BARLOVENTO: Despejar problemas

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18 de enero de 2024
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12:04 am
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BARLOVENTO: Despejar problemas

Por: Segisfredo Infante

Es un lenguaje emparentado con el de las matemáticas. La diferencia es que los amantes de esta importante disciplina lógica y abstracta, con las excepciones del caso, están en condición de eludir el contenido crudo de las dificultades políticas, económicas, sociales, morales, espirituales y hasta climatológicas. Han pernoctado en tal condición desde hace siglos, quizás desde los tiempos del legendario Pitágoras. Inclusive pueden eludir el factor “equis” de lo impredecible, fortuito o sorpresivo, que se deriva del comportamiento humano concreto, en distintos puntos de un planeta conflictuado, aun cuando se conozca la novedosa “teoría de probabilidades”. Pues la realidad humana, multilátera en sí misma, es un abigarramiento de aconteceres de sujetos envueltos en circunstancias “extrañas” que ellos mismos parecieran incapacitados frente a la marcha confusa de los hechos. (El concepto de “realidad multilátera” se lo tomé a Medardo Mejía, desde hace varias décadas).

Amén de los grandes avances científicos y tecnológicos focalizados en los países de mayor desarrollo industrial, se puede percibir que continuamos coexistiendo en un mundo de indigencias materiales y espirituales. Lo más curioso es que a veces sobresale la indigencia espiritual, en diversos campos de la cultura, inclusive en los países poderosos que además exhiben una trayectoria civilizada milenaria. Pienso que aquel viejo postulado que el sujeto histórico había alcanzado su “mayoría de edad” en el siglo diecinueve y buena porción del veinte, continúa siendo una mera aspiración de los buenos filósofos (incluyendo al gran Hegel) y de otros pensadores que confiaban en un “progreso infinito” de la humanidad. La ventaja comparativa es que la autoconciencia espiritual siempre puede autocorregirse en el esquivo camino de la existencia. Si Guillermo Hegel resucitara, en nuestro tiempo, también introduciría correcciones en su sólido discurso filosófico e histórico, especialmente después de las pavorosas guerras mundiales, de los experimentos atómicos, de las calumnias redondas y de las locuras étnicas.

Ortega y Gasset, en uno de sus momentos más lúcidos, expuso que “la filosofía nació, precisamente, como una resolución de mantener serenidad ante los problemas pavorosos”, y que “si la filosofía ha de continuar como humana ocupación, no tendrá más remedio que afrontarlo”. Ahora mismo necesitamos pensadores sobrios en medio de un mundo abigarrado, turbulento y de consecuencias vertiginosas. Pues subsistimos como autómatas enajenados (“extrañados” diría Hegel) o tal vez como nuevos “zombis” según expresiones más o menos recientes vertidas por los estadounidenses Charles Bakota y Joseph Stiglitz. El primero un diplomático retirado y el segundo un economista mundial.

Hay demasiada violencia, pobreza, migraciones, racismos ofensivos, desórdenes climáticos y excesivas contradicciones diseminadas por el orbe terrenal. Es increíble que la humanidad misma se comporte con indiferencia frente al hecho concreto y específico que el presente año 2024 podría ser más caluroso que el anterior, con grados de temperatura jamás registrados en el discurrir de las civilizaciones. La simple hipótesis de las altas temperaturas y sus consecuencias, debiera ser un problema debatido más allá de las cumbres de las élites poderosas de los países que más contaminan la atmósfera y el ambiente inmediato. O de aquellos que más destruyen bosques tropicales. O “aquende” a los círculos polares. Cualquier pequeño diferendo ideológico, político o administrativo, o cualquier chisme, parecieran ser más importantes y avasalladores que la existencia del sujeto histórico pensante; o que la sobrevivencia de los pueblos humildes (atrasados o desarrollados) y el equilibrio ecológico planetario.

Algo debe hacerse, como aquello de encontrar nuevas soluciones tecnológicas con el fin de ampliar la cobertura eléctrica mediante el abaratamiento de los paneles solares y otros dispositivos en las esferas nacionales e internacionales. Convencidos que nuestras sociedades modernas e hipermodernas exigen la energía eléctrica dentro de una estrategia de sobrevivencia global, los paneles solares y otros medios técnicos de energía renovable deben masificarse. Es decir, abaratarse o “democratizarse”.

No todo, por supuesto, es negativo, en tanto que desde otros andamios de observación, se pueden atalayar una serie de procesos electorales en diversos puntos de la nave terráquea, que vendrán a confirmar, durante el año 2024, que la democracia es una necesidad imperativa de un vasto número de sociedades, a pesar de las diferencias y de las ambigüedades que hemos detectado en los últimos decenios. Hay centenares de millones de personas que, por recorrido histórico, les resulta imposible concebir la convivencia social y la justicia en ausencia de las prácticas democráticas. Por muy marginales que sean los resultados electorales, siempre son importantes, razón suficiente para despejar, racionalmente, los abrojos insospechados del porvenir.

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