Esquina del reportero: La entrada triunfal

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22 de diciembre de 2023
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12:31 am
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Esquina del reportero: La entrada triunfal

Por: Luis Alonso Gómez Oyuela

Decid a la hija de Sion: He aquí, tu Rey viene a ti, manso, sentado sobre un asna, sobre un pollino, hijo de animal de carga (Mateo 21:5) hemos leído el capítulo del cual proviene nuestro texto; ahora permítanme repasar el incidente ante ustedes. Había una expectación en la mente de la generalidad del pueblo judío de que el Mesías estaba a punto de llegar. Ellos esperaban que fuera un príncipe temporal; que fuera alguien que combatiría contra los romanos y restauraría a los judíos su nacionalidad perdida. Había muchos que, aunque no creían en Cristo con una fe espiritual, esperaban que fuera un grandioso libertador temporal, y leemos que, en un par de ocasiones habían querido apoderarse de Él para hacerle Rey, pero Él se retiraba.

Prevalecía un ávido deseo de que alguien, cualquiera que fuera, izara el estandarte de la rebelión y pasara al frente del pueblo en contra de sus opresores. Viendo las obras portentosas hechas por Cristo, el deseo engendró el pensamiento, y se imaginaron que Él podría probablemente restituir el reino a Israel y darles la libertad. El Salvador vio que finalmente se estaba llegando a una crisis. Para Él necesariamente tenía que ser una de dos opciones: la muerte por haber decepcionado la expectación del pueblo, y ser nombrado rey.

Él vino para salvar a otros y no para ser ungido rey en el sentido en que los judíos entendían. El Señor había obrado un milagro sumamente extraordinario: había resucitado a Lázaro de los muertos después de haber estado enterrado cuatro días. Este fue un milagro tan asombroso e inusitado, que se convirtió en el tema de conversación del pueblo. Multitudes abandonaban Jerusalén y se dirigían a Betania, que estaba situada a unos tres kilómetros de distancia, para ver a Lázaro. El milagro estaba bien comprobado. Había multitudes de testigos; era aceptado por la generalidad como uno de los mayores portentos de la época, y, derivado de eso, dedujeron que Cristo tenía que ser el Mesías.

La gente decidió en ese momento que lo harían rey, y que debía salir al frente contra las huestes de Roma. Él, aunque no tenía tales aspiraciones, encausó el entusiasmo de la gente para que mediante eso, tuviera la oportunidad de cumplir lo que estaba escrito acerca de Él en los profetas. No deben concebir que todos aquellos que tendían ramas en el camino y clamaban: Hosanna, tenían interés en Cristo como príncipe espiritual. No, ellos pensaban que él había de ser un libertador temporal, y cuando posteriormente descubrieron que estaban equivocados, le odiaron tanto como le habían amado, y crucifícale, crucifícale, fue un grito tan fuerte y vehemente como: Hosanna, bendito el que viene en el nombre del Señor.

De esta manera nuestro Salvador se valió de su desatinado entusiasmo para cumplir diversos fines en propósitos sabios. Era necesario que esta profecía se cumpliera: Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de gran júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu Rey vendrá a ti, justo y Salvador, humilde y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna. Era necesario además, que declarara públicamente que era el Hijo de David, y reclamara ser el legítimo heredero del trono de David; todo esto lo hizo en esta ocasión. También era necesario que dejara sin excusa a sus enemigos. Para que no le dijeran: Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente, Él se los dijo abiertamente.

Príncipes de la tierra, presten oídos: hay uno que reclama ser contado entre ustedes. Es Jesús, el Hijo de David, el rey de los judíos. ¡Abran paso, emperadores, ábranle paso! ¡Ábranle paso al hombre que nació en un pesebre! ¡Ábranle paso al hombre cuyos discípulos eran pescadores! ¡Abran paso al hombre cuya túnica era la de un campesino, inconsútil, de un solo tejido de arriba abajo! No lleva ninguna corona, excepto la corona de espinas, pero es más suntuoso que ustedes.

Este recorrido a través de las calles de Jerusalén fue un manifiesto y una proclamación de sus derechos reales tan claramente como podrían ser proclamados. No hay razón, oh reyes de la tierra, por la que Cristo no hubiera sido más poderoso que ustedes. Si su reino hubiera sido de este mundo, habría podido fundar una dinastía más duradera que la de ustedes. (Fragmentos del Sermón de Charles Spurgeon 1861).

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