LETRAS LIBERTARIAS: Amargas verdades sobre el salario

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13 de enero de 2024
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01:29 am
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LETRAS LIBERTARIAS: Amargas verdades sobre el salario

Esperanza para los hondureños

Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo)

Si hay un tema escabroso al que rehúyen los economistas, es el referente al salario normal y el salario mínimo. ¿Cuánto debo ganar? ¿Por qué me ofrecen tan poco? Son preguntas frecuentes, para las cuales, casi nunca existe una respuesta satisfactoria. Ni en las grandes empresas -que pagan costosas encuestas salariales-, ni en los sindicatos saben a ciencia cierta cómo puede determinarse un salario que sea digno, correcto, legal y justo.

Desde el siglo XIX, el tema salarial ha generado polémicas de corte sociológico y hasta teológico; recordemos la encíclica Laborem Exercens de Juan Pablo II. Pero fue el mismo Marx el que tuvo que crear una complicada teoría del valor del trabajo para explicar cómo funcionan las cosas. En “Salario, precio y ganancia”, Marx decía que las ganancias o plusvalía de los capitalistas era lo que quedaba después de pagar los salarios, pero que los trabajadores tenían el derecho de luchar por un margen que se embolsaban los empresarios. De ahí el argumento de la lucha de clases que los sindicalistas hicieron suya hasta el día de hoy, que es la tesis nuclear de los contratos colectivos y del salario mínimo.

¿Por qué no podemos tener en Honduras salarios parecidos a los que se pagan en los Estados Unidos, por ejemplo? Porque esas economías se mueven en ambientes muy dinámicos; en mercados exigentes que deben satisfacer la demanda de millones de clientes alrededor del mundo. Los procesos productivos, por tanto, deben ser más rápidos y efectivos. Sumado a eso, la tecnología de punta contribuye a que los obreros produzcan más unidades por hora para que los productos salgan a tiempo al mercado y las ventas se vean incrementadas. Este ciclo hace que los salarios por hora-hombre sean más altos que en otros países.

En nuestro medio sucede todo lo contrario: mercados limitados destinados a una población urbana exigen una productividad muy baja. Además, los procesos productivos son largos y costosos, llenos de desperdicios. Por tanto, los salarios por hora-hombre obligatoriamente tienen que ser más bajos. De ahí la explicación de por qué las empresas pagan salarios muy pobres a los egresados universitarios y técnicos. Además, en condiciones oligopólicas, los productores y comerciantes pueden verse tentados a estandarizar precios de bienes, servicios y salarios.

A pesar de Marx, el salario mínimo sigue siendo una pantomima de lucha de clases en la que los gobiernos ganan opinión pública favorable, los líderes sindicales se reciclan en sus cómodas butacas, mientras a las grandes y medianas empresas les toca ajustar una nadería. La lógica no funciona como pretende el inocente ciudadano, algunos periodistas y los políticos populistas que, según ellos, a mayor porcentaje de aumento, mejores condiciones de vida para el trabajador. Si ese fuese el caso, un aumento del 200% bastaría para sacar a la gente de la pobreza.

Por último, recordemos que el salario no se mide únicamente en forma dineraria: existen beneficios sociales que sumados a los costos de producción pueden ser tratados en las negociaciones, pero que los funcionarios ignoran por conveniencia: transporte, guarderías, días libres, servicios médicos y becas educativas, bonificaciones por resultados, en fin. ¡Eso es lo que deben negociar!

El salario siempre será un tema conflictivo, sujeto a la demagogia y al populismo. Hasta el discurso de la OIT ha caído en obsolescencia, en un mundo donde los mercados y la demanda han cambiado, mientras la nueva tecnología ha alterado todo el panorama laboral.

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