruditos en teología y cánones serán en sí una esterilidad y una carga pesada para sus familias y, lo que es peor, una perturbación para el Estado”.

En la nueva situación, que ha sucedido a la teología y a la metafísica, Rosa enfatiza: ¿Qué sistema ha de dar vida y calor a la enseñanza? En concepto del gobierno -concluye- “el sistema que ha de reemplazar a los ya inadmisibles, es el sistema positivo”. Compara que la metafísica plantea problemas que no puede resolver, porque carece de medios analíticos; en cambio, la ciencia positiva plantea problemas que resuelve, porque tiene medios para el análisis y “es siempre provechosa para satisfacer las naturales necesidades del hombre, en un marco de reflexión y sensatez”.

Discurre que, si anteriormente en el país se hubieran aprovechado las lecciones prácticas de las ciencias políticas y administrativas, otra sería nuestra situación, otra nuestra suerte; “se habrían evitado muchos desaciertos fecundos en desastrosas guerras; se habría evitado, en fin, el desacierto de los desaciertos, ese grande escándalo que se llama empréstitos de Honduras en el extranjero; préstamos que pesan, sin que lo merezca, sobre el nombre de un pueblo inocente”.

Rectifiquemos, indicaba Ramón Rosa. Conocedor de la conducta asumida por conservadores y liberales, añadía: Se gobierna, “no con intrigas; se gobierna, con ideas; se administra, no con caprichos ni con pasiones; se administra con conocimientos prácticos… cualquiera se ha creído muy apto para gobernar a los pueblos, y estos a cualquiera han creido capaz para que los gobierne. Y, sin embargo, nada más errado, y hasta ridículo”.

En los días que vivimos, de duras dificultades y pronunciadas divergencias económicas, políticas, sociales e inclusive culturales, es preciso valorar las ideas de esta notable figura, de la cual se han olvidado sus grandes y pequeñas ejecutorias, por ejemplo -y sin ir más lejos- la erección de las estatuas de Francisco Morazán y José Cecilio del Valle y los bustos marmóreos del padre Reyes y el general Cabañas. Para sacarlo de ese olvido ignominioso, vale sugerir que nuestra Universidad -con sus entrantes autoridades- reedite sus semblanzas de José del Valle, Morazán y Reyes, sus artículos esenciales y sus brillantes discursos.

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