¿VITRIÓLICA MANIFESTACIÓN?

MA
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12 de enero de 2024
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12:25 am
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¿VITRIÓLICA MANIFESTACIÓN?

UN receso a la literatura para no perder la atención de otra parte del colectivo. De no ser por el daño que ocasiona a la sociedad –y de paso al sistema democrático– sería divertido. Nos referimos a ese raro placer de ciertos políticos –vociferado por monitos cilindreros intrigantes que mueven la manivela del organillo– de echar chorros de desconfianza sobre la confusión. Si hay algo que ha impedido al país la ansiada unidad nacional, para salir a flote, es ese ambiente de sospechas, de hacer creer que nada es bueno, que nada sirve y que no hay que confiar en nadie. Cualquier análisis inteligente asumiría que, si algo no gusta, si el objetivo consiste en no matar la esperanza de poder cambiarlo, la tarea colectiva sería desmontar ese clima de ruinosa incertidumbre. La labor sería—¿no les parece?—dar seguridades a la gente que el proceso en el que se cifra toda ilusión, va a funcionar, no que desde ya está condenado al fracaso. Dar certidumbre a la ciudadanía no desorientarla.

Para ello se ocupa de orientadores de la opinión pública, no de especulaciones amargadas envileciendo la tabla de salvación. En otras palabras, no alimentar al público dudas innecesarias, ni estupideces que lo pongan a titubear, respecto al canal disponible para producir ese cambio. La alternancia en el ejercicio del poder –dentro del marco constitucional– solo es posible con elecciones. Es lo que garantiza la paz; la relativa estabilidad política y social. Ello, tanto para la renovación interna de los partidos –en elecciones internas– como de autoridades supremas–en elecciones generales— del pais. ¿No les parecería, entonces, una soberana torpeza destruir la credibilidad del proceso electoral si de ello depende el camino, hacia el deseado objetivo, que debe transitarse? ¿No luce contradictorio al anhelo que dicen defender, rociar de desprestigio la única salida que existe a la encrucijada? ¿No es un absurdo inaudito desalentar a la ciudadanía haciéndole creer –con meras conjeturas– que va rumbo al desastre porque el campo dizque está minado? ¿No es odiosa insensatez hablar de fraude –llevándose de paso la honorabilidad de personas dignas que rectoran las instituciones– cuando el proceso ni siquiera ha iniciado, dinamitando la vía de recomponer el sistema para superar cualquier crisis? Pero aquí –lejos de infundir confianza– la consigna apocalíptica de muchos es desnaturalizar la credibilidad del proceso electoral. ¿A lo Goebbels, repetir, una y otra vez, lo que genere suspicacia entre la opinión pública –interna e internacional– sin cansancio, torcer la verdad, para que lo limpio luzca sucio? (Sí, por supuesto que habrá irregularidades que corregir, y fallas que enmendar, y nada es perfecto que no pueda mejorarse; pero una cosa es el patriótico interés que haya elecciones transparentes y exitosas y otra es desgañitarse en disparates, conspirando para arruinarlas).

Como si la experiencia chilena no fuese ejemplo suficiente de la imbecilidad de meterse a armar constituyentes –paralelas al Estado de Derecho– como salida al laberinto político, en una sociedad polarizada. La convención constituyente no resolvió la crisis, la reflejó y más bien la exacerbó. El texto de la izquierda, antes, y de la derecha, después, fueron derrotados por inaceptables en la consulta plebiscitaria. ¿En qué cabeza cuerda cabría, entonces, meterse a esa aventura de la constituyente? Pese al fiasco chileno, como ejemplo más reciente de equivocaciones inadmisibles, a la ingenuidad doméstica se le ha metido entre ceja y ceja, anticipando que no habrá elecciones, augurar que ya viene la chula. No sabríamos si por inocencia política, o tentación de mantener azorrada a la gente, o más bien que, de tanto hablar de eso –como en la güija– ¿la estarían invocando? (¿Y a qué obedece –entra el Sisimite– ese obsesivo desprestigio al sistema eleccionario? Vaya usted a entender esa inconfesable necedad. Se trata de elucubrar idioteces que se imaginan que suceden, que nunca han sucedido. O la nociva intención, quizás, de sacarse clavos –metiendo figuras que nunca han estado en nada de eso que inventan– con los que no opinan como ellos. -Pues sí –interrumpe Winston– una especie de delirio desbocado de quiméricas alucinaciones. ¿Qué otra cosa sería, sino majadería, en su más vitriólica manifestación, deturpar la ruta que el país debe transitar en democracia, para que, por más descontento que haya, el pueblo no pierda la esperanza que aún hay futuro por el que valga la pena apostar?).

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