¿CALLEJEROS?

ZV
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30 de diciembre de 2023
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12:44 am
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¿CALLEJEROS?

YA casi para despedir el año, lo hacemos abriendo esta columna de opinión al espacio interactivo. En testimonio de aprecio a los minutos que se toman, no solo a la reposada lectura matutina que reciben –que ya es decir bastante en estos tiempos de atención a lo muy superficial y de culto a la ignorancia– como al acuse de recibo, en palabras –no pichingos–comentando el contenido. “Muy acertado –mensaje de una amiga– y a su vez con mucha sabiduría el aporte de la amiga abogada mamá de la nena chispita”. “En mi pueblo, aún cálido, seguro, por cierto, escuché la vez pasada en una noticia que lo catalogan como una de las 30 maravillas de Honduras, son muy groseros e indiferentes con los chuchitos; eso es muy triste”. “Qué bonito leer cómo aman y cuidan a los animalitos en la colonia donde usted vive”. Un fundador del colectivo: “Este mes me he tomado la tarea de guardar editoriales suyos porque son mensajes que valen la pena, unos dirigidos al alma, otros a la mente y otros al corazón”. “Todo en una gran armonía y sencillez”. “Profundamente genial”. “Ha contribuido a nuestra Navidad con sus ideas”.

Otra lectora: “Definitivamente hemos tenido un mes atípico en los editoriales, lleno de cultura (de otra naturaleza) con poesía, cuentos, relatos, remembranzas, editoriales de don Oscar, un mes para todos los gustos”. Otra buena amiga: “¡Cada quien su función! Siga con la suya mi presidente porque ha creado un lazo de unión con colectivos de todo el país”. La amiga doctora: Con el contenido de su editorial me fui a leer a Cicerón, uno de los precursores de la elocuencia, pero me encontré algo muy importante que es lo de la amistad y le voy a citar uno de sus pensamientos: “Así pues, como primera ley de la amistad sanciónese
esta: que pidamos a los amigos cosas honestas, sin siquiera esperar a que se nos soliciten; que siempre haya cortesía; que esté ausente la vacilación, pero que siempre osemos dar libremente el consejo; que en la amistad valga muchísimo la autoridad de los amigos que aconsejan bien, y que ella sea empleada para
amonestar no solo abiertamente sino también con dureza si la situación lo exige, y que sea obedecida cuando se le emplee”. Los comentarios anteriores aluden a la conversación de cierre en la que Winston relata la humanidad de las vecinas de su colonia al rescatar chuchitos de la calle: (Bonitas historias –interrumpe el Sisimite– pero nada de lo que contás acredita algo caritativo que hayas hecho. -¿Qué más querés que haga? –riposta Winston– cada cual con su función. A mí cuando me sacan al paseo vespertino, voy asomado por la ventana del carro ladrando como alarma, avisando a los demás que es hora de salir. Después exijo que me apeen para unirme a la mara; en el camino voy ladrando y ladrando, dándoles ánimo, aliento, apoyo a las vecinas y consuelo a los rescatados, con la elocuencia de mi voz).

El viejo amigo abogado sobre la última ocurrencia: Recuerdo un chiste de las dictaduras y de los que emigraban en busca de libertad, fabulada en un perrito que huyendo le preguntaban: ¿Por qué lo haces? -“Para poder ladrar –respondía– obviamente con elocuencia”. (Para Cicerón, ya que lo mencionaron –entra el Sisimite– “Aquel será verdaderamente elocuente que trate las materias humildes con delicadeza, las cosas importantes con solemnidad y las cuestiones corrientes con sencillez”. Para contrastes –interviene Winston– estoy leyendo “Yo Claudio” de Robert Graves. La novela, basada en la vida de varios emperadores. Una autobiografía ficticia del emperador Tiberio Claudio César Augusto Germánico, supuestamente escrita en su vejez para la posteridad, narrada en primera persona, por alguien sin una pisca de elocuencia, ya que era tomado como tonto por su falta de maldad y su tartamudez. Interesante leer –interrumpe el Sisimite– del más triste de los emperadores romanos. -Ah –o como diría Lope de Vega, suspira Winston– “porque el bien hablar, Rufina, es una señal divina, de la nobleza del alma”. Concluyo –para no extraviar la moraleja de estos cuentos– con elocuente admiración a la bondad de gente amorosa que rescata chuchitos y gatos callejeros –(animalitos de Dios)–para hacerlos parte de su familia o procurarles la calidez de un hogar).

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