Las razones del Estado

MA
/
26 de diciembre de 2023
/
12:03 am
Síguenos
  • La Tribuna Facebook
  • La Tribuna Instagram
  • La Tribuna Twitter
  • La Tribuna Youtube
  • La Tribuna Whatsapp
Las razones del Estado

Juan Ramón Martínez

En oportunidad del bicentenario de la doctrina Monroe, algunos ingenuos se han lamentado que esa doctrina no haya sido útil para América Latina, pasando por alto que fue emitida para favorecer a Estados Unidos. Significó, la voluntad de un Estado que, aunque precario, se imaginaba grande y fuerte por su voluntad para defenderse y sobrevivir. Tan es así que, cuando se pronunció el discurso presidencial que la anunció, Estados Unidos era un pequeño país, incapaz incluso para garantizar su existencia, amenazada por España, Inglaterra y otras potencias. Era, entonces, un Estado que, trabajaba para crear las fuerzas suficientes para su sobrevivencia y cumplir las altas razones existenciales que habían imaginado sus fundadores. Es decir que, tal declaración fue la expresión de la voluntad de los líderes de un Estado que se imaginaba grande, poderoso influyente y dominador. Un imperio, en una sociedad que, paradójicamente ha disimulado serlo, negándolo siempre. Hegel, frente a la arrolladora voluntad del estado napoleónico, va a sostener -en un concepto que todavía nos parece valido- que la voluntad del Estado, representa la voluntad del “espíritu nacional”.

Si el estado es expresión de la voluntad nacional, las expresiones de sus líderes, los partidos y los grupos de opinión, son manifestaciones de la misión que le atribuyen al estado en el curso del tiempo. Los que suscribieron el acta de independencia de 1776, tenían claro los objetivos: un país libre, fuerte y con capacidad para que ningún otro, sobre la tierra, osara sus espacios físicos, aherrojara la libertad; e, impidiera la felicidad de sus ciudadanos. La creación de la nación, se justificaba por sus finalidades y se garantizaba, por la voluntad de resistirse y sobrevivir ante todas las contingencias. Muy cerca suyo, al sur, en los países de América Latina, no tenían claras estas ideas. Sus líderes eran, caudillos a caballo, hijos bastardos de Maquiavelo que, rechazaban las ideas de Tomas de Aquino; y, que no aceptaban que la legitimidad del estado, estaba determinada por el cumplimiento de sus fines. Y que estos, solo podían prefigurarse dentro de la libertad de sus ciudadanos, la fuerza de sus instituciones públicas y privadas, el protagonismo de lo individual y la operación de gobiernos democráticos, en que no hubiera reyes, tiranos o caudillos que se creyeran “dueños” de la nación.

La prueba de nuestra debilidad, es tal que el político que se ha referido al asunto, no solo es el más inculto de los últimos sesenta años, sino el que expresa sin vergüenza, la orfandad emocional colectiva, cuando afirma que las razones del Estado hondureño, están fuera de Honduras. Y que, nunca estarán bajo nuestro control. Su análisis de la doctrina Monroe nace desde la conciencia subordinada, que en vez de aceptar que nos ha faltado voluntad para imponer las doctrinas de Valle y Morazán, reclama que otros hagan lo que no hemos hecho. Los fines de los estados, se logran por la razón o por la fuerza; y, no hay estados libres, si sus ciudadanos no están dispuestos a morirse defendiendo su libertad. Un Estado cuando crea, protege o defiende otro Estado, es para dominarlo explotarlo; o usarlo, como instrumento suyo. Nunca, para desarrollarlo.

Vasallos, construyen estados vasallos. Honduras es un estado frágil y patético, no por la voluntad de otros, sino por la falta de fuerza suya para crear instituciones y defender las doctrinas sustanciales, con la razón; o, la fuerza. Estados Unidos, no tiene obligación de hacernos fuertes y soberanos. Tampoco Venezuela, Rusia, México o China. Una nación real, es el resultado de la voluntad del Estado nacional que, hace posible, por los medios disponibles, los objetivos que la misión nacional, le imponen al Estado hondureño. Así de simple.

Una población como la hondureña, -la más “bajita” de América Latina-, con líderes políticos dominados por la idea que el futuro depende del cambio de aliados y modelos, sin hacer esfuerzos de rectificación y enmienda, no puede crear un Estado soberano. Clases políticas subordinadas, como las que tenemos, solo producen una Honduras subordinada, con un pueblo agachado, que espera que la justicia venga de afuera; y que, por ello, carece de voluntad hasta para defender el modelo democrático que está consignado en su Constitución. O, para obligar que “su” Congreso Nacional, -que no es suyo-, cumpla con sus obligaciones. Un Estado, patético.

Más de Columnistas
Lo Más Visto