Ocotepeque y la tragedia

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9 de diciembre de 2023
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12:48 am
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Ocotepeque y la tragedia

Nueva Ocotepeque

Por: José Luis Flores Guzmán

A treinta y cinco años, un mes y diez y nueve días vista, de la tragedia natural que, por el desbordamiento del río (riachuelo) Marchala, abatió a la ciudad de Ocotepeque; vuelve hoy la tragedia, esta vez planeada y dirigida por el hombre, a hacer presa en una población que apenas estaba en el franco período de recuperación.

El espíritu, altivo, emprendedor, laborioso de los hijos de Ocotepeque había logrado formar, a inmediaciones del lugar de la primitiva ciudad, donde se contemplan las huellas de la loca marcha de un riachuelo desbordado; el local, albergue de los supervivientes del 7 de junio de 1934 y la morada eterna de los espíritus de todas las gentes buenas que, en aquella fecha aciaga fueron llamadas al Reino de Dios. Tranquilo o sereno, con el dolor interno en su espíritu por la hecatombe, Ocotepeque ganaba su batalla al tiempo de un lugar inhóspito había hecho un refugio de ilusiones y esperanzas, sosteniendo en la mole del Cerro “Las Nubes” al oriente y mecido por las aguas del Lempa al poniente, y miraba al futuro que se extendía al infinito.

Recibía con la mano franca extendida, a los hijos del mundo, que en los minutos de su tragedia le dieron su auxilio y apoyo: para Ocotepeque el ciudadano del mundo era un miembro más de la humanidad. El local era confluencia de culturas. Allí ponían punto final las divisorias de las extensiones superficiales cuyas poblaciones habían salido a la vida independiente el mismo día.

El ir de unos y el venir de otros, en movimientos convergentes y divergentes, ponía la nota en la canción del futuro que el progreso entonaba para restañar las heridas de la tragedia.

Calló la canción, el progreso terminó. Donde se levantaba el testimonio de la fuerza y voluntad de un pueblo repuesto del dolor, hay ahora un montón de encuentros, o ruinas, o deshechos.

Sin sospecharlos, las gentes del poblado que por años habían convivido en armonía con los vecinos del sur fueron atacados a muerte, con armas inventadas por el hombre, y se perdió la vida de las gentes, y se perdieron los bienes que en el transcurso de treinta y cinco años habían forjado. Y las gentes que quedaron, como en el tiempo pasado, buscan el lugar apropiado para comenzar de nuevo con el mismo espíritu emprendedor, activo y laborioso que caracteriza al Ocotepeque, pero sin la confianza y la sinceridad de antaño, hoy quebrada por la traición.

Pero no ha sido domado el empeño de ser grande del hombre de Ocotepeque, ni su laboriosidad, ni su afán de emprendedor, por eso será Ocotepeque por siempre airosa. Tegucigalpa, 28 de julio de 1969 (Fuente: Diario El DÍA, Tegucigalpa, 30 de julio de 1969, página tres).

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