LETRAS LIBERTARIAS: Resolver el rompecabezas de la realidad
Esperanza para los hondureños
Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo)
El conflicto social se ha convertido en una rutina para todos los hondureños. De hecho, las noticias sobre acontecimientos que no llevan implícito un ingrediente conflictivo, carece del interés para el público acostumbrado a los altercados y al suspense de cada día.
Cuando las sociedades entran en un periodo de desorden institucional o en una fase de crisis permanente, los medios de comunicación y los analistas especializados tienen la obligación de ofrecer un panorama general del problema, principalmente cuando los hechos aparentan desconexión unos con otros.
Cuando los medios y los analistas se muestran limitados para mostrar una panorámica general de los conflictos, se corre el riesgo de que la información llegue a la gente de manera fragmentada, distorsionada o errada. El efecto de esta impotencia es que se crea una opinión generalizada que no guarda correspondencia con la verdad, que casi siempre se muestra velada para el común de los ciudadanos. Contribuyen con esta distorsión los foros televisados y radiales y la misma prensa, cuyos temas de discusión se presentan como si se tratara de eventos aislados, con tal de mantener expectantes a las audiencias. El momento actual que vivimos en Honduras, es el mejor ejemplo de lo que estamos diciendo.
Describir los hechos solo por describirlos, no hace más que traspasar información del agente transmisor al receptor, a la manera de esos culebrones melodramáticos que tanto apasionan a los latinoamericanos.
Sin una explicación global, secuencial y enlazada a un todo coherente, lo que se crea es una desconfianza hacia los mismos medios, porque la gente depende de estos para obtener una comprensión precisa del mundo que le rodea. Esa desconfianza hace que la gente recurra a la inmediatez de las redes sociales, donde los escándalos y la vulgaridad sustituyen la congruencia que ofrece un análisis serio y acabado.
Detrás de todo suceso político y de los escándalos hay una realidad que permanece subterránea a las percepciones, como las raíces de las plantas. Lo que solemos ver los ciudadanos -y los periodistas, desde luego-, son las apariencias de los acontecimientos. Detrás de un discurso político, de una conferencia de prensa, o de una fragorosa discusión legislativa, siempre se esconde un mensaje o una intención que persigue ciertos objetivos.
Además –recordemos-, el poder siempre acude a la secretividad como derecho propio. Ahí radica su éxito o su fracaso. Las intenciones del poder nunca se muestran desde las entrañas, a la par que el discurso se nutre de consignas, fórmulas sencillas y explicaciones simuladas e incompletas. El juego del poder siempre es el mismo: confundir y lograr el asentimiento general, a pesar de las dudas que deja.
Si la crisis es permanente, entonces, son los especialistas los llamados a descubrir la verdad detrás de los hechos, procurando hilvanar los episodios dispersos hasta construir un todo coherente. Esa labor de arqueología mediática es similar a las investigaciones que se exhiben en aquella serie de televisión denominada “Crime Scene Investigation” –o simplemente CSI– donde los detectives montan enmarañados tableros con cuerdas que vinculan hechos aparentemente aislados, sin sentido. Notas garabateadas, fotos y demás, forman parte del material que ayuda a despejar la neblina que recubre la escena del crimen.
La tarea de articular las piezas del rompecabezas de la realidad puede desgastar a cualquiera que se adentra en su complejidad estructural. Tratar de contextualizar eventos actuales y anticipar escenarios es una faena agotadora pero necesaria. Necesaria para que nada ni nadie nos sorprenda el día menos esperado, y la situación se vuelva ingobernable para cualquier sociedad.
