Ni por el oro del Guayape

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15 de diciembre de 2023
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Ni por el oro del Guayape

Por: Jorge Raffo*

“Ni el oro del Guayape, ni las perlas de Nicoya volverán a adornar la corona del Marqués de Aycinena” (Morazán, 1829).

De acuerdo con el investigador Fonseca (2021), en mayo de 1925, en la revista Ariel de Froilán Turcios salió publicada la leyenda de un tesoro enterrado vinculado a Morazán. Poco después, el 1° de noviembre de 1925, en Honduras, el periodista Leonardo Montalván publicó en la Revista Lux Nro. 72, un artículo titulado “El tesoro del General Morazán” donde registra una leyenda que ya tenía un cierto tiempo de estar circulando oralmente y que aludía a la existencia de un cofre pequeño con dinero y joyas que el líder centroamericano habría entregado a la señora costarricense Anacleta Arnesto de Troya y Fajardo de Mayorga -la esposa de Pedro Mayorga que lo traiciona y captura- poco antes de su fusilamiento sin previo juicio. En su relato, Montalván describe el cofre como uno de caoba con cerradura de plata que doña Anacleta entregó a un criado de confianza para que lo enterrase en una de las grutas de Cartago. El sirviente cumplió su cometido pero la ubicación se perdió para siempre al recibir ese leal servidor un balazo mortal propinado por los alzados Alajuela. Montalván cierra su texto indicando que, en la noche de Navidad, luces extrañas mostrarían el posible lugar del tesoro en las serranías.

El investigador Amaya (2018), de la UPNFM, señala que una versión similar circula en Costa Rica recogida por Elías Zelendón (1998) que consigna como variante que el cofre contenía, además de oro, la corona de los marqueses de Aycinena. Zelendón añade dos datos más, que Morazán habría entrado en propiedad de tal corona en 1829 “y se cuidó de dar buena cuenta de la valiosa y famosa joya”, (“Sortilegios de viejas raíces: leyendas”, San José de Costa Rica, 1998) y que el cofre habría sido ocultado en la gruta llamada “la Piedra del Encanto”. Poco años después, el investigador Montenegro publica en Tegucigalpa la leyenda “El tesoro del General Morazán” (“Cuentos y Leyendas de Honduras, 2006, cuarta edición) con lo cual el relato sobrevive sin cambios las postrimerías del siglo XX y entra al nuevo siglo en momentos en que la historiografía latinoamericana, cercana a las celebraciones de los bicentenarios de las independencias nacionales, empieza un reestudio de las fuentes constitutivas de la nacionalidad.

Admitir la naturaleza de la leyenda del “tesoro” de Morazán -como la de un cofrecito lleno de riquezas con o sin la corona de Aycinena, con o sin monedas de oro que son entregadas a una dama que, además de ser la esposa del captor, instruye que sea ocultado en una gruta- colisiona con el carácter desprendido del paladín centroamericano que lo dio todo -hasta la vida- por el ideal integracionista. Reservarse un dinero para sí o para la causa morazánica no es admisible ni siquiera como hipótesis porque lacera la trayectoria del héroe y, de otro lado, desde un punto de vista pragmático, contaba con el apoyo del Perú que ya le había habilitado 18 mil pesos de oro después de su visita a Lima en el último trimestre de 1841 y cuyo gobierno estaba dispuesto a seguir sosteniendo el esfuerzo morazánico. Entonces, cabe la pregunta ¿por qué divulgar una leyenda sobre un tesoro oculto en las serranías de Cartago?

Amaya (2018), sostiene -citando a Martos García (2016)– que “la idea del tesoro es un referente universal que ha sido examinado a la luz de diversas disciplinas y perspectivas, como la historia, el folclore, la narratología o la semiótica, y tiene manifestaciones singulares actuales en los distintos dominios o ecosistemas de la lectura”. Añade que lo esencial es el “valor simbólico del tesoro” como referente de un mundo exótico, de “un lugar abierto lleno de secretos que tenemos que descifrar”. Lo que explica su segunda afirmación “el significado del tesoro como arquetipo del imaginario social” donde la mención del oro lleva al oyente a realizar una asociación subjetiva con las imágenes de “hombre poderoso”, “general y presidente” que tenía Morazán. Así, continua Amaya, una historia extraña “se hizo creíble”, se percibió como “algo posible” y “divulgable”.

En junio de 1905 salió a la luz el libro “Leyendas del Tiempo Heroico. Relatos de la Independencia Americana” del quiteño Manuel J. Calle. La obra, impulsada en el marco del proyecto “Biblioteca Ayacucho” bajo la denominación “Biblioteca de la juventud hispanoamericana”, recoge una serie de anécdotas y leyendas sobre momentos históricos claves del devenir del continente. Su propósito fue la divulgación para que la población descubriese, a través de la leyenda, “el hilo entre el patriotismo y la literatura”. Calle sostiene que “zaherir la imaginación (con una historia novelada o posible) despierta el sentimiento patriótico” y bien podría ser esta la razón que inspirase la aparición de la leyenda del tesoro de Morazán que perdura hasta nuestros días.

*Embajador del Perú en Guatemala.

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