Pérdida de la esperanza

MA
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16 de enero de 2024
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12:49 am
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Pérdida de la esperanza

Juan Ramón Martínez

Es fácil hablar de la esperanza. Mas desde la comodidad del bienestar; o, de los picos del poder. Es más doloroso, comentar sus posibilidades, las dudas de su cumplimiento, desde la soledad del desamparo, la incomodidad de las ausencias, el resentimiento por las promesas incumplidas; o, cuando se sabe que quienes hablan de ella, la usan para mentir. Porque al revisar las promesas, destacan los engaños y los incumplimientos, las mentiras repetidas. Y los sueños postergados. Cada día que pasa, el horizonte de la esperanza se reduce y la única realidad es que, el tiempo se ha terminado; por lo que, no habiendo otra, la alternativa es huir. Correr, hacia adelante, seguros que siempre, el pasado y el presente, serán peores que las espinas enfrentadas en la fuga hacia afuera.

La esperanza, tiene su taxonomía. Se origina en la naturaleza humana que, impelida por la fuerza interior empuja hacia adelante, creyendo que siempre el futuro será mejor. En el principio, en el camino hacia adelante, los peligros eran mayores. Pero una vez que el humano descubrió a Dios y estableció su alianza, tuvo seguridad que, aun vagando en el desierto y en cien años de soledad, llegaría la tierra prometida. Fueron Dios y el hombre, al principio. Después, los reyes, príncipes y nobles que ofrecieron esperanzas futuras, porque ellos, cumplían sobre la tierra la voluntad del Creador. Impuesto, el uso de la razón, los desamparados se convirtieron en los soberanos. Así, la esperanza en su destino mejor, se basó en la capacidad de los elegidos, para garantizar los escenarios para que la actividad privada hiciera posible, que cada uno, usando sus músculos, lograra sus objetivos. Todos nos volvimos responsables; pero confiando en los elegidos. Los resultados fueron irregulares. Unos pueblos avanzaron y lograron éxito. Otros, a media velocidad, apenas lo mínimo, para que la especie sobreviviera. Y no fueron pocos los grupos, condenados a la miseria, en las zonas más calientes y duras de la tierra.

Honduras, después de más de 200 años, no ha podido levantar vuelo. Durante poco tiempo, formó parte de una nación derrengada que fuera destruida por caudillos malvados e incompetentes. Después, la complicidad de estos y las víctimas, que hicieron de la guerra civil, el fuego macabro. Para en los últimos 40 años, entró en el juego que era posible crear una sociedad democrática, con partidos y líderes que hicieran factible que la fuerza individual, la disciplina de los grupos, hicieran evidente, el funcionamiento de una sociedad en la que, desde la superación de los mínimos vitales, podíamos confiar que el futuro, nos ofrecería más oportunidades. Surgió la creencia que todo sería mejor, porque el trabajo común, multiplicaría los panes y los peces. Y la organización democrática, nos daría seguridad para el goce tranquilo y los sueños repetidos que, cada día, las cosas serían mejor para todos.

Desde antes del Mitch, empezamos a dudar sobre los resultados, cuando estos se compararon con los sueños. Las cosas no cuadraron nunca. Una preliminar revisión de los hechos, deparó algunas sorpresas. Fuimos disciplinados a las elecciones y escogimos, entre una oferta flaca, lo que parecía mejor. Aumentó la confianza que elegíamos los idóneos. Los políticos, no siempre fueron honrados. Usaron el poder para lo suyo; y, en algún momento, estuvieron más bien operando en contra de los intereses colectivos. Querían lo suyo y descuidaron lo nuestro. Por ello, los resultados, golpeaban la base de la esperanza. Y, en los últimos tiempos, se ha ido imponiendo el concepto que aquí, con esta gente que dice que trabaja por todos, no hay posibilidades. La esperanza, se diluye en el horizonte. Las promesas incumplidas, convencen a muchos que, en Honduras, no hay futuro. Y que, más bien hay que huir hacia adelante. Dejándoles el país, para que los políticos, haciendo piltrafas la nación, se la coman; y cuando, ya no haya pellejo qué roer, terminen muriéndose todos… y, no quede nada.

Los “profetas”, nos culpan a todos. Que no hemos confiado suficiente y porque no hemos creído en los milagros, estos no se han materializado. Y cuando algunos, reclaman y presentan pruebas que no están haciendo lo que corresponde, señalan perfumados, reclamando que, impedimos que el pueblo torpe y engañado, siga creyendo en cuentos de camino real. No quieren que, pensemos. Confirmando que nos mienten. ¿Es su última engañifa?

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