800 años de tradición

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19 de diciembre de 2023
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12:44 am
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800 años de tradición

Guillermo Fiallos A.

Estamos en Adviento, periodo que señala el comienzo del año litúrgico cristiano y abarca las cuatro semanas previas al día de Navidad. Es un lapso de recogimiento y espiritualidad que debemos tratar de vivir de la mejor manera; en medio de esta crisis de múltiples características que estamos pasando y de este ambiente hostil y cargado de diatribas, violencia y mentiras.

Hace ocho siglos, a uno de los santos más admirado que tiene la Iglesia Católica, se le ocurrió representar la natividad de Jesús. San Francisco de Asís, rememoró en la Nochebuena del año 1223 cuando celebraba la misa, el nacimiento del Salvador del mundo, mediante la escenificación humilde de un pesebre. En esa oportunidad, utilizó -según la tradición- siluetas reales y hasta lo hizo en una especie de cueva, tal y como había acontecido siglos atrás.

Aquel acto tuvo tal impacto en la población que, de esa fecha en adelante -poco a poco-, desde el más ostentoso al más humilde hogar, fabricaba su pequeño pesebre para recordar la llegada del redentor; utilizando figuras talladas en madera o cera. Como la demanda de pesebres creció tanto, un comerciante aprovechó las exigencias del público y en 1465, fundó la primera fábrica de pesebres en París.

El pesebre simboliza a la Sagrada Familia y algunos hechos como la adoración al recién nacido de parte de los pastores, los ángeles e incluso, la anunciación a María. En el Renacimiento, se agregaron más imágenes al Belén (así se le conoce también), como los tres Reyes Magos; quienes llevaron ofrendas de oro, incienso y mirra al recién nacido.

La tradición de elaborar nacimientos o pesebres ha continuado durante ocho siglos, y aunque la sociedad urbana moderna ha ido perdiendo, aceleradamente, esta bonita costumbre; todavía la misma se puede admirar en las zonas rurales.

Más que el valor histórico de una antiquísima tradición, importa comprender el significado del pesebre; el cual nos recuerda año con año, el amor de Dios al enviar a su Hijo nacido de una mujer, quien quedó encinta por un milagro divino.

Lo primero que se nos viene a la mente y el corazón, es la imagen del Niño Dios, quien nació a pesar de su origen celestial, en una agreste cueva, sin tener las comodidades de un rey, pues su venida al mundo fue la de un pobre entre los pobres. En medio de la humildad, sencillez, sin opulencia y el sonido de fanfarrias, nació el Hijo de Dios.

Para una humanidad tan acostumbrada a los lujos materiales y al consumismo, el pesebre le viene a reflejar que se ha alejado de la religiosidad de esta época de pascuas. Esta, es una temporada de comidas, bebidas, fiestas e intercambio de regalos. Y no es que esto sea malo, pero se ha extraviado una parte del camino, y ya el ámbito de contemplación y comunión con Dios se ha dejado a un lado, pues el ruido ensordecedor de lo terrenal ha opacado la atmósfera propia y esencial de la natividad: su dimensión espiritual.

En un mundo tan cambiante donde casi solo importa el placer y el individualismo, es indispensable que los seres humanos retomemos con la serenidad del caso, el acontecimiento que ya lleva más de dos milenios y que marcó el rumbo y el sentido del planeta; sobre todo, de la sociedad occidental que se volcó al cristianismo al considerarlo la luz redentora, que cambió los paradigmas humanos y divinos desde aquellas épocas ancestrales.

Vale la pena que hagamos un alto en el camino y que, al contemplar el pesebre, nos llenemos de devoción y silencio para darle su lugar a Jesús en nuestro corazón y retomar la determinación que, sea Él, quien guíe nuestro camino y nuestras acciones.

Ya es tiempo que volvamos nuestro ser completo a Jesús y agradezcamos al Padre, por habernos enviado el mejor regalo de todos los tiempos: su propio Hijo.

¡Paz y bien para todos hoy y siempre!

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