CONTRACORRIENTE: “Oficio de hombres”

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22 de diciembre de 2023
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12:03 am
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CONTRACORRIENTE: “Oficio de hombres”

Por: Juan Ramón Martínez

Soy escritor de vocación temprana. En 1955, cuando por razones económicas de mis padres, no pude ingresar al Instituto Mejía, decidí hacerme escritor. La vocación lectora de doña Mencha; la lectura de Bohemia, donde conocí a los mejores escritores cubanos, me empujaron a la decisión: campeño; o, escritor (y, hombre común). Ahora, muchos años después, no me arrepiento. Más bien, recuerdo con cariño, los primeros “periódicos” que hice, a máquina en la casa de Lolita Turcios Canelas, sobrina de Froylán Turcios y madre de uno de mis mejores amigos Darío Turcios. Y que, en una ocasión, un compañero mencionado en mis columnas, enojado, porque lo habíamos criticado, las rompió en lo que, fue la primera “agresión” a mi libertad personal que sufrí. Y que, por supuesto, como ahora, la asumo con buen humor.

Después de mi padre, los héroes iniciales, fueron escritores. Primero, en Olanchito, Dionicio Romero Narváez, Juan Ramón Fúnez, Amaya Amador, Lisandro Quesada y “Pepe” Melara. Después, Juan José Arévalo, Juan Ramón Jiménez, Paz, Camus, Exupery, Sartre y Cervantes. En 1960, seguía deslumbrado más por los periodistas y escritores que, por los políticos. Mis “ídolos” de entonces eran Alejandro Valladares, Óscar Flores, Ventura Ramos, Ramón Villeda, Medardo Mejía, Froylán Turcios, Rafael Heliodoro Valle, Juan Ramón Molina, Óscar Acosta y Jacobo Cárcamo. Cuando empecé a residir en Tegucigalpa, tuve la esperanza que el periódico que abriría Villeda Morales, sería donde podría iniciarme como columnista, concretando mis ideales; cosa que no ocurrió. En 1976 empezó a circular LA TRIBUNA; y, en enero siguiente, Adán Elvir me invitó para que escribiera. Desde el 14 de febrero de 1977, empecé a hacerlo. Y hasta ahora, en el ejercicio de un “Oficio de hombres”, como titulara Andrés Morris una obra teatral suya, he pasado buenos y malos momentos en una tarea, poco valorada en Honduras, donde todavía seguimos viviendo bajo la idea de la superioridad de la autoridad, el menosprecio a los escritores; y de la sospecha -evidente en los ochenta- que el que criticaba al gobierno, era comunista. En el gobierno de Suazo Córdova me sentí amenazado. Mis amigos creían que Álvarez Martínez, la emprendería conmigo. Cosa que no ocurrió. O, que el coronel Fuentes, director del DIN, me torturaría, cuando, me sacaron de la oficina, para interrogarme sobre si: era “enemigo de las Fuerzas Armadas”, “conspiraba contra la democracia”; y que, “si era comunista”. Afortunadamente, todo pasó. Y, más bien, sirvió para que hiciera nuevos amigos entre los militares.

Óscar Flores, me honró singularmente. Y me dio las mejores lecciones: evitar creerme gran cosa; imaginar que siempre tenía la razón; o que, en mis manos, estaría siempre la dirección del país. Y me recomendó que nunca perdiera el sentido del humor, porque el que “se enoja pierde”. Cuando tuvo una polémica con Gautama Fonseca, fui a su oficina a pedirle que terminara la discusión. Serio, me respondió que el problema era que, Gautama no tenía sentido del humor. Lo llamaba “Gabufon”, disgustándolo mucho. Me recordó que cuando Ventura Ramos le dijo que era “el hijo de Mama Inés”, le respondió que le “gustaba el café”. Y como era hombre de discusiones, una vez publicó un editorial donde rebatía mis ideas sobre el concepto que, había que permitirle el acceso al poder a los emergentes grupos sociales. Esta acción no le gustó a Adán Elvir, subdirector entonces, que le reclamó, diciéndole que mientras él atraía escritores, “usted los amenaza; y terminará corriéndolos”. Nunca supe qué le contestó don Óscar. Este, creía que la participación política era exclusiva de los partidos; y, solo de ellos.

Cuando Arturo Villar, director de ALA, visitó Honduras, Óscar Flores lo invitó a almorzar. Fuimos, don Óscar, su hijo Carlos y yo. Le dijo a Villar que LA TRIBUNA era un periódico, abierto a todas las opiniones, incluidas las de JRM, “que, dicen que es comunista”.

Cuando murió Óscar Flores en 1980, mientras buscábamos fotografías con Adán Elvir, Carlos dijo que, lo que más sentía era que ya no habría quien me corrigiera. Sonriendo, le dije “aprende a escribir, para que tú me corrijas”. Cosa que ahora, hace con agudo sentido del humor; pero con mucho respeto. Aunque enfadado, me recuerda su “grandeza”. Claro, no olvido “mi pequeñez”. Tampoco la fidelidad al común “oficio de hombres”. Seguro que, David es, más popular que Goliat. Siempre.

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